Cristo de la Luz

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martes, 4 de noviembre de 2014

El Sínodo y la Misericordina

El Sínodo Extraordinario sobre la Familia que se celebró el pasado mes de octubre en el Vaticano, en su primer documento o relatio, dijo varias cosas que son difícilmente reconciliables con la moral católica. Dijo que había que "aceptar y valorar" las relaciones homosexuales, barajó la posibilidad de permitir la comunión para las personas que viven en un estado de adulterio, y exhortó a todos los pastores de la Iglesia a subrayar los "aspectos positivos" de situaciones que son objetivamente pecaminosas. Tras este "terremoto eclesial", como lo tildó el New York Times, hubo (gracias a Dios) protestas de buena parte del Colegio Cardenalicio y una reacción vigorosa de varias instituciones católicas en todo el mundo. Era "una traición" a la fe católica, decía The Voice of the Family Coalition, la asociación de grupos católicos pro-vida más importante de EEUU. El Cardenal Müller, Prefecto para la Congregación de la Fe, dijo que dicho documento carecía de base escriturística y magisterial, y el Cardenal Napier describió el documento como algo "indigno, vergonzoso, y totalmente equivocado."

En el documento final se pudo medio arreglar el texto, purgando los párrafos que contradecían claramente la moral de la Iglesia. Muchos conservadores han querido ver en esto una victoria final para la Verdad y una derrota para los modernistas. Ojalá la cosa fuera tan fácil, pero si nos fijamos en lo que realmente pasó en las votaciones de la última sesión del Sínodo, veremos que una mayoría de obispos votó a favor de cambiar la moral católica (si es que tal cosa pudiera hacerse). Sólo el requisito establecido de una mayoría cualificada de dos tercios evitó que se incluyesen los pasajes polémicos. Por ejemplo, sobre el tema de admitir a la comunión a las personas que se han divorciado y vuelto a casar, es decir a personas que viven en adulterio, sólo 74 obispos se opusieron, mientras que 104 votaron a favor. Este hecho escandaloso debería ser la gran noticia, no que se ha evitado in extremis una catástrofe para la Iglesia. Si hay una mayoría de obispos que claramente ya no profesan la fe católica, es fácil predecir que en el Sínodo de 2015 el Papa Francisco conseguirá los dos tercios requeridos, nombrando en el año que falta a los obispos progresistas que necesite.

Hoy en día somos testigos de cómo se ha colado en el seno de la Iglesia Católica una falsa misericordia. Los que gobiernan la Iglesia, siguiendo el ejemplo de Francisco, no sólo predican sobre la necesidad de aceptar a todas las personas, a pesar de sus vicios y defectos, lo que está bien y en plena consonancia con el Evangelio, sino que llegan a aplaudir esos vicios y defectos, lo cual es una traición en toda regla. Hablan de aceptación, de acogida, de amor, sin hablar de la necesidad del arrepentimiento o de guardar los Mandamientos de la Ley de Dios. Esta "misericordina" no es más que un engaño del mismísimo Satanás. El pecado ya no se nombra, por no querer ofender al pecador, y si ya no se habla del pecado, ¿cómo se van a arrepentir de sus pecados los que viven alejados de Dios? La tarea evangelizadora se antoja difícil, por no decir imposible, si el núcleo de la Buena Nueva carece de sentido. ¿La buena noticia no era precisamente que Nuestro Señor murió por nuestros pecados? Si ya no tenemos pecados, porque ahora resulta que todos somos fantásticos, significa que el sacrificio de Jesucristo en la Cruz fue en vano, porque si no tenemos pecado, no necesitamos Redención. Más valdría abandonar cualquier esfuerzo misionero por llevar la Religión Católica a los que aún no la conocen, y convertir las órdenes misioneras en ONG´s. Si la Cruz es prescindible, quiere decir que profesar una religión u otra será meramente cuestión de gusto, una herencia sociocultural sin trascendencia.

El Cardenal Burke
A pesar del espectáculo penoso (aunque bastante previsible) de una reunión de obispos que votan en contra del mismo Cristo, hay algo bueno que podemos sacar de todo esto. Me refiero a la reacción, que ha sido mucho más importante de lo que cabía imaginar. Hasta grupos e individuos que nunca asociaríamos con el sector "tradicionalista" de la Iglesia han alzado la voz para defender las enseñanzas perennes de nuestra Santa Religión. Y entre todas estas voces que claman a favor de la Verdad de Nuestro Señor hay una que sobresale: la del Cardenal Burke. Mis lectores sabrán que este prelado, hasta hace poco Prefecto de la Signatura Apostólica, el máximo tribunal de la Iglesia, fue depuesto recientemente por Francisco. No sería demasiado arriesgado conjeturar que la valentía del buen cardenal a la hora de denunciar el error y defender la verdad, no ha gustado mucho en el entorno de Francisco, y que algo tendría que ver en su humillante salida de la Curia. Sin embargo, creo que al bando modernista este tiro les ha salido por la culata, porque por echarle del Vaticano no se han quitado de en medio a Burke; en un mundo globalizado y digitalizado sus palabras se seguirán difundiendo, aunque viva desterrado en una remota isla del Pacífico. Además, nos han dado a los del bando opuesto algo mucho más valioso que una pieza en la administración vaticana: nos han dado a un líder. Igual que en los turbulentos años posconciliares, Monseñor Lefebvre catalizó la resistencia antimodernista, hoy el Cardenal Burke puede liderar a los que nos oponemos a los cambios en la moral que propone Francisco. Dios lo quiera.

Se está librando una batalla especialmente intensa entre el mundo y la Iglesia sobre la homosexualidad. Muchos no entendemos porqué en un sínodo sobre la familia se trata este tema (¿qué tendrá que ver este trastorno con la familia?), pero fue ciertamente uno de los puntos calientes. Hace tiempo que el mundo ha decidido que la homosexualidad es otro "modo de vida" tan digno como cualquier otro. Con la propaganda rosa el mundo insiste una y otra vez que, lejos de avergonzarse por los abominables actos que cometen, los sodomitas deberían estar "orgullosos" de ser como son y de hacer lo que hacen. No contentos con esto, el mundo quiere que se equipare el santo matrimonio entre un hombre y una mujer, unidos en fidelidad hasta la muerte, con la unión contra natura entre dos personas del mismo sexo. Ya ha conseguido en muchos países occidentales que se equiparen legalmente, pero todavía no le basta. El mundo quiere que la Iglesia Católica bendiga esta aberración. El Papa ya ha hecho guiños al lobby "gay", por lo que goza de una popularidad descomunal entre ambientes mundanos. Es adorado y encumbrado por personas que se jactan de sus pecados a la vez que luchan contra la familia y el orden socal cristiano. Un buen ejemplo de ello es el cantante y activista sodomita, Elton John, que el otro día pidió la canonización (en vida) de Francisco por su contribución a la causa homosexual. El mundo quiere que la Esposa de Cristo se prostituya con el impío, que dé la espalda a Dios. Quiere, en definitiva, que la Iglesia diga que lo que está mal está bien. Y lo peor es que tiene muchas posibilidades de lograrlo en el Sínodo del año que viene.

En el año 2011 Celebrate Life Magazine publicó un artículo de Eric Hess, que la semana pasada recordó Alpha y Omega Es interesante leer esto a la luz de los acontecimientos recientes; primero, por su temática, la homosexualidad, y segundo, por uno de los protagonistas, el Cardenal Raymond Burke. Resumiendo la historia, cuando éste aún era obispo de La Crosse, Wisconsin, el autor del artículo, entonces un activista homosexual, le escribió una carta en la que renunciaba a la fe católica. Monseñor Burke le respondió diciendo que las puertas de la Iglesia siempre estarían abiertas si alguna vez quería volver, y que rezaría para que ese día llegara pronto. Luego el Señor Hess tuvo una conversión y volvió a la Iglesia. Tras años de vivir en un infierno de pecado, ahora vive en castidad y es un firme defensor de la moral tradicional de la Iglesia. Recalca la actitud amorosa de Monseñor Burke, que en todo momento le dijo la verdad acerca del pecado de la sodomía, a la vez que le ofrecía la misericordia del Señor.


Los que acusan a los católicos de ser duros de corazón por "juzgar" a los homosexuales, se olvidan de que no existe Misericordia sin Verdad. Mentir a la gente no es misericordioso. Decirles que pueden actuar siguiendo sus impulsos sin temor a las consecuencias, es una falta de caridad, porque es orientarlos hacía la Condenación Eterna. Y lo mismo que digo para los homosexuales vale para los divorciados que se han vuelto a casar por lo civil. Si queremos ser caritativos con ellos debemos empezar por hacerles saber que están viviendo en pecado, y si mueren lo más probable es que irán al Infierno. ¿Cómo podemos decir que amamos a una persona, si nos es indiferente la suerte de su alma?  El que diga que odiamos a los homosexuales simplemente por decirles que su condición es un trastorno y que la sodomía es un pecado, no sabe lo que dice. ¿Acaso un juez odia a un delincuente por dictarle sentencia? ¿Acaso un policía odia a un motorista por advertirle de que conduce demasiado de prisa? ¿Accaso un padre odia a su hijo por imponerle un castigo merecido? 

Todos los que somos padres sabemos que a menudo hay que ser firmes para buscar lo mejor para los hijos. No se puede decir que sí a todo lo que te pide un hijo, y no se puede buscar siempre el camino fácil para evitar confrontaciones. Si es necesario que un hijo llore porque no consigue lo que quiere, si al decir "no" herimos los sentimientos del hijo, que así sea. Nuestra esperanza debe ser que cuando sea mayor nos agredecerá haberle prohibido lo que le hubiera dañado el alma. Ser padre, igual que ser pastor de la Iglesia, conlleva ser a veces muy impopular. Es un abuso cuando el que tiene autoridad, sea en el ámbito que sea, busca sólo el aplauso de la gente, porque en lugar de ejercerla en pro del bien común, la ejerce para su beneficio egoista. Cuando el Papa Francisco, refiriéndose a los homosexuales, dijo su famosa frase "¿quién soy yo para juzgar?", obtuvo el aplauso del mundo. Hasta fue elegido "hombre del año" de una revista sodomita (¡un dudoso honor!). Sin embargo, tendrá que dar cuenta a Dios por ese abuso de su autoridad, porque en vez de buscar el bien,- la conversión de los pecadores,- les confirmó en su pecado, dando a entender que "no pasa nada", aunque hagan lo que es "abominable" a los ojos de Dios (Levítico 18:22).    

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