jueves, 26 de noviembre de 2015

El Poder de la Belleza

El domingo pasado, 22 de noviembre, fue Santa Cecilia, que para los que no lo saben, es la patrona de los músicos. Como en mi familia todos somos músicos, es un día muy señalado. Toda la semana previa, en el Conservatorio donde trabajamos se organizan actos especiales en honor a Santa Cecilia, por lo que mi esposa, mis hijos y yo siempre tenemos un enorme ajetreo, entre los ensayos y los conciertos. Ciertamente me es muy grato que se siga celebrando a esta gran santa en el Conservatorio, a pesar de los intentos de los políticos liberales de borrar todo vestigio religioso de la vida pública. Por simple inercia cultural se sigue haciendo, porque es lo que siempre se ha hecho, pero dudo mucho que los responsables de la dirección del Conservatorio conozcan la historia de Santa Cecilia. Si la conocieran, mucho me temo, conociendo su ideología anticlerical, las celebraciones en su honor cesarían muy pronto.

Dado que es altamente improbable que lean esto, diré que Santa Cecilia es una mártir de Roma del siglo III de nuestra era. Hizo voto de virginidad, pero sus padres le obligaron a casarse con Valeriano, un noble romano. Durante su boda, mientras tocaban los músicos, Cecilia "cantó en su corazón a Dios"; de ahí viene su patronazgo de la música. La noche de bodas, Cecilia contó a su esposo su voto de virginidad, diciendo que si osaba consumar el matrimonio, un ángel de Dios le castigaría. Valeriano pidió ver el ángel, a lo que Cecilia le mandó caminar por la Via Appia y bautizarse por el Papa Urbano. Al cumplir sus instrucciones Valeriano pudo ver el ángel al lado de su esposa, que la coronaba con rosas y azucenas. Ambos fueron martirizados, por el crimen de enterrar a otros mártires cristianos. Cecilia recibió tres hachazos en el cuello que la dejaron desangrándose durante tres días en su casa. Hoy, 1800 años más tarde, su cuerpo está incorrupto en la Iglesia que lleva su nombre en Roma. No hay ningún caso de incorruptibilidad durante tanto tiempo como este. [1]

Como decía, el domingo pasado fue Santa Cecilia, y por este motivo unos compañeros del Conservatorio y un coro se unieron para tocar y cantar en la Misa de las 12 en la Catedral. Mi esposa me sugirió que fuéramos a esta Misa, ya que nos "tocaba" ir a la Misa moderna. Ella no comparte (aún) mi pasión por la Misa Tradicional, por lo que tenemos un pacto: un domingo a la Misa moderna y el siguiente a la tradicional. Normalmente cuando asisto a una Misa moderna, tengo que emplearme al máximo para aislarme de lo que ocurre a mi alrededor. Con mi Rosario en mano, intento centrarme en rezar, a pesar del bullicio y las distracciones del rito modernista. Sin embargo, el domingo pasado en la Catedral la experiencia fue muy distinta.

Fachada de la Catedral de Murcia
Interior de la Catedral
 Para empezar, el lugar inspira pensamientos divinos y eleva el alma hacía Dios. La magnificencia de la arquitectura me hablaba de la gloria de Dios y las columnas apuntando al Cielo me decían ¡Sursum corda! Si mis lectores aún no han estado en la Catedral de Murcia, y si alguna vez tienen la oportunidad de visitarla, se lo recomiendo vivamente. Casi todos se fijan en la recargada fachada barroca-tardía, pero a mí lo que siempre me ha impresionado es el interior. No es de las catedrales más grandes de España, pero a mi juicio, tiene unas proporciones y una simetría bellísimas. La luz que se filtraba por las hermosas vidrieras que representaban la vida de Cristo, me parecía realmente celestial. ¡Cuánto ayuda tener un templo tan bello para la oración! Uno pone el pie en un lugar así y enseguida sabe que está pisando suelo sagrado. Es difícil no darse cuenta de que ese templo fue construido para un solo propósito: el sacrificio eucarístico. Todo fue por amor a Dios, presente en el altar, verdadero centro de cualquier iglesia católica. El empeño que pusieron los católicos de otros siglos en levantar un edificio semejante, con un coste material tan alto, me hace pensar que yo también tengo que sacrificar algo por Él.

La monstruosa iglesia de Santa Bernadette, Francia
¡Qué diferencia con los templos modernos! No conozco ni una sola iglesia construida en los últimos 50 años que refleja el verdadero amor a Dios, que transmite la verdadera fe católica. Cualquiera de las que conozco podría servir perfectamente como mercado cubierto o pabellón deportivo y en nada desentonaría. No es que ahora se escatima en gastos; de hecho, los templos modernos suelen costar un dineral. Tampoco es cuestión de tamaño; hay neo-iglesias enormes, capaces de albergar "eventos" multitudinarios. Es algo más esencial: se nota que falta la reverencia, la adoración profunda, que antaño inspiraba a los hombres creyentes a construir tan bellas iglesias.

Aparte del entorno físico estaba la música. El órgano Merklin, restaurado hace 7 años, sonaba a gloria, llenando cada rincón de la Catedral de sonido. Realmente no haría falta ningún otro instrumento aparte del órgano, ya que este instrumento es capaz de producir una variedad casi infinita de sonoridades; desde el lejano susurro de una flauta, hasta el estruendo de una trompeta. Cuando se sabe sacar provecho de un buen órgano, la experiencia es mejor incluso que oír una orquesta sinfónica. Durante la comunión el coro y los solistas interpretaron Panis Angelicus ("pan de los ángeles") del genial César Franck. Debo reconocer que me emocioné. ¡Si en vez de una Misa moderna, hubiera estado en una Misa Tradicional, no creo que hubiera soportado tanta belleza! Quizás el Señor me hubiera arrebatado al Cielo, en un estado de éxtasis.

El órgano Merklin de 1857
Reflexioné después sobre el poder de la música, tanto para bien como para mal. En mi último artículo, La Música del Diablo, hablé de las raíces satánicas de la música Rock y todos los géneros derivados. Los estilos que proceden del Rock ejercen una influencia nociva sobre quienes los escuchan, sobre todo los jóvenes. Estas músicas estimulan las bajas pasiones, y ponen una barrera entre las almas y Dios. Por lo contrario, la buena música actúa como un limpiacristales; va quitando la suciedad en la ventana del alma, para que traspase la luz divina. Naturalmente, saber apreciar la buena música por sí sola no es suficiente para salvarse, pero sí predispone a recibir la gracia. Una persona que está rodeada de fealdad y ha querido llenarse de ruido (la mayor parte de la música Pop que se escucha hoy en día no se puede calificar de otra manera), está insensibilizada ante la belleza. Preferir la fealdad a la belleza es una actitud diabólica, parecida a preferir el mal al bien o preferir la mentira a la verdad. La belleza es siempre un reflejo de Dios, por tanto un rechazo deliberado de la belleza normalmente va acompañado de un rechazo de Dios.

Los que habitualmente escuchan música Pop, para poder apreciar la buena música, tienen que pasar por una fase de desintoxicación. Es como las personas que no saben comer bien, cuya idea de una buena comida es un menu Big Mac de cierta cadena de comida rápida. ¿Cómo podrán degustar un vino Rioja, si están acostumbrados a beber Coca-Cola en un vaso de papel a través de una pajita? ¿Cómo podrán saborear una paella de marisco, si su idea de un manjar es una hamburguesa ahogada en ketchup, dentro de un panecillo acartonado? Evidentemente, hay que educar a los niños, no sólo académicamente, sino en los hábitos de vida, que tienen una importancia capital. Hay que enseñarles a comer bien, vestir bien, hablar bien, y a reconocer y apreciar la belleza. No hablo de gustos; algunos son amantes del flamenco, otros no lo soportan, pero no hay nada malo en eso. Algunos son más de música clásica, otros prefieren la música popular (en el sentido tradicional, no la música Pop). Lo imprescindible es evitar la música mala, la música del Diablo.

Para edificación de mis lectores, y como homenaje a Santa Cecilia, propongo algunos vídeos musicales que me parecen de una belleza realmente sublime. La música que más me llena es la clásica, y cuando la música clásica tiene como fin la alabanza a Dios, como en estos ejemplos, me llena doblemente.


 NOTAS

[1] Para los que se interesan por los casos de incorruptibilidad entre los santos, recomiendo el libro "The Incorruptibles", de Joan Carrol Cruz. Los que no leen en inglés podrán al menos leer este artículo que escribí hace un año sobre dicho libro.

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