Cristo de la Luz

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viernes, 26 de mayo de 2017

Enoch Powell y los ríos de sangre


Esta semana en la que se ha perpetrado la enésima masacre islámica en territorio británico, me viene a la mente el discurso de los "ríos de sangre", que dio en 1968 Enoch Powell, entonces uno de los dirigentes del partido conservador. En este discurso Powell criticó duramente la proposición de ley del gobierno laborista, que igualaba a efectos legales a los extranjeros recién emigrados de países del Commonwealth con los habitantes nativos del Reino Unido y prohibía la "discriminación" contra los inmigrantes. Supuso un auténtico terremoto político y es considerado hoy por muchos como el germen del movimiento identitario en Europa. Powell fue tachado de "racista" hasta por miembros de su propio partido, fue cesado de su puesto de responsabilidad por el líder conservador, Edward Heath, y fue vilipendiado por The Times, la BBC y los demás medios del Sistema. Sin embargo, todos los analistas coinciden en que fue un punto de inflexión en el panorama político británico, que llevaría a la victoria electoral a los conservadores dos años más tarde y la eventual llegada al poder de Margaret Thatcher.
Powell gozó de muchísima popularidad entre los militantes del partido conservador y durante el gobierno de Heath fue la principal fuerza de oposición a sus políticas liberales y mundialistas, entre ellas la entrada del Reino Unido en la Unión Europea (gracias a Dios, ya hemos puesto fin a ese episodio de nuestra historia). No deja de ser irónico que el día en que Heath destituyó a Powell se produjo una huelga de estibadores en el puerto de Londres como protesta contra la medida; el partido laborista, creado para defender los intereses de la clase trabajadora, perjudicaba gravemente a esa misma clase, abriendo las fronteras a la mano de obra barata desde el extranjero, ¡y la clase trabajadora se puso en huelga por defender a un político conservador!

Yo no había nacido cuando Enoch Powell dio su  famoso discurso, y en ciertos aspectos se nota que pertenece a otra era, cuando el nivel cultural entre la clase dirigente era notablemente más alto. ¿Hoy en día quién cita pasajes de La Eneida de Virgilio en un discurso político? No obstante, hay grandes similitudes entre las cosas que dijo el Sr. Powell en 1968 y lo que dice el Sr. Trump en 2017, porque existe un paralelismo llamativo entre la situación de entonces y la de ahora; el pueblo sigue siendo dirigido por una élite mundialista, que no tiene más que sus propios intereses en mente; aún existe la misma farsa democrática, con partidos de distinto signo, todos ofreciendo básicamente la misma mercancía infecta; y los mismos medios de comunicación de masas, controladas por las mismas grandes fortunas, adoctrinando al pueblo para que traguen con la invasión de su país por inmigrantes, con la consiguiente empobrecimiento de los autóctonos y la progresiva pérdida de la identidad nacional. 
¿Qué dijo Powell exactamente en aquel discurso tan polémico? A continuación aporto algunos extractos, todos fácilmente localizables en internet (la traducción es mía). Empezó refiriéndose a un hombre anónimo de su distrito electoral:
Hay un inglés, un tipo corriente, decente, quien a pleno día en mi propia ciudad me dice, como su representante parlamentario, que para sus hijos no merecerá la pena vivir en este país. Simplemente no tengo derecho de encogerme de hombros, ignorar lo que dice, y pensar en otra cosa. Lo que dice, lo dicen miles y cientos de miles de personas,- quizás no en toda Gran Bretaña, pero sí en las zonas que ya están sometidas a una transformación sin parangón en mil años de la historia de Inglaterra. Debemos estar locos, literalmente locos, como nación para permitir la entrada anual de unos 50,000 dependientes, que son la mayoría de la población inmigrante. Es como mirar a una nación erigir su propia pira funeraria.

Powell citó una carta que había recibido de una señora mayor, cuyo marido y dos hijos habían muerto en la Segunda Guerra Mundial. La señora decía que de toda su calle era la única residente blanca y que ya no era el mismo país por el que lucharon los suyos. Según Powell este sentimiento era muy común entre la población indígena del Reino Unido:
Por razones que no comprendían, como consecuencia de una decisión sobre la que nunca fueron consultados, se encontraron como extranjeros en su propio país. Descubrieron que sus mujeres ya no tenían camas hospitalarias para dar a luz, que sus hijos no obtenían plaza en los colegios, que sus barrios cambiaban hasta ser irreconocibles, que sus planes y perspectivas de futuro fueron destrozados, y en el trabajo vieron que los jefes no se atrevían a aplicar los mismos criterios de disciplina y competencia a los inmigrantes que se aplicaban a los nativos.
Powell abogó por un plan generoso de repatriación de los inmigrantes para revertir la situación. Habló de la mentalidad sectaria de muchos de los recién llegados, que no tenían intención alguna de integrarse en la sociedad británica, que utilizaban las diferencias raciales y religiosas "con el fin de dominar, primero a otros inmigrantes, y luego a la población general." Finalmente, como culminación del discurso, de donde le viene el nombre, Powell citó el poema épico, La Eneida:
Mirando hacía el futuro, siento malos presentimientos. Como el romano, veo "el Tíber espumante de mucha sangre"... Sólo la acción determinada y urgente evitará el desastre. Queda por ver si hay voluntad entre el pueblo para exigir y obtener dicha acción. No lo sé. Lo único que sí sé es que callarse ahora sería la gran traición.



Por desgracia, el tiempo ha dado la razón a Enoch Powell, un auténtico profeta de nuestra era. En Manchester esta semana han fluido ríos de sangre. Esto se vio venir, y los que pudieron evitarlo decidieron no hacerlo. Ellos sí que son culpables de "la gran traición".