viernes, 16 de enero de 2015

El Papa Francisco y el Medio Ambiente II

En la primera parte de este trabajo examiné las distintas fuerzas e ideologías que convergen hoy en día en el movimiento ecologista, que desde sus inicios conservacionistas en la Inglaterra del siglo XIX se ha transformado en una nueva religión pagana, con tintes neo-marxistas y antinatalistas. Concluí que no sería una buena idea que la Iglesia, con el Papa Francisco a la cabeza, se subiera al carro de un movimiento así, sin marcar las distancias y hacer las necesarias puntualizaciones. Defensa de la naturaleza que Dios nos ha dado, sí; abrazar la eco-religión, no. Ahora toca examinar desde la ciencia lo que ahora se ha convertido en el núcleo de la propaganda verde: el calentamiento global antropogénico, la teoría de que la Tierra se está calentando por culpa de la actividad del hombre.


La teoría del calentamiento antropogénico se refiere específicamente al uso de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural) que al quemarse producen el gas CO2, un llamado gas invernadero. Dicen los alarmistas del calentamiento global que la mayor conentración de CO2 en la atmósfera, debida a la industrializacción del mundo, es responsable del aumento de las temperaturas que, según ellos, se observan. En su opinión, este aumento en las temperaturas es la causa de que ocurran tantas catástrofes meteorológicas últimamente en todo el mundo: ciclones, sequías, inundaciones, etc. Dicen que si no hacemos algo para reducir drásticamente nuestras emisiones de CO2, todo esto irá en aumento y millones de personas morirán de hambre y sed. Además, en cuestión de décadas las temperaturas subirán tanto que las capas de hielo polar se derretirán y el nivel de los océanos subirá varios metros, anegando zonas costeras por todo el planeta, dejando ciudades enteras bajo el mar.

Esta es la teoría, o mejor dicho, la propaganda. ¿Cuál es la realidad?  La realidad es que los datos científicos no indican que la actividad del hombre esté calentando el planeta ni que vaya a hacerlo de manera significativa en el futuro. Primero, habría que aclarar que a lo largo de la historia el clima siempre ha cambiado, y lo raro sería que ahora no cambiara. Tampoco está claro que nos vendría mal un poco más de calor. De hecho, la Historia nos dice todo lo contrario; la expansión del Imperio Romano ocurrió durante un periodo mucho más caluroso que la nuestra, y la era de mayor esplendor de Europa, en lo que ahora se llama la Alta Edad Media, coincidió con un largo período caliente, ¡cuando cultivaban viñas en el norte de Inglaterra! Desde el siglo XV hasta el siglo XVIII hubo lo que se ha denominado una "mini edad de hielo". Así que el clima está cambiando, como siempre ha estado cambiando.

Demonizar el CO2 por ser un gas invernadero es el colmo del absurdo. Lejos de ser un contaminante, el CO2 existe naturalmente en el planeta. Es lo que respiran las plantas en el proceso de la fotosíntesis, sin la cual la vida vegetal y animal sería imposible. Por lo tanto, una mayor concentración de CO2 en la atmósfera hasta podría ser beneficiosa para la naturaleza y para la agricultura. Aún suponiendo que el CO2 emitido por el hombre causara un aumento en las temperaturas, olvidándonos por un momento de sus efectos beneficiosos, hay que decir que la proporción de CO2 que generamos al quemar combustibles fósiles es bastante insignificante al lado de lo que se produce de forma natural. Una cantidad ingente de CO2 es emitida a la atmósfera todos los días por hojas que se descomponen, por los océanos, y hasta por volcanes. Por poner un ejemplo, el volcán en Islandia que interrumpió el tráfico aéreo de media Europa en 2010, emitió más CO2 que toda Suiza ese año. El gráfico abajo muestra la proporción de los distintos gases invernaderos, de los cuales el vapor de agua es de lejos el más abundante. El CO2 creado por el hombre no llega a más del 0.28% del total.


Esto se confirma con las recientes imágenes por satélite de la NASA que enseñan las concentraciones geográficas del CO2. La imagen de abajo corresponde a mediciones reales de niveles de CO2 en el aire, y muestra que las zonas de mayor concentración coinciden con los bosques tropicales, no con las zonas de población e industrialización, por lo que podemos concluir que tiene más que ver con causas naturales que con la actividad humana.


¿Puede ser el CO2 la causa del cambio climático? Aquí llegamos al meollo de la cuestión. El guru internacional del alarmismo climático, Al Gore, un multimillonario que en su momento cobraba 300.000 € por conferencia, ganador del Premio Nobel y de un Oscar por su película de ciencia ficción (más ficción que ciencia), An Inconvenient Truth, argumenta que las capas de hielo polar demuestran que hay una relación directa entre los niveles de CO2 en la atmósfera y las temperaturas. En el laboratorio los científicos pueden medir con mucha precisión la concentración de CO2 en capas de hielo a determinadas profundidades que corresponden a edades distintas. También pueden saber con bastante exactitud la temperatura que hacía en cada época, gracias a un análisis de los isótopos de oxígeno en el hielo. El gráfico de abajo muestra los resultados del análisis de las capas de hielo polar en la estación de Vostok en la Antártida.

El Sr. Gore tiene razón; hay una relación estrecha entre la temperatura y el nivel de CO2 en la atmósfera. Lo que se "olvidó" de mencionar en su película es que hay un desfase de al menos 200 años, y que las fluctuaciones de temperatura siempre van por delante de las fluctuaciones de CO2. Es imposible que un evento sea la causa de otro evento anterior, por lo que parece que los cambios en los niveles de CO2 son más bien el resultado de cambios en la temperatura, no a la inversa.  

En esta imagen se aprecian las manchas solares
Si el CO2 no es la causa del cambio climático, que siempre ha ocurrido, ¿cuál es? La respuesta es sencilla: el sol. Es un buen ejemplo de la soberbia del hombre moderno que tantas personas supuestamente inteligentes prefieren creer que nosotros influimos más en el clima que una enorme bola de fuego 300.000 veces más grande que la Tierra, la fuente de toda la luz y el calor que permite la vida en nuestro planeta. Desde los tiempos de los antiguos griegos los astrónomos han estudiado la actividad solar para intentar predecir el tiempo, observando en particular las manchas que tiene en su superficie, que ahora sabemos son concentraciones en el campo magnético. En el siglo XVIII el astrónomo ingles, William Herschel, observó una relación estrecha entre la aparición de manchas solares y el precio del trigo. En 1893 Edward Maunder observó que no había ninguna mancha en el sol, por lo que ese periodo especialmente frío a finales del siglo XIX se ha denominado el Maunder Minimum, como se aprecia en el gráfico abajo.

Toda esta evidencia ha estado allí desde hace mucho tiempo, pero se ha ignorado en favor de una explicación antropogénica. Más recientemente, la Organización Europea para Investigación Nuclear (CERN) en Ginebra, Suiza, ha publicado un estudio que relaciona la aparición de manchas solares con la formación de nubes que enfrían la superficie de la Tierra. Sin embargo, a pesar de la evidencia, la posibilidad de que el sol tenga algo que ver con nuestro clima es sistemáticamente descartada por organismos políticos como la IPCC, el Panel Intergobernamental para el Cambio Climático de la ONU. Insisten que todo se debe al CO2 y que todo es por nuestra culpa.


¿Y qué hay de cierto en las alegaciones de que el cambio climático está detrás de tantos huracanes y otros fenómenos meteorológicos destructivos? A los medios de comunicación les gusta la idea, porque el sensacionalismo siempre vende. Tras cada noticia de una tormenta, una inundación, un huracán, o cualquier fenómeno natural, nos recuerdan que la causa de todo es el cambio climático. Sin embargo, la realidad es otra. Este gráfico, elaborado gracias a los datos del Nacional Hurricane Center de EEUU, muestra que el número de huracanes se ha mantenido constante en los últimos 60 años.

Otra mentira de los alarmistas es que el hielo del Ártico está desapareciendo. Al Gore incluso predijo hace ocho años que en el año 2014 el hielo del Polo Norte podría haber desaparecido por completo. Desde entonces no sólo no ha disminuido la cantidad de hielo polar, sino que ha aumentado. Millones de personas han visto vídeos lacrimógenos de osos polares nadando en el mar abierto, supuestamente porque ya no queda hielo. En contra de toda la evidencia, en el imaginario colectivo persiste la idea de que los polos se derriten y que los osos polares se encuentran al borde de la extinción. Para los que no duermen por las noches pensando en los pobres animales, hay que aclarar que según los datos de la máxima autoridad en esta materia, el Polar Bear Specialist Group, la población mundial de osos polares ha subido en unos 3.000 individuos desde el año 2001.

Termino con un enlace a esta pequeña entrevista con el catedrático de meteorología del Massachusetts Institute of Technology (MIT), Richard Lindzen, al que muchos consideran el hombre que más sabe sobre el clima en el mundo. Su veredicto no puede ser más claro: el clima siempre ha cambiado, y no existe ninguna prueba concluyente de que ahora esté cambiando debido a la influencia del hombre.

Dejo para la tercera y última parte de este artículo algunas reflexiones acerca de las motivaciones de las distintas fuerzas que sostienen el enorme engaño que es el alarmismo climático, y las consecuencias sociales que éste tiene, sobre todo en los países más pobres.
 

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