Cristo de la Luz

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jueves, 21 de mayo de 2015

¿Qué edad tiene la Tierra? (I)

¿Tiene la edad de la Tierra alguna relación con la fe católica? Yo creo que sí. Todos los fieles católicos, en todas partes, han creído, hasta finales del siglo XIX, en una Tierra joven, que se mide en miles de años, no en miles de millones de años. Para el que no tenga claro este punto, espero que este artículo mío le pueda ayudar. La razón evidente es que hasta hace muy poco los fieles católicos, por lo general, interpretaban las Escrituras de manera literal. Dice la Biblia que Dios mandó un Diluvio Universal para matar a todos los hombres excepto a Noé y su familia, y ellos se lo creían. Dice la Biblia que a petición de Josué el sol se paró en el cielo, y ellos se lo creían. Y naturalmente, si dice la Biblia que Dios creó el mundo en seis días, ellos se lo creían. Los años entre Adán y Abrahám están contados con mucha precisión en el Génesis, y los años desde Abrahám hasta Nuestro Señor se pueden calcular sin mucha dificultad. Es sólo cuestión de aritmética. Hoy en día, si hacemos una lectura literal de la Biblia, sumando los años entre la Creación y Nuestro Señor, y los años desde Nuestro Señor hasta hoy, se llega a una cifra aproximada de 6000 años de edad para la Tierra.


En este tema hay un consenso unánime entre los Padres de la Iglesia. A continuación, para los escépticos que no se fían de mi palabra (y hacen bien), ofrezco algunas citas de los Padres que demuestran su fe en una Tierra joven, según se desprende de una interpretación literal del relato de la Creación. Esta lista no es ni mucho menos exhaustiva, pero sí representativa. Si alguien conoce una cita de algún Padre de la Iglesia, donde queda claro que no creía en una Tierra joven, quisiera verla.

  • San Clemente de Alejandría: 
De Adán hasta el Diluvio van 2148 años y cuatro días... La tierra proviene de las aguas; y antes de los seis días de la formación de todo lo que fue hecho, el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas (Lecturas de Catequesis 3,5)
  • San Ireneo: 
«En cuantos días fue hecho el mundo, en otros tantos milenios será consumado. Por eso dice el Génesis: “Concluyéronse, pues, los cielos y la tierra y todo su mobiliario, y consumó Dios en el día sexto todas las obras suyas que había hecho, y descansó el día séptimo de todas las obras que hizo” (Gen 2, 1-2). Esto es a la vez narración de lo pasado y profecía de lo porvenir. Si, pues, “un día de Dios es como mil años” (Ps 89, 4), y en seis días consumó la creación, manifiesto es que en seis milenios consumará la historia» (Adv. hær. V, 28, 3)
  •  San Hipólito de Roma: 
Y 6,000 deben de necesidad cumplirse, en orden a que el Sabbath pueda venir, el descanso, el día santo “en el cual Dios descansó de todas Sus obras”. Pues el Sabbath es el tipo y emblema del futuro reino de los santos, cuando ellos “reinarán con Cristo”, cuando Él venga desde los cielos, como dice Juan en su Apocalipsis: Pues “un día con el Señor son un mil años”. Puesto que, entonces, en seis días Dios hizo todas las cosas, se sigue de el que 6,000 años deben cumplirse. (Sobre el Hexámeron)
Estas dos últimas citas son especialmente interesantes, porque establecen un paralelismo entre los seis días de la Creación y los supuestos seis mil años de la historia del mundo, seguidos de los mil años del Reinado de Cristo. El milenarismo es un tema común entre los Padres de la Iglesia, aunque luego la Iglesia lo rechazó, principalmente por considerar que propiciaba el fanatismo apocalíptico. Lo que nos concierne ahora es que el paralelismo entre los días de la Creación y los seis mil años del mundo solamente funciona con una interpretación literal del Génesis.

El famoso versículo de San Pedro: ante el Señor un día es como mil años y mil años son como un día (2 Pedro 3:8), no se utilizó en la era patrística para defender la idea de una Tierra vieja, sino para proyectar una visión de la historia del mundo, que necesariamente descansa sobre una lectura literal del Génesis. Cuando el milenarismo fue atacado no fue con una interpretación alegórica de los seis días de la Creación, aunque la manera más fácil de hacerlo hubiera sido esa, simplemente porque una lectura alegórica de los seis días de la Creación era algo ajeno para los Padres de la Iglesia.

  • Teófilo de Antioquía: 
El número total de años desde la Creación del mundo es 5695. (Teófilo 3,28)
  • Orígenes: 
El relato mosaico de la Creación nos enseña que el mundo aún no tiene 10,000 años de edad, sino muchos menos (Contra Celso 1,19)
  • San Efrén de Siria: 
Nadie debe pensar que la Creación de seis días es una alegoría; así mismo no es permisible decir que lo que parece haber sido creado en seis días fue creado en un solo instante, y que algunos nombres presentados en este relato carecen de sentido o significan otra cosa. Al contrario, debemos saber que, igual que el Cielo y la Tierra que fueron creados en el principio son realmente el Cielo y la Tierra, y no otra cosa bajo tales nombres; así todo lo que se menciona que fue creado y llamado al orden tras la creación del Cielo y la Tierra, no son nombres vacíos, sino la misma esencia de dichos nombres. (Comentario sobre Génesis)
  • San Basilio Magno: 
"Hubo una tarde, una mañana, un día." ¿Por qué dijo "un día" y no "el primer día"? Dijo "uno" porque definía la medida de un día y una noche... dado que las 24 horas llenan el  intervalo de un día. (Hexameron 2,8)
  • San Gregorio de Nisa: 
Antes de empezar, doy fe de que no hay nada contradictorio en lo que escribió Basilio el santo sobre la Creación del mundo, y que ninguna explicación adicional es necesaria. (Hexaemeron 44,68)
  • San Ambrosio: 
La Escritura estableció una ley que 24 horas, incluyendo día y noche, debe ser llamado "día"... En el principio Dios creó el Cielo y la Tierra. El tiempo procede de este mundo, no es anterior al mundo, y un día es una división de tiempo, no su origen.
  • San Agustín: 
Son engañados... por documentos mendaces que pretenden contar la historia de muchos miles de años, mientras que según las Escrituras sagradas encontramos que no más de 6000 años han pasado. (La Ciudad de Dios 12,10)

El caso de San Agustín es destacable, no sólo por ser el Padre latino más importante, sino porque muchos evolucionistas lo han usado para atacar la interpretación literal de los seis días del Génesis. Es cierto que durante un tiempo el santo de Hipona defendió una lectura simbólica de la Creación, y en vez de seis días de 24 horas creía en una Creación instantánea, al parecer por una traducción ambivalente del versículo del Eclesiástico 18,1: Qui vivit in aeternum creavit omnia simul. Este "simul", que el latín normalmente significa "a la vez", en el origina griego puede significar otra cosa. De hecho, la versión Biblia de Jerusalén lo traduce así: El que vive eternamente todo lo creó por igual. Luego San Agustín renunció a esta interpretación simbólica, y en La Ciudad de Dios dejó claro que creía en una Creación de seis días literales sucesivos. En lo que sin duda nunca creyó es un mundo con millones de años de edad.


Resumiendo, hay un consenso entre los Padres de la Iglesia sobre la Creación. Ninguno de ellos creía en la evolución de las especies, a pesar de que esta idea ya era conocida en su tiempo; todos interpretaban el relato de la Creación en el Génesis de manera literal; y todos creían en una Tierra joven, de unos pocos miles de años. El Concilio de Trento, en su sesión IV, declaró que nadie tiene libertad para salirse de la opinión unánime de los Padres sobre una cuestión de la interpretación de las Escrituras, y esta declaración fue reiterada por el Concilio Vaticano I en 1870, once años después de la publicación del Origen de las Especies de Charles Darwin. Esto de por sí es suficiente para mí. Creo en una Tierra joven, porque es lo que todos los católicos han creído en todas partes, desde el principio hasta hace relativamente poco, y porque es la opinión unánime de los Padres de la Iglesia.

Otra cuestión es la evidencia científica a favor de una postura u otra. Yo simplemente repito las palabras del Doctor de la Iglesia, San Roberto Belarmino, cuando fue confrontado con las tesis de Galileo
Yo digo que si hubiera una verdadera demostración de que el sol está en el centro del universo… entonces podría ser necesario proceder con gran cuidado a explicar los pasajes de la Escritura que parecen contrarios… Pero yo no creo que haya una tal demostración; ninguna me ha sido mostrada… y en caso de duda, uno no puede apartarse de las Escrituras como son explicadas por los santos Padres.
Dejaremos el tema de las pruebas científicas para más adelante, pero por ahora, respecto a los miles de millones de años, puedo decir que "no creo que haya tal demostración; ninguna me ha sido mostrada". Por tanto, hasta que no vea una prueba irrefutable de que la Tierra tenga miles de millones de años de edad, "en caso de duda, uno no puede apartarse de las Escrituras como son explicadas por los santos Padres".

San Roberto Belarmino
Pero aunque supongamos que no es un dogma de fe, y que puede existir un legítimo desacuerdo entre católicos sobre el asunto, el hecho de ser un tema debatible no significa que sea un tema baladí. Creer que la Tierra tiene miles de millones de años de edad, como predica hoy la gran mayoría de científicos, es, en mi modesta opinión, un error. Aunque no sea una herejía, sí es un error, y Santo Tomás de Aquino dice que un error en nuestra visión del mundo natural distorsiona nuestra visión de las cosas espirituales. Además, es un error con consecuencias terribles, porque aparte de errosionar la infalibilidad de las Escrituras y de la Tradición, posibilita el evolucionismo, que sin los miles de millones de años no puede ser creído ni por el ateo más convencido.

Muchos católicos, al tocar este tema, me acusan de hacer una lectura fundamentalista de las Escrituras, como lo hacen hoy muchas sectas protestantes. Sin embargo, una interpretación literal de la Biblia es la interpretación católica por excelencia. Como espero  haber demostrado con los Padres de la Iglesia, el Génesis desde el principio fue interpretado de manera literal. Por supuesto que hay lecturas alegóricas y simbólicas en la Biblia, y los Padres no renunciaban a ellas. Pero el gran error es creer que un tipo de interpretación excluye el otro. Nada más lejos de la verdad. La lectura figurativa se apoya sobre la lectura literal. Por ejemplo, los Padres unánimamente veían en la Virgen a la Nueva Eva. Para hacer esta lectura figurativa, primera es necesario creer en una Eva literal, porque de otra manera todo queda en el ámbito de la mitología. Otro ejemplo es la interpretación que hacían del Arca de Noé, como figura de la Iglesia Católica, fuera de la cual nadie se puede salvar. Para hacer esta interpretación figurativa del Diluvio, primero es necesario que crean que realmente ocurrió como hecho histórico, no como un cuento de hadas. Si el Diluvio es sólo un bonito cuento, también lo sería la Iglesia, y su exégesis perdería toda su fuerza.

La inerrancia de las Escrituas es dogma de fe. Nadie puede ponerlo en duda sin caer en herejía. La idea, muy extendida desgraciadamente, de que las Escrituras sólo son libres de error en lo que afecta nuestra salvación, y que todo lo demás está susceptible de error, es completamente herética. Dicho error modernista cobró mucha fuerza dentro de la Iglesia con el documento del Concilio Vaticano II, Dei Verbum, que dice lo siguiente:
[Las Escrituras] enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación.
Se puede interpretar este pasaje de manera ortodoxa, pero también de manera heterodoxa, algo típico de los documentos ambiguos del Concilio. Sin embargo, si queremos pisar roca firme, tenemos que retroceder a una época en que la Iglesia hablaba en un lenguaje conciso y claro, para que nadie pudiera confundirse acerca de donde está la verdad, ni escudarse en ambigüedades. La encíclica de León XIII, Providentissimus Deus, de 1893, condena explícitamente el error arriba mencionado y reafirma la doctrina perenne de la inerrancia absoluta de las Escrituras:
Lo que de ninguna manera puede hacerse es limitar la inspiración a solas algunas partes de las Escrituras o conceder que el autor sagrado haya cometido error (…). En efecto, los libros que la Iglesia ha recibido como sagrados y canónicos, todos e íntegramente, en todas sus partes, han sido escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo; y está tan lejos de la divina inspiración el admitir error, que ella por sí misma no solamente lo excluye en absoluto, sino que lo excluye y rechaza con la misma necesidad con que es necesario que Dios, Verdad suma, no sea autor de ningún error. Tal es la antigua y constante creencia de la Iglesia (…) Síguese que quienes piensen que en los lugares auténticos de los libros sagrados puede haber algo de falso, o destruyen el concepto católico de inspiración divina, o hacen al mismo Dios autor del error. (Providentissimus Deus, 45 -47)
León XII, en la misma encíclica, Providentissimus Deus, habla de cómo debemos interpretar las Escrituras:
Siga religiosamente el sabio precepto dado por San Agustín: «No apartarse en nada del sentido literal y obvio, como no tenga alguna razón que le impida ajustarse a él o que haga necesario abandonarlo»; regla que debe observarse con tanta más firmeza cuanto existe un mayor peligro de engañarse en medio de tanto deseo de novedades y de tal libertad de opiniones.
Yo diría que el sentido "literal y obvio" de los primeros capítulos del Génesis es que Dios creó el mundo en seis días, y eso es lo que los católicos siempre han creído. Históricamente siempre hemos sido los católicos los que hemos interpretado las Escrituras de manera literal, frente a los herejes protestantes que han preferido una interpretación figurativa. Pongamos por ejemplo el discurso eucarístico de Nuestro Señor en el capítulo 6 del Evangelio según San Juan. Ningún protestante, que yo sepa, interpreta de manera literal estas palabras:
Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. (Juan 6:53)
Los protestantes tampoco interpretan estas palabras de manera literal:
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; las puertas del Hades no prevalecerán sobre Ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos... (Mateo 16:18,19)
Ellos tuercen el sentido de las Escrituras para encajar con sus doctrinas heréticas. Ahora muchos protestantes progresistas ya ni siquiera fingen creer en la inerrancia de las Escrituras. Interpretan todo como una bonita colección de cuentos con moraleja, sin mayor trascendencia. Convierten la Palabra de Dios en una opinión más, sujeta a su capricho y conveniencia. Los protestantes que siguen creyendo en la inerrancia de las Escrituras interpretan el relato de la Creación de manera literal, y hacen bien porque esa es la interpretación católica tradicional. Donde se equivocan no es generalmente en el Antiguo Testamento, sino en el Nuevo. Su problema es que una Biblia infalible es inútil sin alguien que te dé la interpretación correcta. Al carecer de una autoridad suprema que resuelva sus dudas interpretativas, cada secta propone doctrinas diferentes, y el resultado es un caos. Los católicos, a diferencia de los protestantes, tenemos la enorme ventaja de contar con el Magisterio de la Iglesia. Si seguimos a los Padres, al sensus fidei desde los primeros años del cristianismo, y las declaraciones infalibles de los concilios y los Papas, no podemos equivocarnos. Esto se llama Tradición, y toda la Tradición apunta a una Tierra joven.


Durante demasiado tiempo, en la guerra espiritual contra el mundo, los católicos hemos luchado en retirada, cediendo terreno mientras perdemos batalla tras batalla. Hoy en día muchos católicos se conforman con que el Estado les permita reunirse en un templo a rezar. No se atreven a manifestar su fe en público, mucho menos rezar en público. Muchos ni siquiera se atreven a confesarse católicos, por miedo a las burlas, los desprecios y, hay que decirlo, el odio de gran parte de la sociedad. Siempre sucede lo mismo: cuanto más se ceda, con ánimo de aplacar al Enemigo, cuanto más despiadado es el ataque contra la Iglesia. Pienso que esta racha de derrotas se debe principalmente a que los católicos hemos dudado de la inerrancia de la Palabra de Dios. Nuestra debilidad ante el mundo es en el fondo por una falta de fe en Dios. Al ceder sobre la inerrancia de las Escrituras hemos permitido que el Enemigo dicte las reglas de combate, y ya dijo Napoleón que si pudiera elegir el campo de batalla, siempre ganaría. Renunciar a la inerrancia de las Escrituas y pretender convertir al mundo, es como luchar contra tanques con palos y piedras.

Creo que es hora de retomar algunas plazas que hemos perdido al Enemigo. Los católicos tenemos que volver a creer en lo que Dios nos ha revelado, tal y como los católicos siempre lo han creído. No hubo ningún hombre vivo cuando se creó la Tierra, por lo que nadie puede dar testimonio de ello. Sólo Dios estaba presente, así que sólo Su testimonio tiene valor. Tenemos que volver a fiarnos de Su Palabra, antes que fiarnos de lo que nos cuentan los sabios y entendidos del mundo. Tenemos que quitarnos el complejo de inferioridad ante la Ciencia, como si la Teología fuera una excéntrica pérdida de tiempo en comparación, y no la Madre de las Ciencias. La ciencia es buena. Es una ocupación noble y fascinante investigar los secretos de la Naturaleza creada por Dios. La Iglesia nunca ha estado en contra de la ciencia. Sin embargo, es la fe católica la que debe iluminar la ciencia, no al revés.

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