viernes, 8 de enero de 2016

Mujeres, sed sumisas

 
Me hubiera gustado que otra persona escribiera este artículo, preferiblemente una mujer. Me hubiera gustado que otra persona dijera las cosas que voy a decir, porque esto me va a traer problemas, lo sé. Sin embargo, veo que nadie habla de esto, ni los laicos, ni los sacerdotes, ni los obispos, ni el Papa, y alguien tiene que hacerlo. La situación actual es de todos conocida; el matrimonio está bajo ataque y la familia cristiana se desmorona a pasos agigantados. En el debate actual que se está produciendo dentro de la Iglesia Católica en torno al matrimonio, veo con tristeza que ni progresistas ni conservadores (ni siquiera muchos tradicionalistas) hablan de algo tan crucial como la autoridad suprema del padre de familia; en otras palabras, de la sumisión de la mujer a su marido. Si se toca el tema de la indisolubilidad del matrimonio corren ríos de tinta, y es bueno que los católicos defendamos esta doctrina de Nuestro Señor. Sin embargo, la doctrina de la sumisión de la mujer al marido también es de Revelación Divina, y sobre esto casi todo el mundo prefiere callar. Es como si un cacho de la doctrina católica acerca del matrimonio hubiera evaporado. Más aún, es como si nunca hubiera existido.

Antes que nada, conviene aclarar que la Iglesia Católica nunca ha enseñado que la mujer es inferior al hombre. Parece un disparate tener que decir esto, pero es una calumnia que lanzan los enemigos de la fe, cada vez que alguien se atreve a repetir lo que la Iglesia siempre ha enseñado en este tema. La verdad es que en toda la Historia, ninguna institución ha logrado tantos beneficios para las mujeres, porque a diferencia de las civilizaciones paganas, la Iglesia Católica siempre ha tratado a la mujer como persona, con la misma dignidad esencial que el hombre. Nuestro Señor hablaba libremente con mujeres, algo inusual para su época, y aceptaba entre sus seguidores a hombres y mujeres sin distincción. Evidentemente, eligió solamente a varones para ser Sus apóstoles, pero eso no significa que despreciara a las mujeres. Cada uno tiene su papel dentro de la Iglesia, igual que las partes de un cuerpo desempeñan diferentes funciones y todas son necesarias, como explica San Pablo. Si alguien piensa que la doctrina católica de la sumisión de la mujer a su marido es un desprecio para la mujer, o que implica que la mujer es de alguna manera inferior al varón, es porque no la ha entendido correctamente. Falsas religiones como el Islam, por ejemplo, sí predican la inferioridad de la mujer frente al varón, pero los errores de falsas religiones nada tienen que ver con lo que siempre ha enseñado la Iglesia Católica.

Es importante señalar que la Iglesia siempre ha predicado que ambos esposos tienen obligaciones, aunque sean distintas. Si la Palabra de Dios manda a las mujeres estar sujetas a sus maridos, también manda a los hombres amar a sus esposas, "como Cristo amó a Su Iglesia". Se suele olvidar que las obligaciones van en dos direcciones. No se puede insistir solamente en las obligaciones de una de las partes, ya que en la doctrina católica cada miembro de la familia tiene sus obligaciones; el marido, la mujer y los hijos. Esto lo explica muy bien San Pablo en el capítulo tercero de su carta a los colosenses:
Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que se desanimen. (Colosenses 3:18.21)
La táctica preferida de los modernistas es ignorar completamente la doctrina sobre la sumisión de la mujer al marido y fingir que nunca existió. Es demasiado engorroso tratar de "reinterpretar" a San Pablo, a los Padres y doctores de la Iglesia, además de todo el Magisterio preconciliar, para que encaje la doctrina de siempre sobre el matrimonio en una cosmovisión feminista post-cristiana. Son perspectivas radicalmente opuestas, y no funciona. El feminismo, que predica la igualdad de la mujer con el varón y aspira a la autonomía de la mujer, ha sido incorporado en la nueva religión neo-católica. No se puede afirmar que la mujer es igual en todo al varón, excepto las evidentes diferencias anatómicas, y aceptar la doctrina católica sobre la sumisión de la mujer a su marido.  Tampoco se puede casar el deseo de autonomía de la mujer con la doctrina católica de que el marido es la cabeza de la esposa. Así que los neo-católicos tienen un serio problema con este tema y es comprensible su aversión a tocarlo.

La Biblia dice lo que dice, y si sus palabras no son lo suficientemente claras, porque es verdad que hay pasajes difíciles, la Tradición y el Magisterio están ahí para interpretarlas. Ante este problema, los modernistas han optado por borrar de sus biblias cualquier referencia explícita a la sumisión de la mujer al marido. Los pasajes que más molestan a los modernistas son los de San Pablo, especialmente éste de la carta a los efesios, que en la versión oficial de la Iglesia, es decir, la Vulgata en su edición clementina, dice lo siguiente:
Mulieres viris suis subditae sint, sicut Domino: quoniam vir caput est mulieris, sicut Christus caput est Ecclesiae: ipse, salvator corporis ejus. Sed sicut Ecclesia subjecta est Christo, ita et mulieres viris suis in omnibus. (Efesios 5:22-24)

Existen muchas traducciones de la Biblia al castellano, algunas muy buenas, otras no tan buenas, y muchas claramente heréticas. Es escandalosa la forma en que muchas traducciones modernas, como la de catholic.net, por ejemplo (que no dicen qué versión usan), falsifican este texto. [1] Lo hacen con la intención sacrílega de que sea más aceptable a la mentalidad moderna, para "adaptar" la Palabra de Dios al mundo. De modo que Efesios 5:22, en lugar de "mujeres, sed sumisas a vuestros maridos", dice: "Mujeres, respetad a vuestros maridos". En la versión Vulgata las palabras subditae y subjecta son cruciales. No soy linguista especializado, y agradecería a cualquier persona con conocimientos profundos de la lengua latina que me corrigiera si yerro, pero creo que someterse a alguien no es lo mismo que respetarle. Hay personas que respeto mucho, pero no se me ocurre someterme a su voluntad. Si hablamos de Jesucristo, los musulmanes le respetan como profeta. Hasta conozco a ateos que dicen respetar Sus enseñanzas. Pero de ahí a someterse a ellas hay un trecho importante.
Además, el sentido de este pasaje se pierde cuando se sustituye la palabra "someterse" por "respetar". Esto es lo que dice la versión de catholic.net:
Así como la Iglesia está sometida a Cristo, de la misma manera las mujeres deben respetar en todo a su marido.
Esta frase no significa nada. Es como si dijera: "así como los perros ladran, los peces nadan." ¡Es el colmo del absurdo! La versión Pueblo de Dios no es mucho mejor. Dice así:
Sean dóciles los unos a los otros por consideración a Cristo: las mujeres a su marido, como si fuera el Señor, porque el varón es la cabeza de la mujer, como Cristo es la Cabeza y el Salvador de la Iglesia, que es su Cuerpo. Así como la Iglesia es dócil a Cristo, así también las mujeres deben ser dóciles en todo a su marido.
Meter la palabra "dócil" en lugar de "sujeta" o "sumisa" es una forma de suavizar el mensaje, para que no choque tanto con la sensibilidad moderna. No hay absolutamente ninguna razón lingüística para traducirlo así, sólo razones ideológicas. El pasaje de Efesios 5 no es el único que hace rechinar los dientes a los modernistas. Hay otros de San Pablo y está la primera carta de San Pedro (otro misógeno, supongo), que dice lo siguiente:
Similiter et mulieres subditae sint viris suis. (1 Pedro 3:1)
Otra vez la palabra "subditae", que las traducciones modernistas se niegan a traducir como "sumisas".

Al margen de las malas traducciones, cuando los modernistas intentan justificar la doctrina tradicional de la sumisión de la mujer a su marido, se meten en un auténtico berenjenal. Un buen ejemplo de ello es una catequesis del año 2006 del predicador oficial del Papa, el fraile capuchino, Piero Cantalamessa. Como paréntesis, este es el mismo hombre que en 2013 aseguró que el fundador de su orden, San Francisco de Asís, se parecía al Papa Francisco, porque los dos eran destructores (en el buen sentido, claro) de tradiciones eclesiásticas "que ya no sirven para las necesidades presentes". [2] En la catequesis sobre el matrimonio, Fray Cantalamessa arremetió contra la doctrina de la sumisión de la mujer al marido, diciendo lo siguiente respecto al pasaje de Efesios 5:21-25:
Leyendo las palabras de San Pablo con ojos modernos, uno ve inmediatamente una dificultad. Pablo recomienda que los maridos "amen" a sus mujeres (y esto es bueno), pero también recomienda que las mujeres sean sumisas a sus maridos, y esto, en una sociedad muy consciente (y con razón) de la igualdad de los sexos, parece inaceptable.
Sobre este tema San Pablo está condicionado por la mentalidad de su tiempo. Sin embargo, la solución no es eliminar la palabra "sumisión" de las relaciones entre marido y mujer, sino quizás hacer que sea una sumisión mutua, igual que el amor debe ser mutuo.
En otras palabras, no sólo son los maridos los que deben amar a sus mujeres, sino las mujeres que también deben amar a sus maridos. No sólo son las mujeres las que deben someterse a sus maridos, sino los maridos que también deben someterse a sus mujeres, en amor mutuo y sumisión mutua.
Es evidente que Fray Cantalamessa, en lugar de recibir dócilmente las enseñanzas divinas recogidas en las Sagradas Escrituras, tuerce la Palabra de Dios para que encaje con la mentalidad moderna. Busca acomodar la Revelación a un mundo perverso. Sus propias palabras le delatan, cuando afirma que la sumisión de la mujer es inaceptable en nuestra sociedad. En su hermenéutica, el punto de partida es lo que resulta admisible para la sociedad de hoy, no la voluntad de Dios. Con este criterio también podríamos decir que la "homofobia" contenida en la Biblia es inaceptable para nuestra sociedad plural, que los Diez Mandamientos se han quedado obsoletos, que el reinado de Jesucristo es incompatible con la democracia, etc, etc, etc. Al predicador papal se le olvida que, en lugar de ajustar la Palabra de Dios a la sociedad moderna, es la sociedad moderna la que se tiene que ajustar a la Palabra de Dios. Esta es la regla  que da San Pablo a los romanos:
No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. (Romanos 12:2)
Tras esta catequesis, Fray Cantalamessa no recibió corrección alguna por parte del Santo Padre, ni por cualquier obispo del mundo. Esta es la prueba palpable de que el feminismo se ha infiltrado en las estructuras de la Iglesia y forma parte íntegra de la nueva religión del Vaticano. Pero, ¿de dónde sacó este fraile semejante idea? No fue cosecha propia. Lo realmente triste es que sólo repetía lo que unos años atras había predicado el Papa Juan Pablo II, en su carta apostólica, Mulieris dignitatem de 1988. Esto es lo que dice este documento sobre el texto en cuestión de San Pablo:
El autor sabe que este planteamiento, tan profundamente arraigado en la costumbre y en la tradición religiosa de su tiempo, ha de entenderse y realizarse de un modo nuevo: como una «sumisión recíproca en el temor de Cristo» (cf. Ef 5, 21), tanto más que al marido se le llama «cabeza» de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia, y lo es para entregarse «a sí mismo por ella» (Ef 5, 25), e incluso para dar la propia vida por ella. Pero mientras que en la relación Cristo-Iglesia la sumisión es sólo de la Iglesia, en la relación marido-mujer la «sumisión» no es unilateral, sino recíproca.
¿Aporta el Santo Padre alguna argumentación para esta última frase? ¿La apoya en las Escrituras o en el Magisterio de la Iglesia? No, la dice sin más. Es, por tanto, una afirmación gratuita. Y si resulta que es una novedad, los católicos estaríamos en la obligación de denunciar y resistir esta enseñanza, aunque venga de los labios del mismísimo Papa. Esto es lo que dice el Concilio Vaticano I sobre las novedades en la fe:
Así el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro, no de manera que ellos pudieran, por revelación suya, dar a conocer alguna nueva doctrina, sino que, por asistencia suya, ellos pudieran guardar santamente y exponer fielmente la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe. [3]
Veamos lo que dice el Magisterio perenne de la Iglesia sobre el tema. Prácticamente todos los Padres de la Iglesia afirman la doctrina de la autoridad del marido sobre la mujer, y podría poner muchos ejemplos, pero en aras de la brevedad pondré sólo dos. San Juan Crisóstomo, en su hermosa Homilía sobre la Carta a los Efesios, da esta advertencia:
Aquel que resiste estas autoridades externas, de los gobiernos, me refiero, resiste la voluntad de Dios (Romanos 13:2), pero mucho peor hace aquella que no se somete a su marido. Tal fue la voluntad divina desde el principio.
San Agustín dice:
No se puede dudar que está más en consonancia con el orden de la naturaleza que el hombre mande sobre la mujer. Fue con este principio en mente que escribió el apóstol: "el hombre es la cabeza de la mujer" (1 Corintios 11:3), y "mujeres, someteos a vuestros maridos". [4]
No soy un experto en patrística, pero nunca he leído nada en las obras de los Padres sobre la "sumisión mutua" de los esposos, tal y como predicó Juan Pablo II. De nuevo, ruego me corrijan los entendidos si no es así. El Catecismo del Concilio de Trento habla sin ambigüedades de la sumisión de la mujer al marido, citando el pasaje de Efesios ya mencionado, y dice también lo siguiente:
Y por esta razón, enseñaron algunos de los Padres, que [Eva] fue formada no de los pies sino del costado del marido; como también fue hecha no de la cabeza, para que entendiese que no era señora, sino súbdita de su marido. (Catecismo de Trento, 702)
¿Qué dice Santo Tomás de Aquino, el Doctor Angélico, sobre este tema? Afirma en varios capítulos de la Summa Theológica la autoridad del marido sobre su esposa, como éste, por ejemplo:
Aunque la esposa sea igual al marido en el acto marital, en cuestiones domésticas la cabeza de la mujer es el hombre, como dice el apóstol (1 Corintios 11:3) [5]
Respecto a la prohibición que da San Pablo a las mujeres de hablar públicamente en la Iglesia, Santo Tomás dice así:
Dirigirse públicamente a toda la Iglesia no está permitido a la mujer. Primero y principalemente debido a la condición del sexo femenino, por la cual la mujer debe estar sujeta al hombre, según está establecido desde Genesis 3:16. [6]
La encíclica Arcanum divinae sapientiae de 1880 del Papa León XIII reitera la autoridad del marido sobre su mujer, en estos términos:
El marido es el jefe de la familia y cabeza de la mujer, la cual, sin embargo, puesto que es carne de su carne y hueso de sus huesos, debe someterse y obedecer al marido, no a modo de esclava, sino de compañera; esto es, que a la obediencia prestada no le falten ni la honestidad ni la dignidad. Tanto en el que manda como en la que obedece, dado que ambos son imagen, el uno de Cristo y el otro de la Iglesia, sea la caridad reguladora constante del deber. Puesto que el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia... Y así como la Iglesia está sometida a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo. (par. 8)
En 1930, en su encíclica Casti connubi, el Papa Pío XI advirtió sobre los "falsos maestros" que intentan "convencer a las mujeres de la necesidad de abandonar la obediencia que deben a sus maridos". ¿Cuál fue su veredicto sobre semejante proposición feminista? Pío XI respondió así: "esto no es la emancipación, sino un crimen."

Como conclusión, me atrevo a decir que la sumisión de la mujer a su marido es Revelación Divina, y forma parte del Magisterio de la Iglesia. La doctrina de la "sumisión mutua", tal y como la predicó Juan Pablo II y ahora repiten los modernistas, es un invento del siglo XX. Por lo tanto, si la sumisión de la mujer al marido pertenece al depósito de fe, el que niegue esta doctrina y lo hace de manera consciente y obstinada, es un hereje, sea Papa o el porquero de Agamenón.

Además, por sentido común se puede saber que uno de los dos esposos tiene que tener autoridad sobre el otro, sea el marido o la mujer. En cualquier sociedad humana hay alguien que manda, sea el gobierno de la nación, una empresa comercial, un colegio, o un equipo de fútbol. Si no hay un líder (no dos o tres), cuando llegan problemas la sociedad de deshace; cada uno tira para su lado y la unión entre los miembros es imposible de mantener. Si hasta entre los ángeles del Cielo hay una jerarquía, y ellos son incapaces de pecar, ¿cómo no la va a haber entre mortales pecaminosos, tan proclives a la rebelión?


Lo perverso del feminismo es que ha fomentado la guerra entre los sexos, una guerra que se libra dentro de cada familia. Para decidir quien manda en un matrimonio moderno, los esposos se tienen que pelear constantemente, y el "ganador" (el que tiene más fuerza de carácter o más aguante emocional), se convierte en el líder, sea el hombre o la mujer. No me parece civilizado ni razonable.

Esta guerra entre los sexos es análoga a la guerra entre los padres y los hijos. Cada generación lucha por salirse con la suya. Los hijos ya no respetan a sus padres y se creen con derecho a decidir lo que mejor les conviene a cada momento. Los abuelos son despachados a residencias para que se mueran sin molestar. Es lógico que en las familias modernas post-cristianas reine la anarquía; tras destronar al padre, la familia se convierte en la jungla. La legítima autoridad es usurpada y en su lugar se coloca el más sinvergüenza.

¡Cuántos conflictos sociales se solucionarían ipso facto, si al padre de familia se le devolviera la autoridad que le corresponde por decreto divino! En el plano social no hay nada tan urgente como restablecer el orden dentro de las familias, y se empieza por la sumisión de la esposa al marido. Al ver el ejemplo de su madre que reconoce y respeta la autoridad del padre, los hijos hacen lo mismo por imitación. La armonía volvería a los hogares, y por extensión a cada ámbito de la sociedad. Y hablo en un sentido puramente natural. Si a esto añadimos la dimensión sobrenatural del amor del marido y la gozosa sumisión de la esposa, el matrimonio se convertiría en una auténtica escuela de santidad.

Las feministas insisten una y otra vez que hablar de la sumisión de la mujer al varón es denigrante. La doctrina católica sobre el matrimonio afirma que los esposos son iguales en dignidad, y que el marido tiene la obligación de tratar a su mujer con amor y dulzura, no como se trata a una esclava, sino como trataría a su propio cuerpo. Así que no hay nada denigrante para la mujer en el matrimonio católico; esta acusación carece por completo de fundamento. Las feministas no han entendido nada, porque ven las cosas desde la soberbia. Tienen la misma actitud que los que sólo ven debilidad en doblar la rodilla ante Dios. Los cristianos nos gloriamos en nuestra debilidad, porque confiamos en el poder de Dios, mientras que los soberbios se glorían en su autosuficiencia, porque no confían en nada más que su ego. Luego, en la hora del Juicio, cada uno recibirá su paga, y al final ante Jesucristo toda rodilla se dobl[ará], en los cielos, en la Tierra y debajo de la Tierra. (Filipenses 2:10)

La verdad es que someterse voluntariamente a una autoridad legítima, por amor a Dios, es uno de los actos más meritorios que un cristiano puede realizar. Así debe ser para una mujer delante de su marido. Someterse a él no le hace menos digna, sino todo lo contrario. Pensemos en la Santísima Virgen María, que se sometió en todo a su esposo, San José. ¿Alguien acaso se atreve a decir que la Virgen desobedeció alguna vez a su marido, o se rebeló contra él? La mera sugerencia es intolerable, una blasfemia. Entonces, que los maridos imitemos a San José, y que las mujeres imiten a la Santísima Virgen.

Otra razón por la que el mundo en general y las feministas en particular odian la doctrina sobre la sumisión de la mujer a su marido, es que no entienden correctamente la noción de autoridad. Para los paganos, si alguien quiere ejercer la autoridad tiene que imponer su voluntad por la coacción y la amenaza del castigo, por lo que un rey pagano gobierna exclusivamente por la fuerza y el miedo. Esta no es la manera en la que deben gobernar los reyes cristianos; el ideal del rey cristiano es el que gobierna por amor; amor paternal del rey hacía sus súbditos y amor filial de los súbditos hacía su rey. Aunque muchos reyes católicos del pasado no hayan estado a la altura de este ideal y tristemente han gobernado más como paganos que como cristianos, sí hay ejemplos gloriosos de reyes santos que ilustran el principio católico de autoridad. Pienso, por ejemplo, en San Luís, Rey de Francia, tan querido por su pueblo debido a sus virtudes heroicas y especialmente a su lucha en las Cruzadas a favor de Nuestro Señor. Según los cronistas de la época, siempre se ponía el rey en primera fila de la batalla y por su valentía solicitaba entre sus soldados una leadad inquebrantable.

San Luís nos da una buen ejemplo de lo que debe ser un padre de familia; alguien que se expone a todos los peligros, con el fin de proteger a los suyos; alguien que siempre está dispuesto a sacrificarse por el bien de los que están a su cargo. Este es el ideal católico de un líder, sea rey o padre de familia. Ya lo dejó claro Nuestro Señor cuando tras la Última Cena lavó los pies a Sus discípulos, diciendo:
Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como he hecho con vosotros. (Juan 13:15)
Cuando sorprende a los apóstoles discutiendo sobre a quién de ellos le tocará estar a la derecha del Señor en el Cielo, les dice explícitamente:
El que quiera ser el primero de todos sea el último de todos y el servidor de todos. (Marcos 9:35)
Por lo tanto, las personas que tienen una posición de autoridad, como los padres de familia, deben ser los servidores de todos. Con la autoridad viene la responsabilidad, y el juicio de Dios será más o menos severo en relación al grado de responsabilidad de cada uno.

Como recuerda el Padre Sardá y Salvany [7], Satanás es el primer liberal de la Historia, el primero que buscó la "autonomía" como máximo bien. Satanás no quiso someterse a Dios, por lo que fue arrojado al Infierno para siempre. Desde entonces tienta a los hombres y mujeres, para que le sigamos en su camino de "autorrealización", al margen de lo establecido por Dios. Sin embargo, la realidad es que nunca seremos felices haciendo la cosas a nuestra manera, yendo contra lo que Dios ha dispuesto. ¡Cuántas mujeres infelices hoy en día, engañadas por falsas promesas de libertad! Las mujeres que se divorcian y se van con otros, o directamente se niegan a casarse, para no verse "atadas" a un hombre, suelen ser unas pobres desgraciadas; mientras que las mujeres temerosas de Dios, que por amor a Él se someten a su marido y permanecen fieles a él hasta la muerte, son felices en este mundo, y colmadas de felicidad en el otro.


NOTAS
  1. www.vatican.va/liturgical_year/holy-week/2013/documents/holy-week_homily-fr-cantalamessa_20130329_en.html
  2. Me alegra comprobar que la versión oficial de la Conferencia Episcopal Española no cae en este error y, con absoluta fidelidad a la Vulgata, traduce así el pasaje en cuestión: Sed sumisos unos a otros en el temor a Cristo: las mujeres, a sus maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es salvador del cuerpo. Como la Iglesia se somete a Cristo, así las mujeres a sus maridos en todo.
  3. Pastor Aeternus, cap. 4
  4. Sobre el Matrimonio y la Concupiscencia
  5. Summa Theologica, Tratado sobrre las Virtudes Teológicas, pregunta 32, artículo 8.
  6. Summa Theologica, Pregunta 177, artículo 2.
  7. El Liberalismo es Pecado, 1884, del P. Félix Sardá y Sardany.

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