Cristo de la Luz

Cristo de la Luz

lunes, 25 de mayo de 2015

¿Qué edad tiene la Tierra? (II)

En la primera parte de este trabajo expuse que una interpretación puramente alegórica del Génesis es contraria a la Tradición de la Iglesia, y que todos los católicos, hasta finales del siglo XIX, sobre todo los Padres de la Iglesia, han creído en una Creación de seis días literales. En esta segunda parte pretendo explicar cómo se llega a la idea de una Tierra antigua, en contraposición con la idea bíblica de una Tierra joven, y examinar algunos problemas que plantea la geología, tal y como se concibe mayoritariamente hoy en día. Dejaré para la tercera parte algunas reflexiones filosóficas y un examen de los métodos de datación radiométrica. En la cuarta y última parte haré un breve escrutinio de los indicadores científicos que apuntan a una Tierra joven.

La opinión prevalente en todos las ramas de la ciencia hoy en día es que la Tierra tiene unos 4,600 millones de años de edad. Para entender cómo se llega a esta cifra es necesario saber que la idea de una Tierra antigua se basa en un presupuesto filosófico llamado uniformitarismo. El uniformitarismo, a su vez, se basa en otro presupuesto filosófico: el materialismo, que es casi sinónimo de ateísmo. Una vez una amiga muy sabia me dijo que todos los errores en el fondo tienen una raíz filosófica. Tiene razón, y yo añadiría que todos los errores filosóficos tienen una  raíz de pecado. Es mi convicción que los 4,600 millones de años que se predican hoy, tienen más que ver con el pecado del hombre y su consecuente necedad, que con la ciencia.

James Hutton
El uniformitarismo, que ya he dicho es la basa filosófica de una Tierra antigua, es la teoría de que todo lo que existe se debe a los mismos fenómenos naturales que podemos observar hoy en día. El primero en aplicar esta teoría a la geología fue James Hutton (1726-1797), llamado el "fundador de la geología moderna". Su famosa frase, "el presente es la clave del pasado", resume perfectamente la filosofía uniformitarista. Esto es lo que escribió Hutton, antes siquiera de realizar sus expediciones geológicas entre 1785 y 1788:
La historia de nuestro globo debe ser explicada por lo que vemos que ocurre ahora. Ninguna fuerza se puede emplear que no sea natural en el mundo, ninguna acción se puede admitir excepto las que conocemos.
¿Por qué lo que ocurrió en el pasado "debe ser explicado por lo que vemos que ocurre ahora"? ¿Por alguna evidencia empírica? No, por una necesidad filosófica. Simplemente porque de no ser así, habría que volver a la explicación catastrofista que concuerda con lo que nos cuenta la Biblia: el mundo fue destruido y reformado en el Diluvio de Noé. Como todo buen deísta, Hutton no podía tolerar la idea de que Dios intervenga en la historia, por lo que su prejuicio religioso determinó su conclusión científica. Lo más asombroso es que esta filosofía uniformitarista, que es la base del evolucionismo, fue profetizada hace 2000 años en las Escrituras, concretamente en este pasaje:
Sepan, en primer lugar, que en los últimos días se presentarán burlones que no harán caso más que de sus propios apetitos, y preguntarán en son de burla: «¿En qué quedó la promesa de su venida? Desde que murieron nuestros padres en la fe todo sigue igual que al comienzo del mundo.» (2 Pedro 3:3,4)
Esta frase, "todo sigue igual que al comienzo del mundo", resume la doctrina uniformitarista, tan prevalente hoy, ahora que estamos en "los últimos días". Por si alguien cree que este pasaje nada tiene que ver con la geología y la edad de la Tierra, cito también los dos versículos siguientes:
Estos quieren ignorar que al principio hubo un cielo, y una tierra que surgió del agua y se mantuvo sobre ella por la palabra de Dios. Y por la misma palabra este mundo pereció anegado por las aguas del diluvio. (2 Pedro 3:5,6)
El auge del uniformitarismo y el evolucionismo, y la negación del Diluvio de Noé son signos proféticos de que estamos en los últimos días. Todo esto empezó a cumplirse a partir de la obra de Hutton, a finales del siglo XVIII.

La obra de Hutton influyó directamente a Charles Lyell, el autor de Principios de Geología, y el primero en hablar de la columna geológica, esa sucesión de capas de roca, que supuestamente demuestra que la Tierra tiene miles de millones de años, pero que en realidad no existe en ninguna parte del mundo, fuera de los libros de texto. Principios de Geología fue el libro que Charles Darwin se llevó en su celebérrimo viaje a las Islas Galápagos, y Darwin reconoció que tras leer a Lyell, su fe cristiana se desmoronó definitivamente. Es lógico que así fuera, porque el uniformitarismo tiene su raíz en la mal-llamada Ilustración, esa rebelión diabólica contra la Religión. Lyell fue un declarado enemigo de Dios, cuyos trabajos geológicos tenían como fin, en sus propias palabras, "liberar la ciencia de Moisés". Sabía muy bien que si podía demostrar que el relato de la Creación del Génesis era falso, y que el mundo era en realidad muchísimo más antiguo de lo que decía la Biblia, toda la religión cristiana caería como un castillo de naipes. Tiene lógica; si uno solo de los libros sagrados contiene errores, ¿para qué creer el resto? Algo parecido dijo Nuestro Señor a los fariseos:
Porque, si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de mí. Pero si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras? (Juan 5:46,47)
Cabe preguntarse cómo Lyell averiguó la edad de las rocas en su columna geológica. Ahora mucha gente piensa que se puede determinar la edad de las rocas usando técnicas radiométricas, como el carbono 14, pero en 1840 no existía nada parecido. Quiero aclarar que estas técnicas son totalmente incapaces de decirnos la edad de la Tierra, aunque no debería adelantarme. Lo que importa saber por ahora es que las edades que dio Lyell a las capas de su columna geológica fueron completamente inventadas. Son pura fantasía, sin base científica alguna. Lo increíble es que toda la ciencia de la geología moderna se apoye en una ocurrencia fantasiosa de hace 170 años, que lejos de ser el resultado de un examen profundo de la evidencia, es el fruto de un prejuicio anti-cristiano.


Según Lyell, la edad de las distintas capas de roca se podía saber por el tipo de fósiles que se encontraban allí. Son los llamados fósiles índice. El problema es que tampoco tenía ningún método fiable para saber la edad de los fósiles, así que el razonamiento era totalmente circular. Se averiguaba la edad de un fósil según la roca donde se encuentraba, y se averiguaba la edad de una roca por los fósiles que contenía. Este método sigue siendo esencialmente el que se usa hoy en día; los geólogos preguntan a los paleontólogos por la edad de los fósiles para saber la edad de las rocas, y vice-versa.

Generalmente, explica Lyell, cuanto más profundo se encuentre un fósil, más antiguo será. Según los evolucionistas, es por esta razón que los organismos más pequeños de periodos más remotos están en las capas más profundas. Se olvidan de otras explicaciones perfectamente posibles: los animales pequeños en el Diluvio acabaron en el fondo de las capas sedimentarias, o bien porque vivían en el fondo del mar, o bien porque eran los primeros en ser sepulados, al tener menos fuerza y mobilidad que los animales grandes. Para disgusto de los evolucionistas, en ningún sitio del mundo se ha encontrado la columna geológica, tal y como la dibujó Lyell. Al cavar, los geólogos siempre encuentran lo que llaman discordancias (bonito eufemismo), que es cuando falta una o varias capas geológicas. Es habitual que en una pared de roca falten 200 millones de años entre una capa y otra, a juzgar por los fósiles índice. ¿A dónde se han ido? Es la magia de la superstición evolucionista, capaz de hacer desaparecer 200 millones de años de historia geológica.

No sólo faltan capas en la columna geológica, sino a menudo se encuentran invertidos; es decir, la capa supuestamente más reciente, por el tipo de fósiles que se encuentran allí, está debajo de la capa más antigua. Los geólogos han encontrado explicaciones verdaderamente rocambolescas para explicar semejante incongruencia en la columna geológica. La famosa montaña en Suiza, el Matterhorn, es un ejemplo llamativo de capas de roca invertidas, porque la montaña entera es más vieja que la roca por debajo de ella. Según las últimas teorías, la montaña fue elevada en otro sitio y se deplazó unos 100 kilómetros hasta su ubicación actual.

El Matterhorn, una montaña mágica viajera
Hay muchos ejemplos de montañas desplazadas, según la geología actual. Otro es en Glacier Park, Montana, donde encontraron en la parte superior de la montaña un fósil precámbrico, mientras que la parte inferior data, según los fósiles índice, del Cretácico. Es decir, la parte superior de la montaña es 500 millones de años más antigua que la inferior. La conclusión es que un trozo de la corteza terrestre llamado el Lewis Overthrust, de unas dimensiones colosales,- 500 kilómetros de largo por 45 de ancho y 3 kilómetros de espesor,- se desplazó unos 50 kilómetros hasta donde está hoy, todo sin dejar rastro alguno de fricción o roturas. La realidad es que no existe fuerza natural en el mundo capaz de mover un objeto de semejante tamaño. Además, la ingeniería mecánica nos dice que cuando una roca supera una dimensión modesta, la fricción en un desplazamiento supera la fuerza cohesiva de la roca, y en lugar de moverse, se rompe y se hace pedazos. Me vienen a la mente las palabras de Nuestro Señor:
Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este monte: "desplázate de aquí allá", y se desplazaría. (Mateo 17:20)
¡Los evolucionistas tienen una fe que literalmente mueve montañas! Es asombroso que crean con tanta convicción en una idea que va en contra de todos los datos empíricos y la misma lógica.

Un problema, a mi juicio insuperable, para la columna geológica son los miles de fósiles polistrato que se han descubierto por todo el mundo. Un fósil polistrato es un fósil, normalmente de un árbol, que atraviesa varias capas de roca sedimentaria. Para los geólogos que creen que cada capa de roca representa varios millones de años esto es embarazoso, porque para que se fosilice un árbol, se tiene que sepultar rápidamente; de lo contrario se pudre y no quedará nada. Es imposible imaginar cómo un árbol se podría quedar de pie sin pudrirse durante millones de años, hasta convertirse en un fósil, mientras a su alrededor se forman lentamente las rocas.¿No sería más sensato pensar que estos fósiles polistratos se formaron durante un evento catastrófico, como el Diluvio de Noé, cuando enormes cantidades de sedimentos fueron depositados en muy poco tiempo?


Un lugar donde se ven las capas sedimentarias con una claridad inusual es el Gran Cañón de Arizona, EEUU. Nadie discute sobre los datos, sobre lo que ven nuestros ojos. El problema está en la interpretación que damos a los datos. Para empezar, como he explicado ya, si seguimos la columna geológica, las capas están invertidas, y faltan unos 600 millones de años geológicos. Además, la gran mayoría de geólogos modernos, creyendo que cada capa representa una periodo de millones de años, concluyen que el río Colorado, que fluye por en medio del cañón, a lo largo de millones de años ha causado esta depresión tan espectacular. Pero también se podría decir que fue un evento catastrófico que en muy poco tiempo causó el cañón, y que el río actual simplemente aprovecha el cauce que fue creado en ese evento. Resumiendo, las dos interpretaciones son: poca agua y mucho tiempo, o mucho agua y poco tiempo. ¿Quién tiene razón? Es imposible demostrar científicamente lo que ocurrió, porque nosotros no estuvimos allí para verlo, y estrictamente hablando la ciencia se limita a lo que se puede observar, medir y repetir. Lo único que la ciencia puede hacer es postular posibilidades para explicar lo que hoy existe.

¿Es posible que el Gran Cañón se formase en poco tiempo con mucha agua? Claro que es posible, pero a pesar de ser una posibilidad, lo evolucionistas, por su presupuesto filosófico, el uniformitarismo, excluyen a priori la segunda interpretación, como si fuera un disparate. Ven el río y las paredes de roca y concluyen que lo que ocurre ahora es lo que siempre ha ocurrido.

El Grand Cañón, Arizona, EEUU
En 1961 John Whitcomb y Henry Morris publicaron un libro de capital importancia, The Genesis Flood, que marcó el inicio del contraataque cristiano en el ámbito de la ciencia, dando origen a lo que ahora se llama el movimiento creacionista. Los autores, uno ingeniero y el otro geólogo, defendieron la historicidad del Diluvio Universal desde la geología, y pusieron en duda los métodos, y sobre todo las conclusiones, de la geología moderna. Ellos aseveraron que era posible que las capas sedimentarias de roca, presentes en el mundo entero, se formaran rápidamente, debido a los movimientos de una ingente cantidad de agua durante y después del Diluvio. Pero no fue hasta 1980 que tuvimos la confirmación irrefutable de que esto era así. 

Ese año entró en erupción el volcán Mount St. Helen´s del estado de Washington en EEUU. Toda la cara norte de la montaña se deshizo, causando el mayor deslizamiento de tierra jamás conocido. En seis minutos 250 kilómetros cuadrados de bosque fueron sepultados y en el lago al pie del volcán se formó una ola gigante que arrasó árboles a unos 700 metros por encima del anterior nivel del agua. La explosión fue el equivalente de 20.000 bombas como la que cayó sobre Hiroshima. Un evento catastrófico en toda regla. Un corrimiento de lodo errosionó en una tarde un sistema de cañones de hasta 40 metros de profundidad, muy parecido, en una escala mucho mas pequeña, al Gran Cañón de Arizona.

Erupción de Mount St. Helen´s en 1980
Si a un geólogo uniformitarista le enseñara la foto de abajo, sin decirle que se trata del cañón de Mount St. Helen´s que se formó en una tarde de 1980, sin duda diría que el cañón había sido formado por una erosión lenta a lo largo de millones de años. Mi pregunta es la siguiente: si ahora sabemos, porque ha ocurrido delante de miles de testigos, mientras las cámaras lo filmaban, que las formaciones geológicas pueden surgir en muy poco tiempo como el resultado de eventos catastróficos, ¿por qué esto no se enseña en los libros de geología? ¿Por qué la visión uniformitarista es la única que se permite?

El cañón de Mount St. Helen´s, formado por un corrimiento de lodo en una tarde
Ahora sabemos por experimentos de laboratorio que no hacen falta millones de años para formar roca sedimentaria, ni para la formación de carbón. En el laboratorio el carbón se ha fabricado a partir de madera recién cortada en menos de media hora. Hace ya 20 años en el Reino Unido inventaron una máquina que convierte los desechos orgánicos domésticos en petróleo. Dijo el inventor, Noel McAuliffe
Nosotros hacemos en 10 minutos lo que la naturaleza tardó 150 millones de años en hacer.
Si todas las rocas sedimentarias del planeta fueron depositadas en poco tiempo por fuerzas catastróficas, y la ciencia experimental indica que es una posibilidad, no hay necesidad de pensar que tienen miles de millones de años. Y si las rocas sedimentarias, las únicas que contienen fósiles, son jóvenes, los fósiles también lo son. La dificultad no está en la ciencia, sino en los prejuicios de la comunidad científica, que ha adoctrinado a varias generaciones en una filosofía uniformitarista. Los evolucionistas jamás renunciarán a esta filosofía, porque saben que una Tierra joven invalida por completo la teoría de la evolución.

jueves, 21 de mayo de 2015

¿Qué edad tiene la Tierra? (I)

¿Tiene la edad de la Tierra alguna relación con la fe católica? Yo creo que sí. Todos los fieles católicos, en todas partes, han creído, hasta finales del siglo XIX, en una Tierra joven, que se mide en miles de años, no en miles de millones de años. Para el que no tenga claro este punto, espero que este artículo mío le pueda ayudar. La razón evidente es que hasta hace muy poco los fieles católicos, por lo general, interpretaban las Escrituras de manera literal. Dice la Biblia que Dios mandó un Diluvio Universal para matar a todos los hombres excepto a Noé y su familia, y ellos se lo creían. Dice la Biblia que a petición de Josué el sol se paró en el cielo, y ellos se lo creían. Y naturalmente, si dice la Biblia que Dios creó el mundo en seis días, ellos se lo creían. Los años entre Adán y Abrahám están contados con mucha precisión en el Génesis, y los años desde Abrahám hasta Nuestro Señor se pueden calcular sin mucha dificultad. Es sólo cuestión de aritmética. Hoy en día, si hacemos una lectura literal de la Biblia, sumando los años entre la Creación y Nuestro Señor, y los años desde Nuestro Señor hasta hoy, se llega a una cifra aproximada de 6000 años de edad para la Tierra.


En este tema hay un consenso unánime entre los Padres de la Iglesia. A continuación, para los escépticos que no se fían de mi palabra (y hacen bien), ofrezco algunas citas de los Padres que demuestran su fe en una Tierra joven, según se desprende de una interpretación literal del relato de la Creación. Esta lista no es ni mucho menos exhaustiva, pero sí representativa. Si alguien conoce una cita de algún Padre de la Iglesia, donde queda claro que no creía en una Tierra joven, quisiera verla.

  • San Clemente de Alejandría: 
De Adán hasta el Diluvio van 2148 años y cuatro días... La tierra proviene de las aguas; y antes de los seis días de la formación de todo lo que fue hecho, el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas (Lecturas de Catequesis 3,5)
  • San Ireneo: 
«En cuantos días fue hecho el mundo, en otros tantos milenios será consumado. Por eso dice el Génesis: “Concluyéronse, pues, los cielos y la tierra y todo su mobiliario, y consumó Dios en el día sexto todas las obras suyas que había hecho, y descansó el día séptimo de todas las obras que hizo” (Gen 2, 1-2). Esto es a la vez narración de lo pasado y profecía de lo porvenir. Si, pues, “un día de Dios es como mil años” (Ps 89, 4), y en seis días consumó la creación, manifiesto es que en seis milenios consumará la historia» (Adv. hær. V, 28, 3)
  •  San Hipólito de Roma: 
Y 6,000 deben de necesidad cumplirse, en orden a que el Sabbath pueda venir, el descanso, el día santo “en el cual Dios descansó de todas Sus obras”. Pues el Sabbath es el tipo y emblema del futuro reino de los santos, cuando ellos “reinarán con Cristo”, cuando Él venga desde los cielos, como dice Juan en su Apocalipsis: Pues “un día con el Señor son un mil años”. Puesto que, entonces, en seis días Dios hizo todas las cosas, se sigue de el que 6,000 años deben cumplirse. (Sobre el Hexámeron)
Estas dos últimas citas son especialmente interesantes, porque establecen un paralelismo entre los seis días de la Creación y los supuestos seis mil años de la historia del mundo, seguidos de los mil años del Reinado de Cristo. El milenarismo es un tema común entre los Padres de la Iglesia, aunque luego la Iglesia lo rechazó, principalmente por considerar que propiciaba el fanatismo apocalíptico. Lo que nos concierne ahora es que el paralelismo entre los días de la Creación y los seis mil años del mundo solamente funciona con una interpretación literal del Génesis.

El famoso versículo de San Pedro: ante el Señor un día es como mil años y mil años son como un día (2 Pedro 3:8), no se utilizó en la era patrística para defender la idea de una Tierra vieja, sino para proyectar una visión de la historia del mundo, que necesariamente descansa sobre una lectura literal del Génesis. Cuando el milenarismo fue atacado no fue con una interpretación alegórica de los seis días de la Creación, aunque la manera más fácil de hacerlo hubiera sido esa, simplemente porque una lectura alegórica de los seis días de la Creación era algo ajeno para los Padres de la Iglesia.

  • Teófilo de Antioquía: 
El número total de años desde la Creación del mundo es 5695. (Teófilo 3,28)
  • Orígenes: 
El relato mosaico de la Creación nos enseña que el mundo aún no tiene 10,000 años de edad, sino muchos menos (Contra Celso 1,19)
  • San Efrén de Siria: 
Nadie debe pensar que la Creación de seis días es una alegoría; así mismo no es permisible decir que lo que parece haber sido creado en seis días fue creado en un solo instante, y que algunos nombres presentados en este relato carecen de sentido o significan otra cosa. Al contrario, debemos saber que, igual que el Cielo y la Tierra que fueron creados en el principio son realmente el Cielo y la Tierra, y no otra cosa bajo tales nombres; así todo lo que se menciona que fue creado y llamado al orden tras la creación del Cielo y la Tierra, no son nombres vacíos, sino la misma esencia de dichos nombres. (Comentario sobre Génesis)
  • San Basilio Magno: 
"Hubo una tarde, una mañana, un día." ¿Por qué dijo "un día" y no "el primer día"? Dijo "uno" porque definía la medida de un día y una noche... dado que las 24 horas llenan el  intervalo de un día. (Hexameron 2,8)
  • San Gregorio de Nisa: 
Antes de empezar, doy fe de que no hay nada contradictorio en lo que escribió Basilio el santo sobre la Creación del mundo, y que ninguna explicación adicional es necesaria. (Hexaemeron 44,68)
  • San Ambrosio: 
La Escritura estableció una ley que 24 horas, incluyendo día y noche, debe ser llamado "día"... En el principio Dios creó el Cielo y la Tierra. El tiempo procede de este mundo, no es anterior al mundo, y un día es una división de tiempo, no su origen.
  • San Agustín: 
Son engañados... por documentos mendaces que pretenden contar la historia de muchos miles de años, mientras que según las Escrituras sagradas encontramos que no más de 6000 años han pasado. (La Ciudad de Dios 12,10)

El caso de San Agustín es destacable, no sólo por ser el Padre latino más importante, sino porque muchos evolucionistas lo han usado para atacar la interpretación literal de los seis días del Génesis. Es cierto que durante un tiempo el santo de Hipona defendió una lectura simbólica de la Creación, y en vez de seis días de 24 horas creía en una Creación instantánea, al parecer por una traducción ambivalente del versículo del Eclesiástico 18,1: Qui vivit in aeternum creavit omnia simul. Este "simul", que el latín normalmente significa "a la vez", en el origina griego puede significar otra cosa. De hecho, la versión Biblia de Jerusalén lo traduce así: El que vive eternamente todo lo creó por igual. Luego San Agustín renunció a esta interpretación simbólica, y en La Ciudad de Dios dejó claro que creía en una Creación de seis días literales sucesivos. En lo que sin duda nunca creyó es un mundo con millones de años de edad.


Resumiendo, hay un consenso entre los Padres de la Iglesia sobre la Creación. Ninguno de ellos creía en la evolución de las especies, a pesar de que esta idea ya era conocida en su tiempo; todos interpretaban el relato de la Creación en el Génesis de manera literal; y todos creían en una Tierra joven, de unos pocos miles de años. El Concilio de Trento, en su sesión IV, declaró que nadie tiene libertad para salirse de la opinión unánime de los Padres sobre una cuestión de la interpretación de las Escrituras, y esta declaración fue reiterada por el Concilio Vaticano I en 1870, once años después de la publicación del Origen de las Especies de Charles Darwin. Esto de por sí es suficiente para mí. Creo en una Tierra joven, porque es lo que todos los católicos han creído en todas partes, desde el principio hasta hace relativamente poco, y porque es la opinión unánime de los Padres de la Iglesia.

Otra cuestión es la evidencia científica a favor de una postura u otra. Yo simplemente repito las palabras del Doctor de la Iglesia, San Roberto Belarmino, cuando fue confrontado con las tesis de Galileo
Yo digo que si hubiera una verdadera demostración de que el sol está en el centro del universo… entonces podría ser necesario proceder con gran cuidado a explicar los pasajes de la Escritura que parecen contrarios… Pero yo no creo que haya una tal demostración; ninguna me ha sido mostrada… y en caso de duda, uno no puede apartarse de las Escrituras como son explicadas por los santos Padres.
Dejaremos el tema de las pruebas científicas para más adelante, pero por ahora, respecto a los miles de millones de años, puedo decir que "no creo que haya tal demostración; ninguna me ha sido mostrada". Por tanto, hasta que no vea una prueba irrefutable de que la Tierra tenga miles de millones de años de edad, "en caso de duda, uno no puede apartarse de las Escrituras como son explicadas por los santos Padres".

San Roberto Belarmino
Pero aunque supongamos que no es un dogma de fe, y que puede existir un legítimo desacuerdo entre católicos sobre el asunto, el hecho de ser un tema debatible no significa que sea un tema baladí. Creer que la Tierra tiene miles de millones de años de edad, como predica hoy la gran mayoría de científicos, es, en mi modesta opinión, un error. Aunque no sea una herejía, sí es un error, y Santo Tomás de Aquino dice que un error en nuestra visión del mundo natural distorsiona nuestra visión de las cosas espirituales. Además, es un error con consecuencias terribles, porque aparte de errosionar la infalibilidad de las Escrituras y de la Tradición, posibilita el evolucionismo, que sin los miles de millones de años no puede ser creído ni por el ateo más convencido.

Muchos católicos, al tocar este tema, me acusan de hacer una lectura fundamentalista de las Escrituras, como lo hacen hoy muchas sectas protestantes. Sin embargo, una interpretación literal de la Biblia es la interpretación católica por excelencia. Como espero  haber demostrado con los Padres de la Iglesia, el Génesis desde el principio fue interpretado de manera literal. Por supuesto que hay lecturas alegóricas y simbólicas en la Biblia, y los Padres no renunciaban a ellas. Pero el gran error es creer que un tipo de interpretación excluye el otro. Nada más lejos de la verdad. La lectura figurativa se apoya sobre la lectura literal. Por ejemplo, los Padres unánimamente veían en la Virgen a la Nueva Eva. Para hacer esta lectura figurativa, primera es necesario creer en una Eva literal, porque de otra manera todo queda en el ámbito de la mitología. Otro ejemplo es la interpretación que hacían del Arca de Noé, como figura de la Iglesia Católica, fuera de la cual nadie se puede salvar. Para hacer esta interpretación figurativa del Diluvio, primero es necesario que crean que realmente ocurrió como hecho histórico, no como un cuento de hadas. Si el Diluvio es sólo un bonito cuento, también lo sería la Iglesia, y su exégesis perdería toda su fuerza.

La inerrancia de las Escrituas es dogma de fe. Nadie puede ponerlo en duda sin caer en herejía. La idea, muy extendida desgraciadamente, de que las Escrituras sólo son libres de error en lo que afecta nuestra salvación, y que todo lo demás está susceptible de error, es completamente herética. Dicho error modernista cobró mucha fuerza dentro de la Iglesia con el documento del Concilio Vaticano II, Dei Verbum, que dice lo siguiente:
[Las Escrituras] enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación.
Se puede interpretar este pasaje de manera ortodoxa, pero también de manera heterodoxa, algo típico de los documentos ambiguos del Concilio. Sin embargo, si queremos pisar roca firme, tenemos que retroceder a una época en que la Iglesia hablaba en un lenguaje conciso y claro, para que nadie pudiera confundirse acerca de donde está la verdad, ni escudarse en ambigüedades. La encíclica de León XIII, Providentissimus Deus, de 1893, condena explícitamente el error arriba mencionado y reafirma la doctrina perenne de la inerrancia absoluta de las Escrituras:
Lo que de ninguna manera puede hacerse es limitar la inspiración a solas algunas partes de las Escrituras o conceder que el autor sagrado haya cometido error (…). En efecto, los libros que la Iglesia ha recibido como sagrados y canónicos, todos e íntegramente, en todas sus partes, han sido escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo; y está tan lejos de la divina inspiración el admitir error, que ella por sí misma no solamente lo excluye en absoluto, sino que lo excluye y rechaza con la misma necesidad con que es necesario que Dios, Verdad suma, no sea autor de ningún error. Tal es la antigua y constante creencia de la Iglesia (…) Síguese que quienes piensen que en los lugares auténticos de los libros sagrados puede haber algo de falso, o destruyen el concepto católico de inspiración divina, o hacen al mismo Dios autor del error. (Providentissimus Deus, 45 -47)
León XII, en la misma encíclica, Providentissimus Deus, habla de cómo debemos interpretar las Escrituras:
Siga religiosamente el sabio precepto dado por San Agustín: «No apartarse en nada del sentido literal y obvio, como no tenga alguna razón que le impida ajustarse a él o que haga necesario abandonarlo»; regla que debe observarse con tanta más firmeza cuanto existe un mayor peligro de engañarse en medio de tanto deseo de novedades y de tal libertad de opiniones.
Yo diría que el sentido "literal y obvio" de los primeros capítulos del Génesis es que Dios creó el mundo en seis días, y eso es lo que los católicos siempre han creído. Históricamente siempre hemos sido los católicos los que hemos interpretado las Escrituras de manera literal, frente a los herejes protestantes que han preferido una interpretación figurativa. Pongamos por ejemplo el discurso eucarístico de Nuestro Señor en el capítulo 6 del Evangelio según San Juan. Ningún protestante, que yo sepa, interpreta de manera literal estas palabras:
Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. (Juan 6:53)
Los protestantes tampoco interpretan estas palabras de manera literal:
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; las puertas del Hades no prevalecerán sobre Ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos... (Mateo 16:18,19)
Ellos tuercen el sentido de las Escrituras para encajar con sus doctrinas heréticas. Ahora muchos protestantes progresistas ya ni siquiera fingen creer en la inerrancia de las Escrituras. Interpretan todo como una bonita colección de cuentos con moraleja, sin mayor trascendencia. Convierten la Palabra de Dios en una opinión más, sujeta a su capricho y conveniencia. Los protestantes que siguen creyendo en la inerrancia de las Escrituras interpretan el relato de la Creación de manera literal, y hacen bien porque esa es la interpretación católica tradicional. Donde se equivocan no es generalmente en el Antiguo Testamento, sino en el Nuevo. Su problema es que una Biblia infalible es inútil sin alguien que te dé la interpretación correcta. Al carecer de una autoridad suprema que resuelva sus dudas interpretativas, cada secta propone doctrinas diferentes, y el resultado es un caos. Los católicos, a diferencia de los protestantes, tenemos la enorme ventaja de contar con el Magisterio de la Iglesia. Si seguimos a los Padres, al sensus fidei desde los primeros años del cristianismo, y las declaraciones infalibles de los concilios y los Papas, no podemos equivocarnos. Esto se llama Tradición, y toda la Tradición apunta a una Tierra joven.


Durante demasiado tiempo, en la guerra espiritual contra el mundo, los católicos hemos luchado en retirada, cediendo terreno mientras perdemos batalla tras batalla. Hoy en día muchos católicos se conforman con que el Estado les permita reunirse en un templo a rezar. No se atreven a manifestar su fe en público, mucho menos rezar en público. Muchos ni siquiera se atreven a confesarse católicos, por miedo a las burlas, los desprecios y, hay que decirlo, el odio de gran parte de la sociedad. Siempre sucede lo mismo: cuanto más se ceda, con ánimo de aplacar al Enemigo, cuanto más despiadado es el ataque contra la Iglesia. Pienso que esta racha de derrotas se debe principalmente a que los católicos hemos dudado de la inerrancia de la Palabra de Dios. Nuestra debilidad ante el mundo es en el fondo por una falta de fe en Dios. Al ceder sobre la inerrancia de las Escrituras hemos permitido que el Enemigo dicte las reglas de combate, y ya dijo Napoleón que si pudiera elegir el campo de batalla, siempre ganaría. Renunciar a la inerrancia de las Escrituas y pretender convertir al mundo, es como luchar contra tanques con palos y piedras.

Creo que es hora de retomar algunas plazas que hemos perdido al Enemigo. Los católicos tenemos que volver a creer en lo que Dios nos ha revelado, tal y como los católicos siempre lo han creído. No hubo ningún hombre vivo cuando se creó la Tierra, por lo que nadie puede dar testimonio de ello. Sólo Dios estaba presente, así que sólo Su testimonio tiene valor. Tenemos que volver a fiarnos de Su Palabra, antes que fiarnos de lo que nos cuentan los sabios y entendidos del mundo. Tenemos que quitarnos el complejo de inferioridad ante la Ciencia, como si la Teología fuera una excéntrica pérdida de tiempo en comparación, y no la Madre de las Ciencias. La ciencia es buena. Es una ocupación noble y fascinante investigar los secretos de la Naturaleza creada por Dios. La Iglesia nunca ha estado en contra de la ciencia. Sin embargo, es la fe católica la que debe iluminar la ciencia, no al revés.

jueves, 14 de mayo de 2015

Cuando la ciencia se convierte en religión

Yo no soy científico. No tengo formación académica en ninguna disciplina científica, ni trabajo en el ámbito de la ciencia. Sin embargo, creo que soy una persona que intenta guiarse por el uso de su razón. Me gusta pensar las cosas, meditarlas, y finalmente llegar a conclusiones, basadas en la información a mi disposición y donde me lleva la aplicación de la lógica. Así que, en este sentido más amplio, sí se puede decir que soy "científico".


Supuestamente la ciencia se basa en el uso de la razón aplicada al mundo natural. El "método científico" consiste en proponer hipótesis y luego, mediante experimentos y observaciones empíricas, llegar a formular conclusiones. Esto es la teoría. Sin embargo, la triste realidad es que la ciencia hoy en día está dominada por fuerzas que nada tienen que ver con la búsqueda desinteresada de la verdad. Más bien se mueve por el dinero, la política, y la soberbia. Por esta razón, en cierto sentido, creo que soy más "científico" que muchos científicos profesionales.

Max Planck, el premio Nobel de física, dijo lo siguiente en 1948:
Una nueva verdad científica no triunfa convenciendo a los adversarios y haciéndoles ver la luz, sino porque con el tiempo esos adversarios mueren y surge una nueva generación que ya se ha familiarizado con esa verdad.
Es decir, la comunidad científica suele ser muy poco razonable, y teniendo en cuenta que es un colectivo que debería destacar por su sed de conocimiento, es poco abierta a ideas nuevas, especialmente las que ponen patas arriba sus teorías más importantes. No olvidemos que los científicos que gozan de cierto estatus en su ámbito, igual que cualquier profesión, por lo general harán lo que sea necesario para mantenerlo. Es hasta cierto punto comprensible que no quieran exponerse al ridículo y a la marginación de sus colegas, por defender una idea subversiva. Saben que si lo hacen, además de sufrir el ostracismo de la comunidad científica, con mucha probabilidad perderán su medio de vida. Se les expulsará de las facultades, se prescindirá de sus servicios en los seminarios y ponencias, y nadie querrá publicar sus trabajos.

Esta falta de racionalidad y la resistencia a ideas subversivas dentro de la comunidad científica es muy evidente en el campo de la evolución. Los evolucionistas insisten en que ahora toda persona culta debe reconocer la verdad de su teoría, y repiten hasta la saciedad que hay "un consenso de la comunidad científica" (lo cual es mentira), pero ante hechos que ponen en jaque el evolucionismo, reaccionan como avestruces, metiendo la cabeza en la arena y fingiendo que no han visto nada. Un ejemplo de ello es este vídeo sobre tejidos blandos que han encontrado en huesos de dinosaurios.


Transcribo algunos trozos de la entrevista a la Dra. Mary Schweitzer, descubridora de los tejidos en un hueso de la pierna de un tiranosaurio.

Entrevistadora 1: Díganos, ¿qué importancia tiene este descubrimiento?

Dra. Schweitzer: Es posiblemente muy importante. Ahora, antes de hacer más análisis, sólo puedo decir que mola mucho. [risa] .....

Enrevistadora 2: ¿Es asombroso encontrar tejidos blandos en ese hueso, y qué nos puede decir ese tejido?

Dra. S.: Es realmente increíble. En realidad es estremecedor, porque contradice todo lo que sabemos sobre cómo se degradan los tejidos y las células. Es algo que ninguno de nosotros podía haber esperado o predicho. Creo que es importante recordar que no sabemos lo que es. Parecen capilares sanguíneos, parecen células y se comporta como células, pero no hemos hecho el análisis químico que nos permitirá decir con seguridad lo que es. .....

Entrevistador 1: Una de las cosas más emocionantes de este descubrimiento, corríjame si me equivoco, es el hecho de que esto estaba fosilizado. Después de 70 millones de años uno no se espera encontrar tejidos blandos en un hueso, ¿verdad?

Dra. S.: En absoluto, no. Fue absolutamente estremecedor.

Entrevistador 1: Así que habrá que reescribir los manuales sobre la fosilización, supongo.

Dra. S.: Esa es la parte emocionante para mí. Siempre me ha fascinado cómo las cosas cambian, cómo pasan de un ser viviente a formar parte de las rocas. Como dije, gran parte de nuestra ciencia no permite esto; toda la química, todos los experimentos sobre la degradación que hemos hecho. Si esto se comprueba que son restos del dinosaurio, tendremos que replantearnos los modelos básicos de la fosilización. ..... Esto no parece posible. No lo puedo explicar, para ser sincera.

Tejidos blandos en un hueso de tiranosaurio, que supuestamente tiene 70.000.000 de años

Yo sí que lo puedo explicar. Hasta mi hija de seis años lo puede explicar. La explicación evidente es que dicho hueso de dinosaurio no tiene 70 millones de años, sino unos pocos miles como mucho. Pero esta es la explicación que jamás aceptarán la Dra. Schweitzer y los evolucionistas, porque destruye de un plumazo toda su teoría de la evolución.

La evolución darwinista necesita periodos de tiempo enormes para que parezca mínimamente plausible. En realidad los millones de años son una cortina de humo en un truco de prestidigitador. Sabemos por experiencia y por sentido común, y además la Revelación Divina así nos lo dice, que un tipo de animal no se convierte en otro. Cada criatura engendra "según su especie", dice el libro del Génesis. Nadie ha visto un pez al que le crecen patas y sale del agua; nadie ha visto un lagarto al que le crecen alas y se echa a volar; nadie ha visto un mono que se convierte en un ser humano. Y sin embargo, según los evolucionistas estas cosas tan absurdas realmente ocurrieron. Sólo añaden: pero todo ocurrió muy despacio, hace millones de años, por lo que es imposible observarlo. Así que nos tenemos que creer, por fe ciega, algo que nadie ha visto nunca, que nadie puede explicar, y que va en contra de toda lógica y la Palabra de Dios.

La Dra. Schweitzer admite que no tiene explicación para los tejidos blandos en un hueso de dinosaurio. Admite que va en contra de todo lo que sabemos de la química, y de todos los experimentos sobre la degradación de tejidos. En un laboratorio se puede hacer muchos tipos de experimentos, y comprobar cuánto tarda la materia orgánica en descomponerse en distintas condiciones. Esto es ciencia. Es algo que se puede observar, medir y repetir. Sin embargo, la evolución es pura religión. No hay nada que se pueda ni observar, ni medir, y por supuesto es irrepetible. ¿No sería más razonable que una persona científica, en caso de conflicto, crea antes lo que sabe por miles de experimentos controlados, que una teoría religiosa que carece de basa empírica? Pues, no. La Dra. Schweitzer está dispuesta a tirar por la borda "toda la química" (en sus propias palabras), antes que renunciar a su fe en la evolución.


Ese descubrimiento fue en 2007. Poco después, otro científico, Mark Armitage, de la Universidad Estatal de California, también encontró tejidos blandos en un hueso de dinosaurio, esta vez en el cuerno de un triceratops. Este hombre, un creacionista convencido, publicó sus trabajos en las revistas científicas más prestigiosas del mundo, pero se cuidó muy bien de hablar sólo de morfología, sin referirse a la edad de los especímenes. En sus clases sí hablaba libremente con los alumnos sobre sus ideas, y les explicaba que las pruebas científicas apuntaban a una Tierra joven, como se deduce de la Biblia, no los miles de millones de años que nos suelen contar. ¿Cuál fue el resultado? Por atreverse a contradecir el dogma del evolucionismo y sus millones de años, fue despedido de la universidad, y se unió a una larga lista de investigadores y académicos que han perdido su puesto de trabajo por afirmar su fe en la Palabra de Dios, en contra del evolucionismo. 

La pregunta que cada uno se tiene que hacer es: ¿qué religión prefiero: la que ha sido revelada por Dios, o la que ha sido revelada por la "comunidad científica"? El catolicismo y el evolucionismo son religiones, porque ambos se basan en la fe, en el testimonio de otros, no en lo que se puede observar y comprobar por medios empíricos. La enorme diferencia es la fiabilidad de las fuentes. La fuente del catolicismo, la única religión verdadera, es Dios Todopodersos, el que "no puede engañar ni engañarse"; mientras que la fuente del evolucionismo son los científicos, meros hombres, falibles y mentirosos. Que cada uno elija. Yo, junto con San Pablo, puedo decir: sé de quién me he fiado. (2 Timoteo 1:12)

martes, 5 de mayo de 2015

El lamentable caso de González Faus, SJ

Hasta anteayer tenía la dicha de no saber quién era este personaje. Sin embargo, el sábado pasado por la mañana mientras desayunaba, como de costumbre, eché un vistazo a las noticias de varios portales católicos, y leí el siguiente titular: El jesuita González Faus niega el parto virginal de Jesucristo. ¡Casi me atraganto con mis tostadas!

Por lo visto, el jesuita en cuestión es un fan del nuevo partido político Podemos. [Para los que desconocen el panorama político español, Podemos es un partido populista neo-marxista, con claras influencias del chavismo venezolano.] Dejaré al margen la cuestión de la ideología política del jesuita, aunque no deja de ser inquietante que un ministro de Jesucristo apoye un partido tan abiertamente anticlerical, porque me quiero centrar en la herejía que suelta en su escrito sobre este partido. Escribe literalmente estas palabras:
Luego de estos análisis particulares quedan dos lecciones universales por recordar:
La primera es que no hay partos virginales (ni siquiera el de Jesús lo fue): la vida nace siempre en medio de suciedad y desechos; pero es vida y promesa lo que allí nace.
González Faus, vestido con el uniforme jesuita: de abuelito pasado de moda
¿Qué tipo de religioso se atreve a escribir una herejía semejante? Tras una breve búsqueda en internet, me entero de que tiene una larga trayectoria de "formador" en varias instituciones católicas. Ha escrito un montón de libros, en los que ha defendido posturas típicamente progresistas,- desde la "apertura" de la moral católica y la aceptación de prácticamente todas las perversiones sexuales imaginables, hasta la venta de los bienes de la Iglesia para beneficio de los pobres, pasando por la "democratización" y "modernización" de todas las instituciones de la Iglesia. Y en esto de negar dogmas de fe no es ningún aficionado. Dogmas que ha negado, aparte de la virginidad perpetua de María, incluyen la existencia del Infierno y la obra redentora de Jesucristo en la Cruz.

Tengo curiosidad por saber cómo serían unos ejercicios espirituales ignacianos con el Padre González Faus (no tanta curiosidad que yo mismo me apuntaría; sólo lo suficiente para imaginármelo). En particular, sería interesante saber cómo predicaría el quinto ejercicio de la primera semana, que consiste en una meditación sobre el Infierno. ¿Cómo se medita sobre algo en cuya existencia no se cree? El Padre nos da alguna pista en su infecto libro, Sexo, verdad y discurso eclesiástico (Sal Terrae, 1993). En la página 26 dice esto:
Soy de tradición jesuítica y admiro muchísimas cosas de San Ignacio...[Pero] me temo que de una de las cabezadas más inoportunas de mi fundador (y que, curiosamente, es casi lo único que influyó en la decadente Iglesia del XIX y comienzos del XX) brotó la petición que pone antes de la meditación sobre el infierno:

“para que, si del amor del Señor eterno me olvidare por mis faltas, a lo menos por el temor de las penas me ayude para no venir en pecado.”
Como reflexión aparte, es curioso que llame "decadente" a la Iglesia del siglo XIX y comienzos del XX; la Iglesia que dominó Occidente, evangelizó media África e hizo millones de conversos en Asia. Claro, según la perspectiva del P. González Faus, la Iglesia no renacería hasta el Concilio Vaticano II. El hecho de que ese acontecimiento marcó un antes y un después nadie lo discute. El problema es que los progresistas llaman blanco a lo que es negro, y vice-versa. Fue a partir del Concilio que Europa, cuna de la civilización cristiana, apostató de la Verdadera Religión, y como perro que vuelve a  su vómito, regresó al paganismo. Fue a partir del Concilio que América sucumbó al empuje de las sectas y el catolicismo empezó su gran retirada. Fue a partir del Concilio que los seminarios y conventos se vaciaron. Sin embargo, para los progres la realidad nunca ha sido un impedimento a su ideología, y para el Padre todo ese desastre constituye la Primavera Eclesial tan anhelada.

Es evidente que hoy San Ignacio duraría en su Compañía de Jesús lo que un caramelo en la puerta de un colegio. No sé si el santo se largaría antes de que le echaran los jesuitas modernos. Lo que está clarísimo es que el espíritu misionero militante del primero es diametralmente contrario al dialoguismo buenista de los segundos, que toleran todos los sacrilegios y bendicen todas las falsas religiones. La ortodoxia intransigente del primero choca con la fe (¿?) permeable y cambiante de los segundos. El celo por la gloria de Nuestro Señor y Su Santísima Madre del primero contrasta con la tibieza de unos pobres desgraciados, que se han olvidado de lo que significa ser católico, y prefieren el aplauso del mundo al amor de Dios.

Magífica estatua de San Ignacio aplastando al hereje Lutero. Iglesia de San Ignacio, Roma.
Si la Iglesia no estuviera infiltrada por masones y herejes, el P. González Faus y sus seguidores serían excomulgados en menos de que cante un gallo. Pero si el lector piensa que tras proferir su última herejía, tras blasfemar contra María Santísima, alguien en la jerarquía reprenderá a este individuo, y será finalmente castigado, que se espere sentado. Nadie hará nada.

Si el P. González Faus hubiera dedicado su sacerdocio a difundir el mensaje de la Virgen en Fátima, pidiendo la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón, se hubiera metido en problemas, como le pasó al recientemente fallecido Padre Gruner, un santo sacerdote que estuvo ilegalmente suspendido a divinis durante décadas. Si el P. González Faus hubiera dedicado su sacerdocio a formar seminaristas en la recta doctrina tradicional y fomentar la piedad católica, le hubieran hecho la vida imposible, como lo hicieron a Monseñor Livieres, hace poco injustamente depuesto de su sede episcopal. Si el P. González Faus hubiera dedicado su sacerdocio a buscar la santidad diciendo la Misa Tradicional, le hubiera pasado como a los frailes de la Inmaculada cuya orden ha sido desmantelada de forma criminal.

La triste pero inevitable conclusión es ésta: un religioso que niega dogmas de fe es algo que se tolera en la Iglesia Católica de hoy. Lo que lamentó San Basilio Magno en el siglo IV, durante la crisis arriana, también es cierto hoy en día:

Sólo una ofensa se castiga vigorosamente en la actualidad: la observancia estricta de las tradiciones de nuestros padres.





viernes, 1 de mayo de 2015

Morir Mal II

Morir mal es morir en pecado, y sin duda muere en pecado quien rechaza la oportunidad de arrepentirse de sus ofensas a Dios. Por esta razón siempre se ha considerado una desgracia morir repentinamente. Una muerte repentina no permite recibir los sacramentos,  ni reconciliarse con Dios, en el caso de que uno ha estado viviendo de forma desordenada. Un ejemplo de una mala muerte es lo que cuenta el libro Hechos de los Apóstoles, la historia de Ananías y Safira.
Un hombre llamado Ananías, junto con su mujer, Safira, vendió una propiedad, y de acuerdo con ella, se guardó parte del dinero y puso el resto a disposición de los Apóstoles. Pedro le dijo: «Ananías, ¿por qué dejaste que Satanás se apoderara de ti hasta el punto de engañar al Espíritu Santo, guardándote una parte del dinero del campo? ¿Acaso no eras dueño de quedarte con él? Y después de venderlo, ¿no podías guardarte el dinero? ¿Cómo se te ocurrió hacer esto? No mentiste a los hombres sino a Dios». Al oír estas palabras, Ananías cayó muerto. Un gran temor se apoderó de todos los que se enteraron de lo sucedido. Vinieron unos jóvenes, envolvieron su cuerpo y lo llevaron a enterrar.
Unas tres horas más tarde, llegó su mujer, completamente ajena a lo ocurrido. Pedro le preguntó: «¿Es verdad que han vendido el campo en tal suma?». Ella respondió: «Sí, en esa suma». Pedro le dijo: «¿Por qué se han puesto de acuerdo para tentar así al Espíritu del Señor? Mira junto a la puerta las pisadas de los que acaban de enterrar a tu marido; ellos también te van a llevar a ti». En ese mismo momento, ella cayó muerta a sus pies; los jóvenes, al entrar, la encontraron muerta, la llevaron y la enterraron junto a su marido. Un gran temor se apoderó entonces de toda la Iglesia y de todos los que oyeron contar estas cosas. (Hechos 5:1-11)
San Pedro con Ananías muerto a sus pies
En ambas muertes el autor, San Lucas, recalca el temor que se apoderó de todos. Es el saludable temor de Dios, principio de la Sabiduría, una recomendación constante de las Escrituras. Dios quiso fulminar a estas dos personas para dar un ejemplo a los demás, para que nadie se llevara a engaño: de Dios nadie se mofa. Con un solo pecado mortal es suficiente para condenarse, y nadie le puede reprochar al Señor lo que hizo con Ananías y Safira. ¿Acaso Dios no era dueño de su vida? Esta historia nos recuerda que Dios puede poner término a nuestra vida mortal en cualquier instante, como un hombre que con un ligero soplo apaga una vela. Cada latido de nuestro corazón, cada respiración está contado por Dios, 

No todas las muertes de los malvados son así de espectaculares. En el caso de Ananías y Safira, Dios intervino de manera milagrosa, pero normalmente usa causas secundarias (accidentes, enfermedades, contrariedades diversas) para llamar al arrepentimiento o para castigar al pecador impenitente en sus últimos momentos de vida terrenal. Este es el caso del peor heresiarca de los tiempos modernos, Martín Lutero. No le ocurrió nada tan extraordinario como a Arrio (ver la primera parte de esta serie), ni tampoco el Señor le fulminó como a Ananías y Safira. Simplemente se le permitió que viviera lo suficiente para ver por sí mismo los frutos amargos de su rebelión contra la Iglesia de Jesucristo.

A la vez que la salud de Lutero se debilitaba, el dolor le amargaba y se volvía extremadamente colérico. El dolor en un hombre virtuoso es como el fuego que purifica, que le sirve para alcanzar cotas altísimas de santidad. Sin embargo, en este hombre depravado le agrió totalmente el carácter. En sus últimos diez años Lutero padecía de dolores fortísimos provocados por piedras en los riñones, tinnitus (pitidos en los oídos), cataratas en un ojo, desmayos, indigestión, artritis y angina. Como digo, esto no hubiera sido obstáculo para su santificación, de haber abjurado sus herejías y vuelto a la comunión con Roma. Pero al obcecarse en su pecado y carecer de la gracia de Dios, estos dolores se le volvieron cada vez más insoportables.

Lutero en su lecho de muerte.
Es sabido que en sus últimos años se peleó con prácticamente todos sus amigos y aliados en la causa del incipiente protestantismo. Su esposa Katherine le recriminó públicamente su mal carácter, y hasta Melanchton, su aliado incondicional en la rebelión contra Roma, reconoció con tristeza que al final de su vida Lutero no era más que un gruñón cascarrabias, que trataba con impaciencia y agresividad a todas las personas que se le acercaban.

Esta amargura pienso que tenía su raíz en el remordimiento, que debió de ser un tormento aún peor que sus dolores físicos. Esto lo explica muy bien Tomás Kempis en su Imitación de Cristo:
La gloria del hombre bueno, es el testimonio de la buena conciencia. Ten buena conciencia, y siempre tendrás alegría. La buena conciencia muchas cosas puede sufrir, y muy alegre está en las adversidades... No es dificultoso el que ama gloriarse en la tribulación; porque gloriarse de esta suerte, es gloriarse en la cruz del Señor.
La mala conciencia siempre está con inquietud y temor... Los malos nunca tienen alegría verdadera ni sienten paz interior; porque dice el Señor: No hay paz para el impío. (Libro II, capítulo VI)
¿Por qué motivos pienso que tenía remordimientos? Primero, sabía que tenía las manos manchadas de la sangre de incontables miles de campesinos alemanes que, azuzados por la retórica incendiaria del nuevo protestantismo y hartos de tanto abuso de poder, se habían rebelado contra la nobleza en todo el país. Lutero, al ver que su "reforma" corría peligro de ser aplastada como las milicias campesinas, cambió pronto de chaqueta y se alió con los nobles. En 1525, cuando la derrota de los campesinos era previsible, el "gran defensor del hombre común" escribió lo siguiente:
Contra las hordas asesinas y ladronas mojo mi pluma en sangre: sus integrantes deben ser aniquilados, estrangulados, apuñalados, en secreto o públicamente, por quien quiera que pueda hacerlo, como se matan a los perros rabiosos. 
Otro motivo para sentir remordimiento fue la bigamia del landgrave Felipe de Hesse, uno de los principales valedores de la nueva religión de Lutero. Este noble, encantado con la revuelta contra Roma si servía sus intereses políticos, quería contraer matrimonio con una mujer de diecisiete años, hija de su dama de llaves, a pesar de que aún vivía su legítima esposa. Le escribió a Lutero para que encontrara la manera de bendecir esta unión adúltera, con la clara amenaza de que si no lo hacía retiraría su apoyo a su "reforma" religiosa. Lutero no solamente le dio su bendición a la bigamia del landgrave, sino que luego mintió públicamente sobre el asunto para evitar la ira de otros nobles.

Finalmente, Lutero vivió suficiente para ver en que iba a acabar su nueva religión: miles de sectas separadas entre sí, sin unión doctrinal, sacramental o disciplinar. Sus peleas con otros "reformadores", como Zwingli y Calvino, fueron un motivo de enormes disgustos, pero en el fondo fueron absolutamente inevitables. Una vez se rechaza el pilar y fundamento de la verdad, la Iglesia Católica (1 Timoteo 3:15), cualquiera es libre de inventar los dogmas que más le plazcan, y habrá tantas religiones como teólogos protestantes. Frente a sus "hermanos" protestantes Lutero profirió frases tales:
  • Los zwinglianos luchan en contra de Dios y los sacramentos como los más inveterados enemigos de la Palabra divina.
  • Esos son herejes y apóstatas, siguen sus propias ideas en lugar de la tradición de la cristiandad, por pura malicia inventan nuevas formas y métodos.
Pienso que en sus últimos años Lutero era consciente de que al abrir la caja de Pandora de la libre interpretación de las Escrituras había destruido para siempre la unidad religiosa de Europa. La antigua Cristiandad quedó herida de muerte. Tuvo que ser doloroso comprobar que la aplicación lógica de sus propias ideas llevaba a la anarquía religiosa y, en última instancia, al ateísmo.

Lo que se desprende de sus escritos es que los últimos días de Lutero fueron marcados primero por el odio hacía todos sus adversarios, y segundo por una degeneración moral cada vez más desenfrenada. Tres años antes de su muerte, en 1543, escribió Sobre los Judíos y sus Mentiras, donde expresó un odio feroz contra esta raza, y propone la siguiente línea de actuación contra ellos:
  • En primer lugar, debemos prender fuego sus sinagogas o escuelas y enterrar y tapar con suciedad todo lo que no prendamos fuego.
  • En segundo lugar, también aconsejo que sus casa sean arrasadas y destruidas. Porque en ellas persiguen los mismos fines que en sus sinagogas. 
  • Seremos culpables de no destruirlos.

Poco antes de su muerte, en 1546, predicó cuatro sermones contra los judíos en Eisleben, que siguen en la misma tónica. Ningún buen cristiano, por deplorable que sea la incredulidad y perversidad de un pueblo, puede justificar estas barbaridades contra los judíos, como por ejemplo tacharlos de cerdos revolcados en sus propios excrementos, o de infectos gusanos. ¿De dónde viene tanto odio hacía los judíos? Resulta llamativo que veinte años atrás Lutero se había expresado de una manera muy diferente:
Teólogos absurdos defienden el odio a los judíos... ¿Cómo consentirán los judíos en unirse a nuestras filas, viendo la crueldad y la animosidad que les dirigimos, si en nuestro comportamiento hacia ellos nos parecemos a los cristianos menos que las bestias?
La respuesta es clara: en su ingenuidad Lutero albergó esperanzas de que los judíos se unieran al movimiento protestante, y al ver que no querían saber nada ni de él ni de sus herejías, su actitud tolerante y dialogante se tornó en ira furibunda. Exactamente lo mismo le ocurrió al fundador de otra falsa religión, Mahoma. Por lo visto los heresiarcas tropiezan una y otra vez con la misma piedra. Está profetizado que los judíos no se convertirán en masa hasta los últimos tiempos, poco antes de la Segunda Venida de Nuestro Señor.

Es también conocido el odio visceral de Lutero hacía la Iglesia Católica, y en particular el Papa, del cual escribió, entre otras muchas lindezas: viendo que el Papa es el Anticristo, creo que es un demonio encarnado. En sus últimos años se exacerbó, hasta el punto de despedirse de sus seguidores con la fórmula Dios os llene de odio hacía el Papa.

Al rechazar cualquier ascética tradicional y confiar en su herética doctrina de la Sola Fide, en sus años postreros se descontroló por completo la concupiscencia de Lutero, quien no dudó en seguir su propio consejo de pecar con valentía. Las frases soeces de algunos tratados de sus últimos cinco años de vida son irreproducibles en este medio, y harían sonrrojar hasta  al más convencido protestante. Las nueve caricaturas que Lutero encargó en su último año de vida a Lucas Cranach contra el Papado fueron tan groseras que hasta sus amigos las retiraron de circulación. El tratado de 1545, Contra el Papado, establecido por el Demonio, nunca ha sido publicado por sus seguidores, porque su vulgaridad y vileza son un poderosísimo argumento en contra de las tesis de Lutero; cualquiera con un mínimo de decencia se da cuenta de que un hombre con una retórica tan llena de odio y suciedad no puede un elegido de Dios para reformar Su Iglesia.

La cara de Lutero en su muerte, a partir de una máscara de yeso
Lutero, lejos de retractarse de sus herejías, se reafirmó en ellas con su última palabra. A la pregunta de sus compañeros en su lecho de muerte: Reverendo Padre, ¿estás preparado para morir confiando en Nuestro Señor Jesucristo y confesar la doctrina que en Su nombre has predicado?, respondió con un débil . En resumen, la muerte de Lutero seguramente fue la consecuencia lógica de su vida: la misma soberbia que le llevó a torcer la Revelación Divina para su conveniencia le impidió arrepentirse de sus pecados en el último momento.