Cristo de la Luz

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jueves, 23 de octubre de 2014

Los liberales no creen en la libertad

Publicado el 13 de mayo de 2014


El título de este artículo puede parecer contradictorio, pero si el amable lector tiene la paciencia de llegar hasta el final entenderá lo que quiero decir. Es cierto, parece ilógico que alguien que se confiesa liberal puede no creer en la libertad. Precisamente es ilógico porque una vez se abandona la verdadera fe, que da sentido a los misterios de la vida, inevitablemente se cae en errores que conducen a contradicciones absurdas. Por ejemplo, el ateo cree que de la nada se hizo todo. Mayor absurdo no puede existir; y sin embargo se lo creen. Los liberales son ilógicos, igual que todos los herejes y seguidores de falsas religiones. Muchos católicos no se han enterado que la única religión que realmente es completamente coherente es la católica; todas las demás se contradicen y caen en paradojas sin solución. Por esto, la lógica es algo que nunca debemos abandonar. Debemos utilizarla para la causa de Jesucristo, para traer almas hacía la Verdad. Los católicos que optan por dar la espalda a la evidencia, a la realidad palpable de las cosas, para así vivir más cómodamente, no son un ejemplo a seguir. No tengamos miedo a la lógica, a la ciencia, a la investigación de cualquier tipo, porque no hay ninguna verdad que se contrapone a la fe verdadera. Hay verdades duras, que duelen, que nos cuestan asimilar. Pero toda verdad nos conduce en última instancia a Dios.

La razón de escribir esto es la polémica que están suscitando algunos cardenales que abogan por dar la comunión a los católicos que se han divorciado y vuelto a casar. Con su proposición estos cardenales topan con enseñanzas infalibles de la Iglesia: la indisolubilidad del matrimonio sacramental, y la prohibición de comulgar en un estado manifiesto de pecado (el adulterio seguía siendo pecado la última vez que miré el catecismo). Saben perfectamente que lo que quieren contradice la doctrina católica, por lo que intentan complicar un asunto, que en el fondo es muy sencillo, con cortinas de humo y mucha palabrería que nadie entiende. Los liberales están encantados con esta polémica dentro de la Iglesia, porque odian la moral católica y saben que la confusión la debilita. Un liberal es por definición alguien que construye su propia moralidad, sin necesitad de una autoridad exterior que le diga lo que está bien y lo que está mal. Los liberales nunca han perdido el tiempo con los Diez Mandamientos, así que lo que decida la Iglesia sobre este asunto será para ellos una cuestión ajena a sus vidas.

Si a un liberal le apetece abandonar a su mujer y a sus hijos para irse con otra más joven, como dijo hace poco un personaje que goza de gran popularidad entre ellos, “¿quién soy yo para juzgar?”. Los liberales siempre han hecho lo que les hace sentirse bien. Todos sabemos que cuando tu señora envejece y ya no es la preciosa flor de veinte y pico años con la que te casaste, pueden venir tentaciones. Todos sabemos que la vida conyugal puede ser dura, y a veces dan ganas de tirar la toalla. Sin embargo, los que tenemos la fe católica distinguimos entre lo que nos pide el cuerpo y lo que está bien. Es una lección básica de moralidad: hay cosas que no se deben hacer, te apetezcan o no.

Francisco, el nuevo héroe de los liberales. “¿Quién soy yo para juzgar?”
El otro día se me ocurrió que la diferencia fundamental en este tema de la indisolubilidad del matrimonio entre católicos y liberales es que nosotros creemos en la libertad del hombre y ellos no. ¿Cómo puede ser esto? Me explico. Cuando un hombre y una mujer deciden casarse ante Dios y se prometen fidelidad hasta la muerte, si no hay impedimentos decimos que son libres de hacerlo. En un matrimonio válido es una decisión que han tomado los novios, sin ser coaccionados por nadie, sabiendo lo que significa “hasta la muerte” (¡tampoco hace falta ser catedrático de filología para saber esto!). La Iglesia dice que los novios son libres de jurarse fidelidad mutua en el estado de vida conyugal hasta que la muerte los separe.

Sin embargo, los liberales tienen una visión muy distinta de esto, porque ponen infinidad de pegas a la fidelidad. Para ellos no es posible la fidelidad incondicional. Dicen: ¿qué pasa si mi mujer me es infiel? ¿qué pasa si mi marido se va con otra? ¿qué pasa si ella tiene una enfermedad? ¿qué pasa si mi marido tiene un accidente y queda paralítico? Sólo Dios sabe lo que el futuro nos depara, por lo que cuando los católicos nos juramos fidelidad en el matrimonio es en las duras y en las maduras, pase lo que pase. Es fidelidad incondicional, lo que significa que tampoco condiciona la conducta de nuestro cónyuge. Es decir, la infidelidad del otro no nos da carta de libertad respecto a nuestras promesas matrimoniales. Si mi mujer es infiel no significa que yo puedo irme con otra, porque el vínculo sagrado del matrimonio persiste, nos guste o no. Si yo he jurado fidelidad hasta la muerte tengo que ser fiel, aunque mi esposa sea infiel y se largue con otra persona. Cada palo que aguante su vela, porque todos tendremos que dar cuenta ante Dios de cómo hemos vivido, y para los casados la forma en que hemos mantenido nuestros votos matrimoniales será clave en nuestro juicio particular.

Los liberales no son capaces de jurar fidelidad incondicional, de entregarse plenamente, porque en realidad no creen en la libertad del hombre. Creen que el hombre nunca es plenamente responsable de sus actos, y por tanto no admiten reglas inamovibles. Su moral es fluctuante, con una sola regla fija: hágase mi voluntad. Los liberales son tan cambiantes como el viento; según sople en una dirección, hacía ahí van. Si el matrimonio les resulta agradable son fieles, si es desagradable se buscan otra cosa. Como justificación del adulterio todos hemos oído frases por el estilo: “¿qué culpa tiene un hombre si se enamora?”. La premisa subyacente es que el amor es como un virus que se contagia por el aire, sin intervención alguna de la voluntad. Si se concibe el amor de esta manera está claro que a nadie se le puede pedir responsabilidad personal ante un acto de infidelidad, porque el “amor” sería una fuerza irresistible. Así es en todos los aspectos de la vida. Los liberales tienen el empeño constante de quitar culpabilidad a los actos inmorales. Ahora, gracias a décadas de propaganda liberal en los medios de comunicación, y tras convertir casi todos los países occidentales en bastiones del liberalismo, es difícil cometer un acto realmente condenable.

Pongo algunos ejemplos de cómo hoy en día parece que nadie tiene culpa de nada.
  • Si un hombre mata a alguien por celos o para vengarse dicen que estaba en un estado de “enajenación temporal”, que le impidió razonar correctamente.
  • Si un borracho atropella a alguien con el coche dicen que el alcohol nubló su juicio y que no es responsable por lo que hizo (¡precisamente por eso la Iglesia enseña que es pecado emborracharse!).
  • Si una mujer mata a su marido sugieren que es porque la trataba mal y se lo merecía.
  • Si un joven de un barrio pobre se mete en una banda de delincuentes dicen que no tenía oportunidades, que la vida ha sido muy injusta con él.
  • Si una persona es un ladrón empedernido dicen que padece “cleptomanía”.
  • Si te atraca un drogadicto dicen que es un enfermo que no controla lo que hace.
Poco a poco la conciencia de ser responsables de nuestros actos se va minando. La idea de pecado ha desaparecido casi por completo de nuestra cultura, porque si no somos responsables de lo que hacemos y nadie sabe a ciencia cierta lo que está bien y lo que está mal, hablar de pecado ya no tiene sentido. Acabaremos convirtiendo los tribunales en centros de atención psicológica para maleantes, las cárceles se vaciarán (con la posible excepción de los pocos que se atrevan a meterse con los sodomitas y el “Pueblo Elegido”) y la Ley y las fuerzas del orden se limitarán a proteger los privilegios de la casta reinante, olvidándose por completo del pueblo y del bien común.
Nuestra sociedad busca infantilizar a las personas para que nunca tomemos responsabilidad por nuestra vida. Muestra de ello es como ahora los mayores clientes de videojuegos son los hombres entre 25 y 40 años. ¡Un señor de 40 años jugando a los videojuegos! ¿A dónde hemos llegado? Antaño un hombre de 20 años, si no sentía la llamada al sacerdocio, buscaba una buena chica con la que casarse y formar una familia. Ahora hasta los 35 eres “joven”, y los “jóvenes” por lo general están demasiado entretenidos con la fornicación y las fiestas para pensar en temas de otra índole.

Los videojuegos vuelven imbéciles a los niños e infantilizan a los adultos.

Al llegar a viejos, si estos liberales se sienten solos, porque han malgastado su vida en “relaciones esporádicas”, como ahora se llaman, o se han divorciado (quizás varias veces) y los hijos no les visitan, seguro que echarán la culpa a otros. Dirán; “yo he sido un buen hombre; no he robado, no he matado a nadie.” Quizás dirán que es culpa del destino, o incluso de Dios, a quien han ignorado durante toda su existencia. La única explicación que nunca aceptará un liberal es que la vida es la suma de nuestras decisiones. Nunca aceptará que ha sido realmente libre para elegir un camino u otro, y que su infelicidad se debe a lo que él ha elegido libremente.

Así que la próxima vez que un liberal te justifique la infidelidad en el matrimonio, dile que él piensa de esa manera porque no cree en la libertad del hombre. ¡Menuda cara se le quedará!

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