miércoles, 22 de octubre de 2014

Creación vs Evolución II

Publicado el 17 de marzo de 2014


En esta segunda parte del artículo me dedicaré a considerar los problemas teológicos que plantea la teoría de la evolución.

Creo que un buen sitio donde empezar es el Commonitorium de San Vicente de Lerins. Este Padre de la Iglesia del siglo V quiso poner por escrito unas cuantas reglas de oro, para que un buen católico, sin necesidad de gran formación teológica, pudiera discernir entre la Verdad y el error. Su tratado ha sido uno de los más citados por los doctores de la Iglesia, y es de enorme utilidad para los confusos tiempos que corren. Dice el santo lo siguiente:
En la Iglesia Católica hay que poner el mayor cuidado para mantener lo que ha sido creído en todas partes, siempre y por todos. Esto es lo verdadera y propiamente católico, según la idea de universalidad que se encierra en la misma etimología de la palabra. Pero esto se conseguirá si nosotros seguimos la universalidad, la antigüedad, el consenso general. Seguiremos la universalidad, si confesamos como verdadera y única fe la que la Iglesia entera profesa en todo el mundo; la antigüedad, si no nos separamos de ninguna forma de los sentimientos que notoriamente proclamaron nuestros santos predecesores y padres; el consenso general, por último, si, en esta misma antigüedad, abrazamos las definiciones y las doctrinas de todos, o de casi todos, los Obispos y Maestros.
San Vicente de Lerins
Con este criterio en mente podemos preguntarnos, ¿qué es lo que se ha creído en todas partes, siempre y por todos respecto a la Creación? Creo que la respuesta es evidente y en esto consiste mi primera objeción teológica a la teoría de la evolución: el pueblo católico siempre ha creído que Dios hizo el Cielo y la Tierra en seis días literales, como narra el primer capítulo del Génesis, y que el hombre y todos los tipos de animales fueron creados en su forma actual por Él durante ese periodo. Hay amplias pruebas de ello, pero citaré tan sólo algunas.

Primero, veamos la liturgia, es decir la oración oficial de la Iglesia. Hay una hermosa oración, tomada del Martirologio Romano, que durante unos mil años, hasta la reforma del breviario por Pablo VI en 1970, se rezaba cada Noche Buena. Decía esto:
  • El año de la creación del mundo, cuando en el principio creó Dios el cielo y la tierra, cinco mil ciento noventa y nueve;
  • del diluvio, el año dos mil novecientos cincuenta y siete;
  • del nacimiento de Abraham, el año dos mil quince;
  • desde Moisés y la salida del pueblo de Israel de Egipto, el mil quinientos diez;
  • desde que David fue ungido rey, el mil treinta y dos;
  • en la Semana sexagésima quinta, según la profecía de Daniel;
  • en la Olimpíada ciento noventa y cuatro;
  • de la fundación de Roma, el año setecientos cincuenta y dos;
  • del Imperio de Octaviano Augusto, el cuarenta y dos;
  • estando todo el Orbe en paz, en la sexta edad del mundo, Jesucristo, eterno Dios e Hijo del eterno Padre, queriendo consagrar el mundo con su misericordísimo advenimiento, concebido del Espíritu Santo, y pasados nueve meses después de su concepción, nace en Belén de Judá, de la Virgen María, hecho Hombre.
  • La Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, según la carne.
También podríamos considerar la oración de Miércoles de Ceniza: memento homo quia pulvis es et in pulverem reverteris, que en español queda: recuerda hombre que de polvo eres y a polvo volverás. Sería una oración extraña para una Iglesia evolucionista, ya que Darwin predicó la común descendencia de todas las criaturas vivas. Para un evolucionista, lejos de ser creado por Dios a partir del polvo en el sexto día, el hombre desciende del mono, fruto de millones de años de muertes y mutaciones accidentales. En su lugar, una Iglesia que creyera en la evolución del hombre tendría que decir: recuerda hombre que del mono eres y al mono volverás.


Al hilo del origen del hombre, pensemos en la iconografía cristiana. Durante varios siglos se debatía sobre la idoneidad de representar a Adán con o sin ombligo. La razón de esta polémica, que al hombre moderno le puede parecer absurda, es que se creía firmemente en la literalidad del primer capítulo de Génesis, donde se afirma que Dios creó a Adán directamente del polvo. Una corriente opinaba que si esto ocurrió así y Adán no nació de mujer, como todos los demás hemos nacido, no tendría porqué tener ombligo, que no es otra cosa que el vestigio del cordón umbilical. Los de la teoría omphalos decían que sí tenía ombligo, a pesar de ser creado directamente del polvo, porque Dios le creó como adulto, con la apariencia de edad, igual que tendrían apariencia de edad las plantas y los animales en la primera semana del mundo. Aquí no corresponde entrar en ese debate, que por cierto es interesantísimo; sólo lo saco a colación porque demuestra que siempre se daba por hecho la veracidad histórica de las Sagradas Escrituras.

También es interesante el testimonio que da en esta materia la traducción inglesa Douay Rheims de la Biblia. [1] Esta venerable traducción, que a su vez es una traducción de la Vulgata de San Jerónimo, fue la Biblia estándar para el mundo católico anglófono hasta la mitad del siglo XX. Aún hoy en día los católicos tradicionales lo suelen considerar la mejor traducción disponible, por su fidelidad a la Vulgata y su espíritu auténticamente católico, absolutamente libre de errores protestantes y modernistas. Entre 1749 y 1752 Monseñor Richard Challoner revisó el texto de dicha traducción, con el fin de actualizar el idioma, que en su primera versión estaba muy ligado a la sintaxis latina. La Douay-Rheims revisada por Mons. Challoner es de capital importancia, porque durante unos 200 años fue la Biblia que cada familia católica de habla inglesa tenía en su casa.

Lo interesante para este caso son las anotaciones al texto que hizo este obispo, que no dejan lugar a dudas de que interpretaba de manera literal la Creación. La Biblia entera, especialmente el Antiguo Testamento, tiene una cronología en base al “año del mundo”, en latín anno mundi (abreviado A.M.). Por ejemplo, el relato del Diluvio Universal en Génesis 7:11:
Cuando Noé contaba seiscientos años de vida, el día diecisiete del segundo mes del año, brotaron todos los manantiales del fondo del mar, mientras se abrían las compuertas del cielo.
Mons. Challoner indica a pie de página que esto ocurrió en el anno mundi 1656, y añade que fue 2348 años antes de Cristo. Hay muchísimas fechas, pero daré sólo unas cuantas. Según los cálculos de Mons. Challoner, Abraham nació en el año del mundo 2008; Moisés nació en el 2433; Josué, con todo el Pueblo de Israel, cruzó el río Jordán y entró en la Tierra Prometida en el 2553; y David fue ungido rey en el 2957.

El testimonio de estas anotaciones es tremendo, porque estamos hablando de nada menos que el texto más sagrado para un cristiano, la Biblia, cuyas traducciones la Iglesia antaño vigilaba con un celo extremo. Es impensable que el más mínimo detalle contrario a la fe católica se pudiera incluir en una traducción de la Biblia aprobada por la Iglesia en esa época. Como paréntesis, no creo que haga falta recalcar demasiado el cambio abismal que ha acaecido desde el Concilio Vaticano II, con la disolución del Índice de libros prohibidos, y el relajamiento hasta la total irrelevancia de los requerimientos para conseguir un Imprimatur hoy en día. Evidentemente las anotaciones y notas al texto sagrado no se pueden considerar parte de las Sagradas Escrituras, pero es harto difícil para un católico despreciar el peso de 200 años de tradición, porque estas anotaciones necesariamente reflejan lo que creían los católicos de entonces. De manera que la versión Douay-Rheims de la Biblia es otra prueba más de que el pueblo fiel siempre ha creído en una Creación de seis días; es decir, en una interpretación literal del libro del Génesis.


Mi segunda objeción teológica a la teoría de la evolución es la opinión de los Padres de la Iglesia. El Concilio de Trento, en su sesión cuarta que trata la interpretación de las Sagradas Escrituras, declara que:
a nadie le es lícito interpretar la Escritura contra el consenso unánime de los Padres.
¿Hay un consenso unánime de los Padres acerca de la Creación? La respuesta es clara: todos los Padres de la Iglesia, sin excepción, interpretan el primer libro de la Biblia como narrativa histórica. Por lo tanto, según la regla que establece Trento, es inadmisible para un católico interpretar el Génesis como una fábula, una especie de cuento mitológico. Es cierto que muchos Padres extraen analogías del Génesis, como por ejemplo la comparación del Arca de Noé con la Iglesia Católica. Esta interpretación tipológica es totalmente válida y de gran valor espiritual para todos los fieles, pero de ninguna manera invalida la interpretación literal; más bien el sentido figurativo o tipológico se asienta sobre el sentido literal. Toda la fuerza hermenéutica se pierde si se dice que la Iglesia Católica es la única Arca de Salvación, como lo fue en su día el Arca de Noé, pero que ésta en realidad nunca existió. ¿Se puede acaso comparar algo real con algo puramente imaginario?

En la primera parte de este artículo ya hablé del prejuicio anti-diluviano de los geólogos modernos. Su filosofía naturalista les impide aceptar el Diluvio de Noé, porque supone una intervención espectacular de Dios en el mundo, una posibilidad que ellos excluyen de antemano. Los teólogos modernistas tampoco quieren oír hablar del Diluvio Universal, porque pone en entredicho su neo-dogma de la pan-salvación. La exterminación de toda la raza humana, exceptuando a ocho personas en el Arca, nos habla de un Dios que juzga a la Humanidad con severidad. Esto contradice la falsa imagen del Dios indulgente de los modernistas, un dios que nunca se enfada por nada, que le dan igual nuestros pecados. Si Dios ya juzgó y castigó a la Humanidad en los días de Noé, significa que puede volver a hacerlo. La historia de Noé, como ya he señalado, va unido al dogma extra ecclesiam nulla salus (fuera de la Iglesia no hay Salvación). Los modernistas huyen de esta enseñanza infalible como de la peste, porque contradice la falsa doctrina de la Libertad Religiosa. Por estas razones es sumamente importante reafirmar la veracidad histórica del Diluvio Universal en la que creían todos los Padres de la Iglesia.

Hoy el relato del Diluvio se suele infantilizar, para restar importancia al aspecto “antipático”; es decir, la ira de Dios y el Castigo por los pecados de la Humanidad. Abajo se ve la típica imagen que ilustra la historia de Noé; los animales y la familia de Noé sonriendo y todo muy bonito.


Lo que raramente se ve es una imagen como ésta:


Volviendo a los Padre de la Iglesia, en su día la evolución de las especies era una idea comúnmente conocida, pero ellos la rechazaron unánimamente por herética. Los Padres veían claramente la variación entre tipos de animales; la diversidad de razas de perros, o la diferencia entre las razas de seres humanos, por poner sólo dos ejemplos. Pero negaron tajantemente la idea de que todos los seres vivos evolucionaran a partir de un ser original, y que un tipo de animal pueda convertirse en otro. El primer capítulo de Génesis dice sin ambigüedad que Dios ordenó que cada planta y cada animal se reprodujera “según su especie”. El día tercero creó las plantas:
Dijo Dios: «Produzca la tierra hierba, plantas que den semilla, y árboles frutales que por toda la tierra den fruto con su semilla dentro, cada uno según su especie.» Y así fue.
El día cuarto hizo los animales marinos y el día quinto los terrestres:
Dijo Dios: «Produzca la tierra vivientes según sus especies, animales del campo, reptiles y fieras.» Y así fue.
No hay que confundirse con la palabra “especie”, que en la Biblia tiene un significado más amplio que en la biología moderna. Por ejemplo, hoy en día una cebra y un caballo se consideran dos especies distintas, pero al ser capaces de aparearse entre ellos, según el sentido bíblico serían de la misma especie, y deben tener un ancestro común: algo parecido a un caballo moderno. Los Padres de la Iglesia se opusieron a la idea de que una especie (en el sentido bíblico) pueda convertirse en otra, y que todas las plantas y animales desciendan de microorganismos, porque claramente contradice lo que dice el Génesis. El evolucionismo se basa precisamente en la premisa de la descendencia común de todos los seres vivos, algo que no se puede observar en el mundo natural, pero que muchas personas creen como dogma religioso. La evidencia empírica respalda la visión bíblica de la naturaleza. Los Padres veían lo que ve cualquiera; hay variedad dentro de las especies, pero también hay barreras biológicas que impiden que una especie se convierta en otra.

A continuación pongo unas citas de Padres de la Iglesia, que demuestran sin lugar a dudas que no creían en la evolución. Primero, San Basilio el Grande escribe lo siguiente en su Hexameron:
La naturaleza de los objetos existentes, puestos en movimiento por una sola orden, pasa a través de la Creación sin cambio, por generación y destrucción, mientras que se preserva la sucesión de la especie hasta llegar a su fin último. Necesariamente un caballo da a luz un caballo, un león un león, una águila una águila; cada animal se preserva por una sucesión no interrumpida hasta la consumación del universo. Ninguna cantidad de tiempo puede hacer que las características específicas de los animales se corrompan o se extingan, sino que perduran con el tiempo, como si fueran recientemente establecidas.
San Basilio el Grande, 330-379
San Gregorio de Nisa defiende la creación de Adán directamente por Dios, no como el resultado de millones de años de evolución, cuando escribe:
El primer hombre y el hombre nacido de él recibieron su ser de maneras distintas; el segundo por la cópula, el primero fue moldeado por Jesucristo Mismo. Sin embargo, son inseparables en su esencia y no son considerados dos seres diferentes… La idea de la Humanidad en Adán y Abel no varía con la diferencia de su origen, ni la manera de venir a la existencia altera su naturaleza. (Contra Eunomio)
San Cirilo de Jerusalén también escribe a favor de la creación especial de Adán:
Que los cuerpos conciban otros cuerpos es maravilloso pero posible; que el polvo de la tierra se convierta en un hombre, esto es aún más maravilloso. (Escritos Catequéticos XII)
San Juan Damasceno escribe:
La primera formación del hombre se llama creación, no generación; puesto que la creación es la formación directa de las manos de Dios, mientras que la generación es la sucesión de cada uno, que se hizo necesaria debido a la sentencia de muerte impuesta por nuestra transgresión. (Sobre la Fe Ortodoxa)
Por último, en una cita que debe ser muy incómoda para los católicos que creen en la evolución, San Efrén dice explícitamente que el relato de la Creación hay que entenderlo de forma literal:
Nadie debe pensar que la Creación de seis días es una alegoría; así mismo no es permisible decir que lo que parece haber sido creado en seis días fue creado en un solo instante, y que algunos nombres presentados en este relato carecen de sentido o significan otra cosa. Al contrario, debemos saber que, igual que el Cielo y la Tierra que fueron creados en el principio son realmente el Cielo y la Tierra, y no otra cosa bajo tales nombres; así todo lo que se menciona que fue creado y llamado al orden tras la creación del Cielo y la Tierra, no son nombres vacíos, sino la misma esencia de dichos nombres. (Comentario sobre Génesis)

NOTAS

[1] Esta traducción se hizo desde Francia por el exilio que sufrían los obispos católicos ingleses en la época. El Nuevo Testamento fue completado en 1585 en el seminario inglés de Douay y el Antiguo Testamento en la ciudad de Rheims en 1610.

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