Cristo de la Luz
domingo, 30 de noviembre de 2014
viernes, 28 de noviembre de 2014
Una Muerte Repentina
El domingo pasado, en la sobremesa de una reunión familiar, salió el tema de la muerte súbita provocada por una malformación cardiaca. Varios de los los presentes dijeron que esa muerte les parecía la mejor posible. La razones aducidas eran que "ni te enteras" y "te vas en un momento". Yo expresé mi opinión de que una muerte repentina era más bien una desgracia, la peor muerte posible. Mis cuñados ya saben de sobra lo que pienso sobre temas de fe y de moral, y me toman por un loco de manicomio. Sin embargo, todos se extrañaron muchísimo de oírme decir eso. Como si hubiera dicho que me encantaba tomar el sol en la lluvia.
A regañadientes (porque temía que nadie me entendería) me puse a explicar mis razones, y el diálogo con mi cuñado fue más o menos así:
Esta conversación familiar, a pesar de la frustración que me causó, me sirvió para hacer una reflexión sobre una Buena Muerte. La Letanía de los Santos, la más antigua de las letanías reconocidas por la Iglesia, contiene una oración muy llamativa:
Es dogma de fe que al morir cada uno es juzgado personalmente por Dios, y según el veredicto irrevocable se salva o se condena para toda la Eternidad. Con la muerte se acaba toda posibilidad de arrepentimiento, se acaba el tiempo de la misericordia. Tras la muerte ya sólo hay Juicio, Cielo e Infierno. Por este motivo, el que muera en pecado (en enemistad con Dios) jamás podrá gozar de la presencia divina, y será retenido para siempre en el Infierno. Todo católico debe creer esto para poder seguir siendo católico, y no caer en herejía.
Esto es lo que dice el Catecismo nuevo sobre el tema, en su artículo 1021:
El gran Doctor de la Moral, San Alfonso María de Ligorio, tiene un libro magnífico titulado Preparación para la Muerte, donde resume toda la tradición católica sobre este tema. Esto es lo que dice el santo sobre el momento de la muerte:
También advierte esto sobre una muerte repentina, y el remedio que debemos poner para asegurarnos una Buena Muerte:
Hay que rogar a Dios y a los santos por la gracia de una Buena Muerte. Es precisamente lo que hacemos cada vez que rezamos el Ave María y decimos:
El Último Juico, Hans Memling |
A regañadientes (porque temía que nadie me entendería) me puse a explicar mis razones, y el diálogo con mi cuñado fue más o menos así:
- (Yo) Cuando la muerte te pilla de manera inesperada no tienes tiempo de reconciliarte con Dios, de prepararte.
- (Cuñado) ¿Prepararte para qué?
- Para la Vida Eterna.
- ¿Qué necesidad tienes de prepararte para eso?
- Si no estás en gracia cuando la muerte te alcanza, te condenas y vas al Infierno.
- ¡Hombre, no seas exagerado!
- No soy exagerado, es lo que siempre ha predicado la Iglesia.
- Ya, pero ahora no se habla así. Yo creo que deberías ser menos radical en tu forma de hablar, porque puedes espantar a gente como yo de la Religión.
- Pero si yo sólo te digo la Verdad, como siempre se ha predicado. No voy a mentirte y decirte que no pasa nada si mueres en pecado.
- Pues, hay muchos curas que ya no hablan como tú, que son mucho más abiertos, más comprensivos.
- Claro, porque adulteran el Evangelio para caer bien a la gente. Engañan a la gente y la gente se deja engañar.
- Si eso es adulterar el Evangelio, yo prefiero un Evangelio adulterado.
- Cada uno elige su destino.
- Te vas a a quedar muy solo si predicas una religión de ese tipo.
- Sí, suele pasar. Jesucristo se quedó muy solo en la Cruz.
Esta conversación familiar, a pesar de la frustración que me causó, me sirvió para hacer una reflexión sobre una Buena Muerte. La Letanía de los Santos, la más antigua de las letanías reconocidas por la Iglesia, contiene una oración muy llamativa:
De la muerte repentina e imprevista, líbranos, Señor.Esta oración nos recuerda la visión católica de la Buena Muerte, una visión que en nuestra sociedad neo-pagana se ha perdido por completo. Como dice Nuestro Señor, debemos estar vigilantes, por vendrá como un ladrón en la noche (2 Pedro 3:10). Si vivimos siempre en gracia no hay nada que temer, porque aunque llegue la muerte hoy mismo estaremos preparados. Sin embargo, yo me conozco y sé lo débil que soy. Soy capaz de caer en pecado en cualquier momento. Si la muerte me viene de repente, y me sorprende en pecado, habré perdido mi alma y seré condenado. Esta gran verdad de la fe nos la recuerda el dicho popular, que Dios nos pille confesados, que aún se usa mucho, a pesar de que pocos ya aprecian realmente su sentido. Si morimos confesados, morimos en gracia (si hemos hecho una buena confesión), y tenemos la seguridad de alcanzar el Cielo.
Es dogma de fe que al morir cada uno es juzgado personalmente por Dios, y según el veredicto irrevocable se salva o se condena para toda la Eternidad. Con la muerte se acaba toda posibilidad de arrepentimiento, se acaba el tiempo de la misericordia. Tras la muerte ya sólo hay Juicio, Cielo e Infierno. Por este motivo, el que muera en pecado (en enemistad con Dios) jamás podrá gozar de la presencia divina, y será retenido para siempre en el Infierno. Todo católico debe creer esto para poder seguir siendo católico, y no caer en herejía.
La Muerte de San José, en brazos de Jesús y María. |
La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2 Tm 1, 9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe.En el siguiente artículo dice esto:
Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre.Los "católicos" que viven tranquilos, pensando que porque Dios es bueno nadie puede ir al Infierno (con la necesaria excepción de Adolf Hitler, por supuesto), deberían fijarse más en las palabras de Nuestro Señor y en las enseñanzas perennes de Su Iglesia. No hay ninguna verdad de fe en el que insisten tanto los Evangelios como la Condenación Eterna. Jesucristo habla de ella no menos de 49 veces. Muchos han querido falsear los Evangelios, y hablan de Nuestro Señor como si fuera una especie de teletubi, que nunca se molestaría por nuestros pecados, y menos condenar al Infierno a los que le rechazan. Hacer caso al buenismo bobalicón que predican los curas "modernos", que tanto abundan hoy en día, es una enorme temeridad, porque es efectivamente jugarse la Salvación.
El gran Doctor de la Moral, San Alfonso María de Ligorio, tiene un libro magnífico titulado Preparación para la Muerte, donde resume toda la tradición católica sobre este tema. Esto es lo que dice el santo sobre el momento de la muerte:
¡Qué gran locura es, por los breves y míseros deleites de esta cortísima vida, exponerse al peligro de una infeliz muerte y comenzar con ella una desdichada eternidad! ¡Oh, cuánto vale aquel supremo instante, aquel postrer suspiro, aquella última escena! Vale una eternidad de dicha o de tormento. Vale una vida siempre feliz o siempre desgraciada.
San Alfonso María de Ligorio |
¿Acaso no puede ser éste tu último día? No tardes en convertirte al Señor, y no lo dilates de día en día, porque su ira vendrá de improviso, y en el tiempo de la venganza te perderá (Ecl, 5, 8-9). Para salvarte, hermano mío, debes abandonar el pecado. Y si algún día has de abandonarle, ¿por qué no le dejas ahora mismo? ¿Esperas, tal vez, a que se acerque la muerte? Pero este instante no es para los obstinados tiempo de perdón, sino de venganza. En el tiempo de la venganza te perderá.Si pudiera elegir mi muerte, eligiría sin duda una muerte lenta y dolorosa, pero sin perder mis facultades mentales. De esa manera me prepararía con tiempo, asegurándome de tener todo en orden antes de irme de este mundo. Pediría perdón a todos los que he ofendido, ofrecería mis dolores por la salvación de las almas, recibiría los sacramentos antes de enfrentarme a mi Juez, y me moriría con un sacerdote al pie de mi cama. Sin embargo, dado que yo no puedo elegir mi muerte, no tengo más remedio que vivir siempre en gracia, como si hoy fuera mi último día en esta vida.
Hay que rogar a Dios y a los santos por la gracia de una Buena Muerte. Es precisamente lo que hacemos cada vez que rezamos el Ave María y decimos:
Si rezamos el Santo Rosario todos los días, quiere decir que le pedimos a la Santísima Virgen cincuenta veces al día que nos dé una Buena Muerte. Son 350 veces a la semana, 1500 al mes, unas 18.000 al año. Si somos fieles en la oración, es muy posible que lleguemos a la vejez después de más de un millón de peticiones por una Buena Muerte. ¿Cómo nos abandonará la Madre de Dios en ese momento tan decisivo, si le hemos pedido con tanta insistencia su ayuda?Ora pro nobis pecatoribus, nunc et in hora mortis nostrae.
Pidamos, pues, por una Buena Muerte, y vivamos siempre en gracia de Dios, porque no sabemos ni el día ni la hora de nuestra muerte. Si oramos sin desfallecer; si nos esforzamos diariamente por guardar los Mandamientos y practicar las virtudes cristianas; si vivimos y morimos en amistad con Nuestro Señor, nada hay que temer. Sin embargo, si vivimos como si Dios no existiera, despreocupados por las cosas espirituales, entregados a los placeres y la satisfacción de nuestras inclinaciones pecaminosas, la muerte vendrá un día sin avisar y nos arrastrará al Fuego Eterno, donde hay llanto y rechinar de dientes.
viernes, 21 de noviembre de 2014
El velo, un honor para la mujer
Recomiendo este escrito del Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa.
Sólo añadiré que, además de las razones que expone el Padre a favor del velo femenino, hay otras dos que omite. Primero, es una norma establecida por el Apóstol San Pablo, tal y como recoge la Sagrada Escritura (1 Corintios 11:2-16), por lo que las mujeres que llevan velo son obedientes a un mandato apostólico. Segundo, es lo que las mujeres cristianas siempre han hecho desde tiempos inmemoriales. Una tradición de casi 2000 años, que remonta hasta la edad apostólica no puede estar equivocada.
Publicado en Adelante la Fe por: Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa, 9 noviembre, 2014.
San Ambrosio en su tratado sobre la virginidad relata el hecho histórico de una joven de la nobleza forzada por su familia al matrimonio. La joven huye hacia la iglesia, y junto al altar suplica al sacerdote que pronuncie sobre ella la oración de consagración de las vírgenes y le imponga como velo el lienzo del altar.
El
será para la joven el sigo de su desposorio con Cristo. Ese velo, al
igual que cubre el altar para el santo sacrificio, cubrirá el nuevo
altar del corazón de la joven, donde ofrecerá el sacrificio diario de su
virginidad como ofrenda de suave olor al Padre eterno.
¿Por qué el velo en la mujer? Quiero apuntar, entre otras, tres razones:
1ª. Porque es hermosa.-
El velo le recuerda que no debe dejarse llevar por la concupiscencia de
la belleza, ni arrastrar a otros. Es signo del pudor y recato, de la
modestia en el ornato con que siempre ha de vivir y presentarse ante
Dios.
2ª. Porque es madre.-
De una forma especial la mujer ha sido unida a la obra creadora de Dios
por su propia maternidad. El velo le recuerda que su maternidad es
sagrada, y por ello se cubre, para indicar que al estar cubierta el
mundo no puede dañarla ni ella dejarse. Y, además, todo lo sagrada se
cubre.
3ª. Por su maternidad espiritual.-
Este es un aspecto importantísimo y desconocido por la mujer. La mujer
pudorosamente vestida, cubierta con su velo, en silencio orante es fiel
reflejo de la imagen de la Santísima Virgen, que con su silencio y su
velo oraba incesantemente por su Hijo y meditaba Su obra redentora. El
recogimiento dentro de la iglesia de la mujer con el signo distintivo de
su velo tiene un fruto riquísimo para la Iglesia para la santidad
sacerdotal, el sostenimiento moral y espiritual del clero y para el
fomento de las vocaciones. La maternidad espiritual es una grandísima y
hermosísima vocación femenina, muy desconocida desgraciadamente, pero de
un valor que me atrevería a decir de “estratégico” dentro de la
Iglesia.
El
falso feminismo al que muchas mujeres han cedido, aparta al a mujer de
su verdadera vocación a la maternidad y a la familia. ¡Cuánto daño
sobrevino a la mujer y a la santidad de la Iglesia aquel día en que por
primera vez entró sin su velo la mujer a la iglesia! Al quitarse el velo
ya no pudo evitar quitarse otras prendas de su vestido. Y hoy vemos con
rubor y tristeza la absoluta falta de pudor con que muchas mujeres
entran en la iglesia. Y como consecuencia desapareció aquel apoyo
espiritual, aquella maternidad espiritual.
Mujer,
mira el velo como el paño del altar de tu corazón donde has de ofrecer
cada día al Señor el sacrificio de tu vida entregada a tu familia, donde
ofrezcas las ofrendas de tu pudor y modestia en el vestir. Donde
ofrezcas las ofrendas de tu maternidad o de tu virginidad, y en ambos
casos las ofrendas de tu maternidad espiritual.
El velo es un honor para la mujer.
El velo es un honor para ti.
Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa
martes, 18 de noviembre de 2014
¿La HSSPX está en cisma?
En los últimos días hemos sido testigos de como la jerarquía de la Iglesia aprieta las tuercas a la Hermandad Sacerdotal San Pío X (en adelante la HSSPX). Primero Monseñor Semeraro, obispo de Albano, Italia, y uno de los 9 super-obispos de Francisco, advierte que todos todos los fieles que acudan a una capilla de la HSSPX en su diócesis "rompen la comunión con la Iglesia Católica." Luego, un obispo de Argentina, Monseñor Sarlinga, anuncia la excomunión "de facto" para los que atienden sus Misas. Si fuera un tema menos serio, tendría gracia que estos obispos quisieran excomulgar a los católicos por asistir a la Misa de San Pío V, cuando en sus mismas narices están viendo una apostasía en masa. Sus seminarios y conventos están más vacíos que un colegio el día de Noche Buena, y sus templos a duras penas se mantienen; los asistentes son cada vez menos numerosos y cada vez más ancianos. ¡A estas alturas habría que darle UN PREMIO al católico que aún quiera frecuentar la Misa!
La conocida asociación, Una Voce, que promueve la liturgia tradicional pero no tiene ningún vínculo oficial con la HSSPX, ha cuestionado dichas excomunicaciones, que a su juicio son ilegales según la ley de la Iglesia. Una excomunión "de facto" nunca ha existido; es un mero invento de Monseñor Sarlinga. O este obispo busca asustar a los católicos afines a la Hermandad con amenazas que sabe que no tienen fundamento, o no debió de prestar mucha atención durante sus clases de derecho canónico en el seminario. De cualquier manera, hace el ridículo con semejante advertencia. Desde una perpectiva universal, no cabe mayor incongruencia; un día se da permiso al los obispos de la Hermandad para decir Misa en una peregrinación multitudinaria en Lourdes o en la Basílica de San Pedro en Roma, y al siguiente se comunica la excomunión de todos los que asisten a sus Misas. Además, la injusticia del trato que se dispensa a la Hermandad es especialmente sangrante, si tenemos en cuenta la amabilidad y la infinita paciencia que muestran los obispos modernistas (con Francisco a la cabeza) hacía todo tipo de herejes y cismáticos. Muchos católicos perplejos [1] nos hacemos la siguiente reflexión: si el Papa reza con musulmanes y judíos, recibe la "bendición" de herejes, y llama "hermano obispo" a un telepredicador protestante, ¿cómo se puede excomulgar a unos fieles católicos por asistir a una Misa católica?
Creo que esta charla del Padre Paul Kramer [2] podría ayudar a aclararnos las ideas en relación a supuestas excomuniones y la situación de la HSSPX. La charla se titula La HSSPX NO está en cisma. La recomiendo para cualquiera que se interese por el asunto, especialmente los que se llaman tradicionalistas, pero aún hablan mal de la Hermandad "porque son cismáticos". A estas alturas, con la Gran Apostasía en pleno auge y la viña devastada, convendría que los pocos católicos tradicionales que queden sepan quienes son sus aliados y quienes los verdaderos enemigos del Señor. Ante la catástrofe eclesial que padecemos habría que dejar de una vez las rencillas estúpidas, y unirnos para juntos luchar por las almas.
Hoy en día, con toda la desinformación y manipulación en los medios de comunicación, y tanta confusión entre los católicos, conviene volver a lo esencial: los principios. Si tenemos claros los principios filosóficos, teológicos y morales, seremos más capaces de afrontar el caos que vivimos en el mundo. El P. Kramer hace una exposición admirablemente clara de los principios relevantes en la cuestión de la Hermandad, y los aplica al caso. Para los que no entienden el inglés o no tienen el tiempo de oír la charla entera, he procurado resumir algunas ideas reseñables, con algún añadido mío.
El primer punto que clarifica el P. Kramer es la licitud de atender las Misas de la HSSPX. La regla de la Iglesia es sencilla: es lícito que un católico asista a un rito católico celebrado por un sacerdote católico. ¿Acaso alguien afirma que la Misa Tridentina, que canonizó para siempre el Papa San Pío V, no es católica? ¿Acaso alguien afirma que los sacerdotes de la HSSPX, que pese a todas las presiones guardan la fe tradicional apostólica, no son católicos? Pues, por lógica, si los sacerdotes de la Hermandad son católicos (para serlo sólo es necesario ser bautizado y profesar la fe católica íntegra), y la Misa que ofrecen es católica, debe ser lícito atender sus Misas.
Monseñor Lefebvre dicendo la Misa de siempre en Êcone |
Todos deben saber que la adhesión formal al cisma constituye una grave ofensa a Dios y lleva consigo la excomunión debidamente establecida por la ley de la Iglesia.¡Increíble! Debe ser que ahora hay cismas "buenos" y cismas "malos", porque con las iglesias cismáticas de Oriente el Vaticano hace piruetas ecuménicas para caerles bien. Pero dejemos esta consideración por ahora. Otra cosa llamativa es que no especifica lo que significa una "adhesión formal al cisma" en este caso. ¿Incluye a todos los sacerdotes de la Hermandad? ¿Incluye a todas las congregaciones religiosas vinculadas a la Hermandad? ¿Incluye a los laicos que colaboran y asisten a las Misas de la Hermandad? Es absurdo insinuar que todas las personas asociadas con Monseñor Lefebvre y los cuatro obispos excomulgados estén bajo alguna pena. Imaginemos que un día excomulgan al Superior de los jesuitas. Significaría que todos los jesuitas del mundo y todos los fieles que van a las Misas de los jesuitas están excomulgados?
Al calificar las consagraciones de "acto cismático" el documento se equivoca, y es de agradecer que para sacarnos de dudas el P. Kramer define la palabra "cisma". Un católico cae en el cisma al negar el principio de autoridad del Supremo Pastor, el Papa. No se es cismático por resistir los mandatos del Papa; ni siquiera por desobedecer abiertamente al Papa. Es realmente lamentable que la enseñanza en los seminarios haya caído tan bajo que los sacerdotes y obispos de hoy en día parecen incapaces de distinguir entre el cisma y la desobediencia. El Arzobispo Lefebvre sabía perfectamente que al consagrar a cuatro obispos sin permiso estaba desobedeciendo a Juan Pablo II, en quien reconocía al Supremo Pontífice. Mas nunca negó el principio de autoridad de éste, ni quiso crear una iglesia paralela, como tienen, por ejemplo, los cismáticos "ortodoxos" o la Iglesia Patriótica de China. Es más; sería difícil encontrar un defensor más intransigente de la autoridad universal sobre la Iglesia del Papa, un hombre que veneraba más al Papado, que Monseñor Lefebvre.
Precisamente porque la consagración episcopal del ´88 no fue un acto cismático, los obispos de la HSSPX carecen de jurisdicción ordinaria. No son obispos de tal o tal diócesis; simplemente tienen el poder de conferir los sacramentos de la confirmación y el orden sacerdotal. No pueden tener jurisdicción ordinaria, porque el Papa es el único que puede dar esa jurisdicción, y según la Hermandad, sus sacerdotes tienen lo que se llama jurisdicción suplida. Monseñor Lefebvre dijo en varias ocasiones que él no quería romper con Roma, ni crear ninguna Iglesia paralela, y que reconocía a los Papas postconciliares como legítimos sucesores de San Pedro. Por tanto, calificar al arzobispo de cismático es incorrecto desde cualquier óptica eclesial. Te podrá gustar más o menos, pero llamarle cismático es señal de ignorancia o de mala fe.
Hay un claro precedente que deberíamos tener en mente para valorar las "excomuniones" de los obispos Semeraro y Sarlinga. En 1991 el obispo de Hawai excomulgó a seis laicos por el "delito" de recibir el sacramento de la confirmación de manos de uno de los obispos de la Hermandad. Ante un abuso tan flagrante, estos laicos recurrieron a la Congregación para la Doctrina de la Fe, y dos años más tarde el Cardenal Ratzinger, luego Benedicto XVI, les dió la razón y declaró la nulidad de dichas excomuniones. También hay que tener en cuenta que entonces, según la jerarquía, los cuatro obispos de la HSSPX estaban excomulgados, porque no fue hasta 2009 cuando Benedicto XVI levantó la excomunión (inválida) que pesaba sobre ellos. Por pura lógica, si entonces se declaró que era ilícito excomulgar a los fieles que recibían los sacramentos de unos obispos excomulgados, con mucha más razón será ilícito hacer lo mismo si los fieles reciben los sacramentos de obispos que ya no están bajo pena de excomunión.
"Satanás ha logrado verdaderamente un golpe maestro: logra hacer condenar a quienes conservan la fe católica por aquellos mismos que debieran defenderla y propagarla." - Monseñor Marcel Lefebvre
Es triste decirlo, pero hemos llegado al punto en que para ser buen católico a menudo hay que ignorar o directamente desobedecer al obispo del lugar. Aquí llegamos a un concepto que no se suele entender, incluso entre buenos católicos, por lo que intentaré aclarar las ideas. La obediencia es una virtud, pero no una virtud absoluta; depende de las circunstancias. Siempre es pecado la desobediencia a Dios (infringir uno de los mandamientos, por ejemplo), pero dado que los hombres son falibles y pecadores, es posible que ocurran situaciones en las que no solamente es lícito desobedecer a un superior, sino que es una obligación moral. Este es el principio; ahora pensemos en unos ejemplos. Si un padre manda a su hija que se prostituya, la hija no debe obedecer, porque le manda hacer algo pecaminoso. La ley divina que manda a los hijos obedecer a sus padres tiene sus límites. Veamos otro ejemplo. Supongamos que un padre dice tajantemente a su hijo que vuelva a casa sin entretenerse, pero por el camino el niño encuentra a una persona herida en la calle que pide socorro. ¿Haría mal el niño en parar a ayudar al herido?
Este ejemplo ilustra lo que ocurrió en el desastre postconciliar. La jerarquía dejó la Iglesia en manos de lobos, que rápidamente devoraron a la mayor parte del rebaño. Cuando los pocos católicos que conservaban la fe pidieron ayuda espiritual en medio de la hecatombe, se les ignoró, porque la jerarquía había dado órdenes de seguir hacía adelante con la Revolución. Si algún sacerdote tenía compasión de estas "ovejas sin pastor" se exponía a un severo castigo. En los terribles años ´70 y ´80 el sacerdote que quería proteger a los fieles de la desacralización de la Nueva Misa, de la falsa moral buenista y autocomplaciente de los modernistas, y de las herejías que se proferían desde los púlpitos, era considerado un apestado. Finalmente pasaba una de dos cosas: o se rendía, acataba órdenes de sus superiores, y se unía a la Revolución; o se alistaba en la resistencia, que en esa época se llamaba la HSSPX.
¡Cuánto daño ha causado en nuestro tiempo tumultuoso la actitud servil de los católicos que repiten como papagayos la frase: el que obedece no peca! Claro, es más cómodo tragar con todo lo que los obispos progresistas quieren imponer, e ir con la corriente. Sin embargo, el espíritu auténticamente católico no puede fingir que "aquí no pasa nada" cuando la fe es atacada, cuando la Misa se convierte en un espectáculo que aparentemente tiene más en común con la farándula que el Santo Sacrificio. Quedarse de brazos cruzados en medio de una Revolución contra la Tradición no es una opción posible para un católico que dice amar a la Iglesia.
Monseñor Lefebvre amaba la Iglesia; eso lo sabe cualquiera que se haya informado mínimamente sobre su vida. En una época en que se desató una guerra diabólica contra todo lo sagrado, fue de los pocos obispos que resistieron. Pero él no sólo resistió; quiso reconstruir, hacer algo para garantizar la continuidad del sacerdocio católico y todo lo que conlleva. Por amor a la Iglesia fundó su seminario en Êcone, con todos los permisos requeridos según la ley canónica, y por el mismo amor los sacerdotes de la HSSPX hoy siguen esa labor por todo el mundo. Y si el lector asiste de vez en cuando a la Misa Tradicional y se beneficia espiritualmente de ella, sepa que tendría que darle gracias a Dios por ese hombre, porque sin él es difícil de imaginar cómo hubiera sobrevivido.
"Operación Supervivencia", 30 de junio 1988, Êcone. |
Según el argumento del estado de necesidad, Monseñor Lefebvre actuó bien al consagrar a los obispos, sin permiso del Papa, porque era necesario para asegurar la continuidad del auténtico sacerdocio católico, que a su vez es imprescindible para la salvación de las almas. Quizás se podía haber hecho las cosas de otra manera, pero en ese momento Monseñor Lefebvre no veía ninguna alternativa. Sabía que estaba llegando al final de su vida, igual que Monseñor Castro Mayer, y que aparte de ellos no había en el mundo entero ningún obispo dispuesto a ordenar a los sacerdotes de su seminario, o cualquier sacerdote formado según la doctrina tradicional, que celebrara exclusivamente los ritos tradicionales. Él insistió que en desobedecer a Juan Pablo II estaba obedeciendo a Dios, porque hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. (Hechos 5:29)
Monseñor Lefebvre, defensor de la Tradición |
No queda sujeto a ninguna pena quien, cuando infringió una ley o precepto por necesidad.Como acabo de decir, es opinable que existiera tal estado de necesidad. Sin embargo, el derecho canónico también dice claramente que no hace falta que haya un estado OBJETIVO de necesidad para eximir de una pena. Es preciso solamente que la persona en cuestión crea SUBJETIVAMENTE y de manera no culpable que existe ese estado de necesidad, para no estar sujeto a la pena. ¿Quién puede negar que Monseñor Lefebvre creía subjetivamente que existía un estado de gravísima necesidad en la Iglesia? Se hartó de decir exactamente esto en múltiples ocasiones, incluyendo su homilía en las consagraciones episcopales, el 30 de junio de 1988.
Aunque estuviera completamente equivocado y creyera de manera culpable que existía un estado de necesidad, tampoco se aplicaría la pena de excomunión de manera automática, o latae sentenciae, como señala erróneamente Ecclesia Dei. Esto es lo que dice el artículo siguiente, 1324:
El infractor no queda eximido de la pena, pero se debe atenuar la pena establecida en la ley... cuando el delito ha sido cometido por quien errónea pero culpablemente juzgó que concurría alguna de las circunstancias indicadas en el 1323, 4 [el ya citado caso de necesidad].Si el Vaticano ni siquiera es capaz de aplicar correctamente su propio Código de Derecho Canónico, sinceramente no entiendo para qué sirve. Si las normas se aplican según el capricho del Papa reinante, significa en efecto que el Papa es una especie de sultán, cuya misma palabra es la ley. Cristo no quiso que Su Vicario reinara como dueño de la Iglesia, sino como un sirviente de la Verdad. El Papa no es un monarca absoluto, sino un servidor de la Tradición y del Depósito de la Fe. No puede, al estilo del rey Luis XIV de Francia, decir "la Iglesia, soy Yo". Si sus decisiones son contrarias a la máxima ley de la Iglesia, la salvación de las almas, los católicos tenemos el grave deber de resistirle, y si sus declaraciones contradicen la doctrina perenne de la Iglesia, debemos denunciarlo y rebatir sus errores con la sana doctrina tradicional.
Lamentablemente hoy en día esto no se entiende. Muchos católicos creen sinceramente que una actitud acrítica y aduladora hacía el hombre que ocupa la cátedra de San Pedro demuestra su devoción hacía la Santa Madre Iglesia. Nada más lejos de la verdad. Un verdadero patriota es el que, lejos de acatar servilmente las órdenes del gobierno que atenten contra el bien común, por el bien de su país, se levanta y protesta contra la injusticia, aunque tenga que señalar con el dedo acusador al que ostenta el poder político, sea un monarca, presidente o primer ministro. De la misma manera, un verdadero devoto de la Santa Iglesia Católica no es el que se queda de brazos cruzados y calla ante la destrucción sistemática de la fe, aunque se perpetre semejante crimen a órdenes del sucesor de Pedro, sino el que se resiste y lucha por defender la Verdad, cueste lo que cueste. Algo parecido escribió el eminente teólogo dominico Melchor Cano en el siglo XVI. Sus sabias palabras se las recomiendo a todos los fans neo-católicos del Papa Francisco:
Pedro no necesita de nuestras mentiras y adulación. Los que ciega e indiscriminadamente alaban cada decisión del Supremo Pontífice son los que más contribuyen a socavar la autoridad de la Santa Sede.
NOTAS
[1] Una referencia intencionada al libro de Monseñor Lefebvre, Católicos Perplejos[2] Autor de libros tan interesantes como La Batalla Final del Demonio o Misterio de Iniquidad
martes, 4 de noviembre de 2014
El Sínodo y la Misericordina
El Sínodo Extraordinario sobre la Familia que se celebró el pasado mes de octubre en el Vaticano, en su primer documento o relatio, dijo varias cosas que son difícilmente reconciliables con la moral católica. Dijo que había que "aceptar y valorar" las relaciones homosexuales, barajó la posibilidad de permitir la comunión para las personas que viven en un estado de adulterio, y exhortó a todos los pastores de la Iglesia a subrayar los "aspectos positivos" de situaciones que son objetivamente pecaminosas. Tras este "terremoto eclesial", como lo tildó el New York Times, hubo (gracias a Dios) protestas de buena parte del Colegio Cardenalicio y una reacción vigorosa de varias instituciones católicas en todo el mundo. Era "una traición" a la fe católica, decía The Voice of the Family Coalition, la asociación de grupos católicos pro-vida más importante de EEUU. El Cardenal Müller, Prefecto para la Congregación de la Fe, dijo que dicho documento carecía de base escriturística y magisterial, y el Cardenal Napier describió el documento como algo "indigno, vergonzoso, y totalmente equivocado."
En el documento final se pudo medio arreglar el texto, purgando los párrafos que contradecían claramente la moral de la Iglesia. Muchos conservadores han querido ver en esto una victoria final para la Verdad y una derrota para los modernistas. Ojalá la cosa fuera tan fácil, pero si nos fijamos en lo que realmente pasó en las votaciones de la última sesión del Sínodo, veremos que una mayoría de obispos votó a favor de cambiar la moral católica (si es que tal cosa pudiera hacerse). Sólo el requisito establecido de una mayoría cualificada de dos tercios evitó que se incluyesen los pasajes polémicos. Por ejemplo, sobre el tema de admitir a la comunión a las personas que se han divorciado y vuelto a casar, es decir a personas que viven en adulterio, sólo 74 obispos se opusieron, mientras que 104 votaron a favor. Este hecho escandaloso debería ser la gran noticia, no que se ha evitado in extremis una catástrofe para la Iglesia. Si hay una mayoría de obispos que claramente ya no profesan la fe católica, es fácil predecir que en el Sínodo de 2015 el Papa Francisco conseguirá los dos tercios requeridos, nombrando en el año que falta a los obispos progresistas que necesite.
Hoy en día somos testigos de cómo se ha colado en el seno de la Iglesia Católica una falsa misericordia. Los que gobiernan la Iglesia, siguiendo el ejemplo de Francisco, no sólo predican sobre la necesidad de aceptar a todas las personas, a pesar de sus vicios y defectos, lo que está bien y en plena consonancia con el Evangelio, sino que llegan a aplaudir esos vicios y defectos, lo cual es una traición en toda regla. Hablan de aceptación, de acogida, de amor, sin hablar de la necesidad del arrepentimiento o de guardar los Mandamientos de la Ley de Dios. Esta "misericordina" no es más que un engaño del mismísimo Satanás. El pecado ya no se nombra, por no querer ofender al pecador, y si ya no se habla del pecado, ¿cómo se van a arrepentir de sus pecados los que viven alejados de Dios? La tarea evangelizadora se antoja difícil, por no decir imposible, si el núcleo de la Buena Nueva carece de sentido. ¿La buena noticia no era precisamente que Nuestro Señor murió por nuestros pecados? Si ya no tenemos pecados, porque ahora resulta que todos somos fantásticos, significa que el sacrificio de Jesucristo en la Cruz fue en vano, porque si no tenemos pecado, no necesitamos Redención. Más valdría abandonar cualquier esfuerzo misionero por llevar la Religión Católica a los que aún no la conocen, y convertir las órdenes misioneras en ONG´s. Si la Cruz es prescindible, quiere decir que profesar una religión u otra será meramente cuestión de gusto, una herencia sociocultural sin trascendencia.
A pesar del espectáculo penoso (aunque bastante previsible) de una reunión de obispos que votan en contra del mismo
Cristo, hay algo bueno que podemos sacar de todo esto. Me refiero a la
reacción, que ha sido mucho más importante de lo que cabía imaginar.
Hasta grupos e individuos que nunca asociaríamos con el sector
"tradicionalista" de la Iglesia han alzado la voz para defender las
enseñanzas perennes de nuestra Santa Religión. Y entre todas estas voces
que claman a favor de la Verdad de Nuestro Señor hay una que sobresale:
la del Cardenal Burke. Mis lectores sabrán que este
prelado, hasta hace poco Prefecto de la Signatura Apostólica, el máximo
tribunal de la Iglesia, fue depuesto recientemente por Francisco. No
sería demasiado arriesgado conjeturar que la valentía del buen
cardenal a la hora de denunciar el error y defender la verdad, no ha
gustado mucho en el entorno de Francisco, y que algo tendría que ver en su
humillante salida de la Curia. Sin embargo, creo que al bando
modernista este tiro les ha salido por la culata, porque por echarle del Vaticano no se han
quitado de en medio a Burke; en un mundo globalizado y digitalizado sus palabras se seguirán difundiendo, aunque viva desterrado en una remota isla del Pacífico. Además, nos han dado a los del
bando opuesto algo mucho más valioso que una pieza en la administración vaticana: nos han dado a un líder. Igual que en los turbulentos años posconciliares, Monseñor Lefebvre catalizó la resistencia antimodernista, hoy el Cardenal Burke puede liderar a los que nos oponemos a los cambios en la moral que propone Francisco. Dios lo quiera.
Se está librando una batalla especialmente intensa entre el mundo y la Iglesia sobre la homosexualidad. Muchos no entendemos porqué en un sínodo sobre la familia se trata este tema (¿qué tendrá que ver este trastorno con la familia?), pero fue ciertamente uno de los puntos calientes. Hace tiempo que el mundo ha decidido que la homosexualidad es otro "modo de vida" tan digno como cualquier otro. Con la propaganda rosa el mundo insiste una y otra vez que, lejos de avergonzarse por los abominables actos que cometen, los sodomitas deberían estar "orgullosos" de ser como son y de hacer lo que hacen. No contentos con esto, el mundo quiere que se equipare el santo matrimonio entre un hombre y una mujer, unidos en fidelidad hasta la muerte, con la unión contra natura entre dos personas del mismo sexo. Ya ha conseguido en muchos países occidentales que se equiparen legalmente, pero todavía no le basta. El mundo quiere que la Iglesia Católica bendiga esta aberración. El Papa ya ha hecho guiños al lobby "gay", por lo que goza de una popularidad descomunal entre ambientes mundanos. Es adorado y encumbrado por personas que se jactan de sus pecados a la vez que luchan contra la familia y el orden socal cristiano. Un buen ejemplo de ello es el cantante y activista sodomita, Elton John, que el otro día pidió la canonización (en vida) de Francisco por su contribución a la causa homosexual. El mundo quiere que la Esposa de Cristo se prostituya con el impío, que dé la espalda a Dios. Quiere, en definitiva, que la Iglesia diga que lo que está mal está bien. Y lo peor es que tiene muchas posibilidades de lograrlo en el Sínodo del año que viene.
En el año 2011 Celebrate Life Magazine publicó un artículo de Eric Hess, que la semana pasada recordó Alpha y Omega Es interesante leer esto a la luz de los acontecimientos recientes; primero, por su temática, la homosexualidad, y segundo, por uno de los protagonistas, el Cardenal Raymond Burke. Resumiendo la historia, cuando éste aún era obispo de La Crosse, Wisconsin, el autor del artículo, entonces un activista homosexual, le escribió una carta en la que renunciaba a la fe católica. Monseñor Burke le respondió diciendo que las puertas de la Iglesia siempre estarían abiertas si alguna vez quería volver, y que rezaría para que ese día llegara pronto. Luego el Señor Hess tuvo una conversión y volvió a la Iglesia. Tras años de vivir en un infierno de pecado, ahora vive en castidad y es un firme defensor de la moral tradicional de la Iglesia. Recalca la actitud amorosa de Monseñor Burke, que en todo momento le dijo la verdad acerca del pecado de la sodomía, a la vez que le ofrecía la misericordia del Señor.
Los que acusan a los católicos de ser duros de corazón por "juzgar" a los homosexuales, se olvidan de que no existe Misericordia sin Verdad. Mentir a la gente no es misericordioso. Decirles que pueden actuar siguiendo sus impulsos sin temor a las consecuencias, es una falta de caridad, porque es orientarlos hacía la Condenación Eterna. Y lo mismo que digo para los homosexuales vale para los divorciados que se han vuelto a casar por lo civil. Si queremos ser caritativos con ellos debemos empezar por hacerles saber que están viviendo en pecado, y si mueren lo más probable es que irán al Infierno. ¿Cómo podemos decir que amamos a una persona, si nos es indiferente la suerte de su alma? El que diga que odiamos a los homosexuales simplemente por decirles que su condición es un trastorno y que la sodomía es un pecado, no sabe lo que dice. ¿Acaso un juez odia a un delincuente por dictarle sentencia? ¿Acaso un policía odia a un motorista por advertirle de que conduce demasiado de prisa? ¿Accaso un padre odia a su hijo por imponerle un castigo merecido?
Todos los que somos padres sabemos que a menudo hay que ser firmes para buscar lo mejor para los hijos. No se puede decir que sí a todo lo que te pide un hijo, y no se puede buscar siempre el camino fácil para evitar confrontaciones. Si es necesario que un hijo llore porque no consigue lo que quiere, si al decir "no" herimos los sentimientos del hijo, que así sea. Nuestra esperanza debe ser que cuando sea mayor nos agredecerá haberle prohibido lo que le hubiera dañado el alma. Ser padre, igual que ser pastor de la Iglesia, conlleva ser a veces muy impopular. Es un abuso cuando el que tiene autoridad, sea en el ámbito que sea, busca sólo el aplauso de la gente, porque en lugar de ejercerla en pro del bien común, la ejerce para su beneficio egoista. Cuando el Papa Francisco, refiriéndose a los homosexuales, dijo su famosa frase "¿quién soy yo para juzgar?", obtuvo el aplauso del mundo. Hasta fue elegido "hombre del año" de una revista sodomita (¡un dudoso honor!). Sin embargo, tendrá que dar cuenta a Dios por ese abuso de su autoridad, porque en vez de buscar el bien,- la conversión de los pecadores,- les confirmó en su pecado, dando a entender que "no pasa nada", aunque hagan lo que es "abominable" a los ojos de Dios (Levítico 18:22).
En el documento final se pudo medio arreglar el texto, purgando los párrafos que contradecían claramente la moral de la Iglesia. Muchos conservadores han querido ver en esto una victoria final para la Verdad y una derrota para los modernistas. Ojalá la cosa fuera tan fácil, pero si nos fijamos en lo que realmente pasó en las votaciones de la última sesión del Sínodo, veremos que una mayoría de obispos votó a favor de cambiar la moral católica (si es que tal cosa pudiera hacerse). Sólo el requisito establecido de una mayoría cualificada de dos tercios evitó que se incluyesen los pasajes polémicos. Por ejemplo, sobre el tema de admitir a la comunión a las personas que se han divorciado y vuelto a casar, es decir a personas que viven en adulterio, sólo 74 obispos se opusieron, mientras que 104 votaron a favor. Este hecho escandaloso debería ser la gran noticia, no que se ha evitado in extremis una catástrofe para la Iglesia. Si hay una mayoría de obispos que claramente ya no profesan la fe católica, es fácil predecir que en el Sínodo de 2015 el Papa Francisco conseguirá los dos tercios requeridos, nombrando en el año que falta a los obispos progresistas que necesite.
Hoy en día somos testigos de cómo se ha colado en el seno de la Iglesia Católica una falsa misericordia. Los que gobiernan la Iglesia, siguiendo el ejemplo de Francisco, no sólo predican sobre la necesidad de aceptar a todas las personas, a pesar de sus vicios y defectos, lo que está bien y en plena consonancia con el Evangelio, sino que llegan a aplaudir esos vicios y defectos, lo cual es una traición en toda regla. Hablan de aceptación, de acogida, de amor, sin hablar de la necesidad del arrepentimiento o de guardar los Mandamientos de la Ley de Dios. Esta "misericordina" no es más que un engaño del mismísimo Satanás. El pecado ya no se nombra, por no querer ofender al pecador, y si ya no se habla del pecado, ¿cómo se van a arrepentir de sus pecados los que viven alejados de Dios? La tarea evangelizadora se antoja difícil, por no decir imposible, si el núcleo de la Buena Nueva carece de sentido. ¿La buena noticia no era precisamente que Nuestro Señor murió por nuestros pecados? Si ya no tenemos pecados, porque ahora resulta que todos somos fantásticos, significa que el sacrificio de Jesucristo en la Cruz fue en vano, porque si no tenemos pecado, no necesitamos Redención. Más valdría abandonar cualquier esfuerzo misionero por llevar la Religión Católica a los que aún no la conocen, y convertir las órdenes misioneras en ONG´s. Si la Cruz es prescindible, quiere decir que profesar una religión u otra será meramente cuestión de gusto, una herencia sociocultural sin trascendencia.
El Cardenal Burke |
Se está librando una batalla especialmente intensa entre el mundo y la Iglesia sobre la homosexualidad. Muchos no entendemos porqué en un sínodo sobre la familia se trata este tema (¿qué tendrá que ver este trastorno con la familia?), pero fue ciertamente uno de los puntos calientes. Hace tiempo que el mundo ha decidido que la homosexualidad es otro "modo de vida" tan digno como cualquier otro. Con la propaganda rosa el mundo insiste una y otra vez que, lejos de avergonzarse por los abominables actos que cometen, los sodomitas deberían estar "orgullosos" de ser como son y de hacer lo que hacen. No contentos con esto, el mundo quiere que se equipare el santo matrimonio entre un hombre y una mujer, unidos en fidelidad hasta la muerte, con la unión contra natura entre dos personas del mismo sexo. Ya ha conseguido en muchos países occidentales que se equiparen legalmente, pero todavía no le basta. El mundo quiere que la Iglesia Católica bendiga esta aberración. El Papa ya ha hecho guiños al lobby "gay", por lo que goza de una popularidad descomunal entre ambientes mundanos. Es adorado y encumbrado por personas que se jactan de sus pecados a la vez que luchan contra la familia y el orden socal cristiano. Un buen ejemplo de ello es el cantante y activista sodomita, Elton John, que el otro día pidió la canonización (en vida) de Francisco por su contribución a la causa homosexual. El mundo quiere que la Esposa de Cristo se prostituya con el impío, que dé la espalda a Dios. Quiere, en definitiva, que la Iglesia diga que lo que está mal está bien. Y lo peor es que tiene muchas posibilidades de lograrlo en el Sínodo del año que viene.
En el año 2011 Celebrate Life Magazine publicó un artículo de Eric Hess, que la semana pasada recordó Alpha y Omega Es interesante leer esto a la luz de los acontecimientos recientes; primero, por su temática, la homosexualidad, y segundo, por uno de los protagonistas, el Cardenal Raymond Burke. Resumiendo la historia, cuando éste aún era obispo de La Crosse, Wisconsin, el autor del artículo, entonces un activista homosexual, le escribió una carta en la que renunciaba a la fe católica. Monseñor Burke le respondió diciendo que las puertas de la Iglesia siempre estarían abiertas si alguna vez quería volver, y que rezaría para que ese día llegara pronto. Luego el Señor Hess tuvo una conversión y volvió a la Iglesia. Tras años de vivir en un infierno de pecado, ahora vive en castidad y es un firme defensor de la moral tradicional de la Iglesia. Recalca la actitud amorosa de Monseñor Burke, que en todo momento le dijo la verdad acerca del pecado de la sodomía, a la vez que le ofrecía la misericordia del Señor.
Los que acusan a los católicos de ser duros de corazón por "juzgar" a los homosexuales, se olvidan de que no existe Misericordia sin Verdad. Mentir a la gente no es misericordioso. Decirles que pueden actuar siguiendo sus impulsos sin temor a las consecuencias, es una falta de caridad, porque es orientarlos hacía la Condenación Eterna. Y lo mismo que digo para los homosexuales vale para los divorciados que se han vuelto a casar por lo civil. Si queremos ser caritativos con ellos debemos empezar por hacerles saber que están viviendo en pecado, y si mueren lo más probable es que irán al Infierno. ¿Cómo podemos decir que amamos a una persona, si nos es indiferente la suerte de su alma? El que diga que odiamos a los homosexuales simplemente por decirles que su condición es un trastorno y que la sodomía es un pecado, no sabe lo que dice. ¿Acaso un juez odia a un delincuente por dictarle sentencia? ¿Acaso un policía odia a un motorista por advertirle de que conduce demasiado de prisa? ¿Accaso un padre odia a su hijo por imponerle un castigo merecido?
Todos los que somos padres sabemos que a menudo hay que ser firmes para buscar lo mejor para los hijos. No se puede decir que sí a todo lo que te pide un hijo, y no se puede buscar siempre el camino fácil para evitar confrontaciones. Si es necesario que un hijo llore porque no consigue lo que quiere, si al decir "no" herimos los sentimientos del hijo, que así sea. Nuestra esperanza debe ser que cuando sea mayor nos agredecerá haberle prohibido lo que le hubiera dañado el alma. Ser padre, igual que ser pastor de la Iglesia, conlleva ser a veces muy impopular. Es un abuso cuando el que tiene autoridad, sea en el ámbito que sea, busca sólo el aplauso de la gente, porque en lugar de ejercerla en pro del bien común, la ejerce para su beneficio egoista. Cuando el Papa Francisco, refiriéndose a los homosexuales, dijo su famosa frase "¿quién soy yo para juzgar?", obtuvo el aplauso del mundo. Hasta fue elegido "hombre del año" de una revista sodomita (¡un dudoso honor!). Sin embargo, tendrá que dar cuenta a Dios por ese abuso de su autoridad, porque en vez de buscar el bien,- la conversión de los pecadores,- les confirmó en su pecado, dando a entender que "no pasa nada", aunque hagan lo que es "abominable" a los ojos de Dios (Levítico 18:22).
viernes, 24 de octubre de 2014
“Encuentre una razón”
Publicado el 28 de julio de 2014
El sábado 26 de julio el diario británico The Daily Telegraph publicó un artículo sobre un documento histórico, a mi juicio interesantísimo, que recientemente ha visto la luz. El documento en cuestión es una nota, perdida durante casi cien años y ahora encontrada en una caja llena de cañas de pescar, que detalla una reunión entre Jorge V, rey de Inglaterra, y su ministro de exteriores, Sir Edward Grey, el 2 de agosto de 1914, tan solo dos días antes de la declaración de guerra entre el Reino Unido y Alemania.
Esta nota no deja lugar a dudas sobre las intenciones del monarca británico; lejos de querer evitar la entrada de su país en la Gran Guerra, en la que un millón de sus súbditos perderían la vida, Jorge V ansiaba encontrar un pretexto para declarar la guerra a Alemania, que ya estaba luchando contra Francia. El rey dijo a su ministro que era “absolutamente esencial” ir a la guerra, para que Alemania no “dominara completamente este país”. Cuando Sir Grey contestó que aún no habían encontrado razón alguna para declararle la guerra a Alemania, el rey contestó: “encuentre una razón, Grey”.
Según Sir Cecil Graves, sobrino del ministro en cuestión, que tuvo una entrevista con el rey al poco de morir su tío en que el monarca le contó los detalles de su reunión del 2 de agosto de 1914, al día siguiente el rey recibió una carta privada del presidente francés, Poincaré, suplicándole ayuda en la guerra contra Alemania, y un telegrama del rey Alberto I de Bélgica, hablando de la violación de su país. Esto le bastó a Jorge V, por lo que rápidamente le comunicó a Sir Edward que ya no hacía falta encontrar ninguna razón. El 4 de agosto el Reino Unido declaró la guerra a Alemania, y como suelen decir, el resto es Historia.
¿Por qué escribo esto? Todos sabemos que se acerca el centenario de la Primera Guerra Mundial, y este año leeremos todo tipo de versiones sobre aquel trágico conflicto que costó la vida a muchos millones de personas. Pero lo que se suele omitir en un análisis de esta guerra es su causa. A pesar haber estudiado en detalle la Gran Guerra en el instituto, de haber leído libros sobre el tema, nunca se me quedó claro porqué las potencias europeas tuvieron que destruirse de esa manera tan absurda.
Tras leer el artículo sobre Jorge V y comentarlo con un familiar, he entendido que las guerras son inevitables en este mundo caído. La reacción de este familiar no fue para nada parecida a la mía,- una mezcla de estupor e indignación,- sino encogerse de hombros, diciendo “si es lo que había que hacer para dejar a Alemania en su sitio… No se podía permitir que se hicieran los amos del mundo.” A mi pregunta: “¿por qué el Imperio Británico podía ser el amo del mundo y Alemania no?”, no hubo respuesta. ¡El cinismo y la soberbia humanos verdaderamente no tienen límites!
Los católicos tenemos que recordar que existe toda una teología sobre la guerra justa. No somos pacifistas, pero tampoco podemos justificar cualquier guerra por una supuesta lealtad patriótica, que en realidad no sería más que chovinismo. Verter sangre humana es algo muy serio, y no se puede hacer simplemente porque al político de turno le conviene. Tiene que haber un claro casus belli para que un católico pueda aprobar una guerra y luchar en ella. ¡Y ojito con la maquinaria propagandística que trabaja día y noche para convencernos de lo que le interesa a la élite! La Historia nos enseña que para iniciar una guerra no hay nada más eficaz que un ataque de falsa bandera.
Con la cabeza despejada y con una información fiable hay que discernir en cada caso lo que es una guerra justa, y lo que no es más que un cálculo político para amasar mayor poder. En mi opinión, la Primera Guerra Mundial es un claro caso de una guerra injusta, que nunca tenía que haber ocurrido. Hubo muchas ansias de venganza en Francia, un imperialismo desbocado en Alemania, y miedo a perder su hegemonía mundial por parte del Imperio Británico. Los soldados, tanto de un lado como de otro, murieron en vano. Pudieron morir con honor, con valentía, pero como la guerra fue injusta desde el principio, murieron para nada.
Hoy en día poco ha cambiado, excepto los nombres de los protagonistas y la importancia relativa de los países. Los siervos de Satanás, bajo el paraguas del Nuevo Orden Mundial, siguen buscando la guerra para “reequlibrar” las balanzas del poder mundial. Obama ya lo intentó con Siria, pero fracasó. Ahora lo intenta con la guerra de Ucrania, pintando a Putin como el gran ogro al que hay que “dejar en su sitio”. Si por ahora no existe ninguna razón que justifique entrar en guerra contra Rusia, no dudo que un día de estos Obama le diga a su Secretario de Asuntos Exteriores, John Kerry: “encuentre una razón.”
El sábado 26 de julio el diario británico The Daily Telegraph publicó un artículo sobre un documento histórico, a mi juicio interesantísimo, que recientemente ha visto la luz. El documento en cuestión es una nota, perdida durante casi cien años y ahora encontrada en una caja llena de cañas de pescar, que detalla una reunión entre Jorge V, rey de Inglaterra, y su ministro de exteriores, Sir Edward Grey, el 2 de agosto de 1914, tan solo dos días antes de la declaración de guerra entre el Reino Unido y Alemania.
Esta nota no deja lugar a dudas sobre las intenciones del monarca británico; lejos de querer evitar la entrada de su país en la Gran Guerra, en la que un millón de sus súbditos perderían la vida, Jorge V ansiaba encontrar un pretexto para declarar la guerra a Alemania, que ya estaba luchando contra Francia. El rey dijo a su ministro que era “absolutamente esencial” ir a la guerra, para que Alemania no “dominara completamente este país”. Cuando Sir Grey contestó que aún no habían encontrado razón alguna para declararle la guerra a Alemania, el rey contestó: “encuentre una razón, Grey”.
Según Sir Cecil Graves, sobrino del ministro en cuestión, que tuvo una entrevista con el rey al poco de morir su tío en que el monarca le contó los detalles de su reunión del 2 de agosto de 1914, al día siguiente el rey recibió una carta privada del presidente francés, Poincaré, suplicándole ayuda en la guerra contra Alemania, y un telegrama del rey Alberto I de Bélgica, hablando de la violación de su país. Esto le bastó a Jorge V, por lo que rápidamente le comunicó a Sir Edward que ya no hacía falta encontrar ninguna razón. El 4 de agosto el Reino Unido declaró la guerra a Alemania, y como suelen decir, el resto es Historia.
¿Por qué escribo esto? Todos sabemos que se acerca el centenario de la Primera Guerra Mundial, y este año leeremos todo tipo de versiones sobre aquel trágico conflicto que costó la vida a muchos millones de personas. Pero lo que se suele omitir en un análisis de esta guerra es su causa. A pesar haber estudiado en detalle la Gran Guerra en el instituto, de haber leído libros sobre el tema, nunca se me quedó claro porqué las potencias europeas tuvieron que destruirse de esa manera tan absurda.
Tras leer el artículo sobre Jorge V y comentarlo con un familiar, he entendido que las guerras son inevitables en este mundo caído. La reacción de este familiar no fue para nada parecida a la mía,- una mezcla de estupor e indignación,- sino encogerse de hombros, diciendo “si es lo que había que hacer para dejar a Alemania en su sitio… No se podía permitir que se hicieran los amos del mundo.” A mi pregunta: “¿por qué el Imperio Británico podía ser el amo del mundo y Alemania no?”, no hubo respuesta. ¡El cinismo y la soberbia humanos verdaderamente no tienen límites!
Los católicos tenemos que recordar que existe toda una teología sobre la guerra justa. No somos pacifistas, pero tampoco podemos justificar cualquier guerra por una supuesta lealtad patriótica, que en realidad no sería más que chovinismo. Verter sangre humana es algo muy serio, y no se puede hacer simplemente porque al político de turno le conviene. Tiene que haber un claro casus belli para que un católico pueda aprobar una guerra y luchar en ella. ¡Y ojito con la maquinaria propagandística que trabaja día y noche para convencernos de lo que le interesa a la élite! La Historia nos enseña que para iniciar una guerra no hay nada más eficaz que un ataque de falsa bandera.
Con la cabeza despejada y con una información fiable hay que discernir en cada caso lo que es una guerra justa, y lo que no es más que un cálculo político para amasar mayor poder. En mi opinión, la Primera Guerra Mundial es un claro caso de una guerra injusta, que nunca tenía que haber ocurrido. Hubo muchas ansias de venganza en Francia, un imperialismo desbocado en Alemania, y miedo a perder su hegemonía mundial por parte del Imperio Británico. Los soldados, tanto de un lado como de otro, murieron en vano. Pudieron morir con honor, con valentía, pero como la guerra fue injusta desde el principio, murieron para nada.
Hoy en día poco ha cambiado, excepto los nombres de los protagonistas y la importancia relativa de los países. Los siervos de Satanás, bajo el paraguas del Nuevo Orden Mundial, siguen buscando la guerra para “reequlibrar” las balanzas del poder mundial. Obama ya lo intentó con Siria, pero fracasó. Ahora lo intenta con la guerra de Ucrania, pintando a Putin como el gran ogro al que hay que “dejar en su sitio”. Si por ahora no existe ninguna razón que justifique entrar en guerra contra Rusia, no dudo que un día de estos Obama le diga a su Secretario de Asuntos Exteriores, John Kerry: “encuentre una razón.”
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