La batalla que se está librando desde hace más de un año y que
llegará a su desenlace final con la segunda sesión del Sínodo
Extraordinario sobre la Familia, afecta a todo el mundo sin excepciones.
Si la Iglesia Católica renuncia a la indisolubilidad del matrimonio,
afecta primero a las personas casadas. Yo estoy felizmente casado,
gracias a Dios (bueno, con los roces normales para una pareja que lleva
bastantes años de vida matrimonial). Me afecta, a pesar de no tener
ninguna intención de "anular" mi matrimonio, porque, de manera similar a
la devaluación de una moneda, si la Iglesia devalúa el matrimonio
sacramental con rebajas de todo tipo, equiparándolo con relaciones
adúlteras y hasta con uniones contra natura, también devalúan lo mío. Si
yo invierto en dólares y de pronto el dolar vale la mitad que antes,
salgo perdiendo. Si yo he "hipotecado" mi vida para unirme en matrimonio
con una mujer hasta la muerte, y luego el Papa Francisco viene y dice
que da igual ser fiel a tu esposa que irte con otra más joven, porque
"Dios es misericordioso", ¿qué cara de tonto se me va a quedar? Si ahora
a todo se le va a llamar "matrimonio", yo quiero que lo mío se llame
otra cosa, porque tengo claro que no es lo mismo.
Afecta a los
niños, porque ellos serán las principales víctimas de la devaluación del
matrimonio. Lo estamos viendo desde hace varias décadas, desde que la
gente dejó de creer que el matrimonio era para siempre; niños con
síndrome de alienación parental, viajando como paquetes de un sitio a
otro, que crecen sin la estabilidad emocional que aporta un matrimonio
duradero; niños con dos papás, dos mamás, varias casas pero ningún
hogar; niños desprotegidos y abusados por los novios de su madre, etc.
¿Cómo van a querer casarse el día de mañana los niños que han vivido
este sufrimiento desde pequeños, que no han experimentado la alegría de
una familia unida? Los niños de familias rotas en general no se casan,
sino que forman a su vez más familias rotas, perpetuando un espiral de
miseria. ¿Exagero? Las estadísticas están allí para quien quiera
informarse. Como ejemplo podría mencionar este estudio
de hace 7 años del Reino Unido, donde el divorcio y las familias
monoparentales son una auténtica pandemia. Dice el estudio que los niños
que han crecido en familias desestructuradas tienen casi cinco veces más probabilidades de desarrollar problemas mentales.
Afecta
hasta a las personas solteras que nunca se casarán y a las personas que
no creen en el matrimonio, porque el matrimonio es el núcleo de la
familia y la familia es la base de la sociedad. Al tambalear el
matrimonio, toda la sociedad se verá afectada. Una sociedad donde ya no
se valora el matrimonio será menos generosa, menos feliz, ya que la
gente no verá ejemplos de fidelidad y amor verdadero. El amor se
reducirá a un objeto de consumo, que se compra y se vende. ¡Ay de aquel
que enferma! ¡Ay del débil, del desvalido, del pobre! En una sociedad
que no cree en el matrimonio, cada uno tendrá que valerse por sí mismo,
porque el sacrificio y la entrega de por vida será un ideal pasado de
moda. Yo no quiero vivir en una sociedad así, pero es hacía donde vamos.
Pienso que no ocurrirá ningún cisma tras el Sínodo, como auguran
algunos. Puedo equivocarme, pero no creo que los obispos alemanes
quieran separarse de Roma por este asunto, cuando en el fondo ya han
conseguido lo que querían. No se tocará la doctrina de la
indisolubilidad del matrimonio, de eso estoy prácticamente seguro. Se
hablará en términos difusos de la "pastoral" familiar y los retos a los
que se enfrentan las familias de hoy, bla, bla, bla. Los obispos
progresistas de Europa del norte ya han encontrado la solución a su
problema en los dos motu proprios de Francisco de la semana pasada sobre
el proceso de nulidad matrimonial. Con la reforma de dicho proceso, la
cuestión tan polémica de dar la comunión a los católicos divorciados que
viven en una relación adúltera, que tanta tinta ha derramado en los
últimos meses, ha quedado obsoleta. A partir de ahora los católicos
modernistas de Alemania podrán conseguir su certificado de nulidad
matrimonial en menos tiempo que se requiere para darse de baja con una
compañía telefónica. Ahora que los obispos alemanes serán los árbitros
finales del proceso (muy aligerado), ¿quién no obtendrá, si quiere, su
nulidad matrimonial? Las situaciones como la que describía el Cardenal
Kasper,- la mujer abandonada por su marido, rejuntada con otro hombre,
que prepara devotamente a su hija para su Primera Comunión, en la que
ella no puede comulgar,- ya no se darán, porque a partir de ahora todo quisque conseguirá la nulidad de su matrimonio, nada más solicitarla.
Este es precisamente el objetivo de la reforma de Francisco; contentar a
los obispos alemanes y evitar el cisma al no tener que tocar la
indisolubilidad del matrimonio.
Intentaré ilustrar la situación
con una comparación. Yo que soy profesor, con unos cuantos años de
experiencia, veo que el nivel académico de los alumnos es cada vez más
bajo. (En el instituto tenía un profesor de matemáticas que decía
exactamente esto, que un día se cansó de que nadie le creyera y decidió
llevar a cabo un experimento. Nos repartió en clase exámenes reales de
hacía 20 años, correspondientes a nuestro curso, para que los hiciéramos
como deberes. Nadie fue capaz de hacerlos y no hizo falta darnos más
argumentos ni explicaciones.) Ante el evidente declive en la enseñanza
hay dos posturas posibles: se puede reaccionar vigorosamente para
intentar ponerle remedio, o se puede pastelear y maquillar las cifras
para hacer creer que la cosa no es tan grave. No hace falta que yo les
diga a mis lectores la opción que se ha escogido en la mayoría de países
de Occidente. La primera opción, la única realmente sensata, es muy
costosa, porque requiere un enorme y prolongado esfuerzo. La segunda
opción es muy sencilla; basta con que cada año los exámenes sean más
fáciles, que los alumnos puedan pasar de curso con más suspensos y que
haya cada vez menos materia exigida en las programaciones didácticas.
Así, aunque los alumnos sean cada año más zopencos que el anterior, los
políticos pueden sacar pecho y hablar de lo bien que va la enseñanza.
Algo
parecido ocurre con el matrimonio. Es una evidencia que el matrimonio
cristiano está en crisis. Los católicos se divorcian a un ritmo
alarmante, se rejuntan en relaciones ilícitas, y el ideal de
comprometerse de por vida parece que se ha olvidado. Ante esta situación
los obispos podrían llevar a cabo una campaña de catequesis y predicar
sobre los derechos y deberes del matrimonio, sobre la necesidad de la
castidad y el pudor en todos los estados de vida, sobre el
peligro que representa la hiper-erotización de nuestra cultura. Esto,
unido a una preparación pre-matrimonial seria y exigente, daría como
fruto una mayor valoración del matrimonio dentro de la Iglesia. Caería
en picado el número de divorcios entre católicos, y la familia se vería
reforzada a la larga. Claro, esta opción es dura. Requiere valentía y
una firme resolución de combatir los males que amenazan la familia hoy
en día. Sobre todo requiere fe en Dios.
Tristemente, la opción que han escogido los obispos que llevan la voz
cantante en el Sínodo sobre la Familia no es esta. En vez de luchar por
el matrimonio, quieren aún mayor laxitud para los católicos cuyos
matrimonios fracasan. Es como si un ministro de educación, ante un
porcentaje alto de suspensos en bachiller dijera: "Si suspenden muchos,
vamos a cambiar el sistema de calificación. Si antes con un 4 sobre 10
suspendías, ahora con un 4 apruebas. ¡Problema solucionado!" Han
decidido que si levantan la mano en el proceso de nulidades, contentarán
a los católicos que se encuentran en uniones ilícitas. Su solución a la
crisis es la permisividad total, barra libre. El resultado previsible
de esta decisión nefasta será similar a lo que lleva décadas ocurriendo
en la enseñanza con la democracia. De la misma manera que un título de
bachiller ya no vale lo que valía hace años, por efecto inflacionista,
con una abundancia de matrimonios "anulados" el compromiso público de
amarse hasta la muerte valdrá cada vez menos.
La gente no es
tonta, y si resulta que más de la mitad de los que juran fidelidad
eterna ante el altar a los pocos años ya están divorciados y rejuntados,
con la bendición de la Santa Madre Iglesia, los votos
matrimoniales quedarán finalmente en agua de borrajas. Será el divorcio
católico en todo menos en nombre, y ya lo dijo Shakespeare: una rosa, llamada con otro nombre, tendría el mismo aroma. Será
el golpe de gracia para el matrimonio católico, que ya agoniza desde
hace bastante tiempo. ¡Ojalá esté equivocado! ¡Ojalá los obispos
heretizantes de Alemania y otros países organicen un cisma, y se larguen
para formar su secta modernista! Pero mucho me temo se queden dentro,
como un cáncer que corroe el Cuerpo Místico.
Si le es posible, quisiera que hiciese el favor de promover este seminario en su estupendo blog.
ResponderEliminarhttp://desdemicampanario.es/2015/09/19/seminario-de-liturgia-tradicional/