Por Brian M. McCall, columnista de THE REMNANT, Oklahoma
“Sabemos que este Concilio de los medios fue accesible a todos. Así que fue dominante, más eficaz, y en realidad creó tantas calamidades, causó tantos problemas, tanta miseria; los seminarios se cerraron, los conventos se cerraron, la liturgia se trivializó… y el verdadero Concilio ha luchado por emerger y realizarse: el Concilio virtual fue más fuerte que el Concilio verdadero.”
- El Papa Benedicto XVI
El Papa Benedicto XVI ha declarado, en lo que seguramente será su última audiencia al clero de su diócesis de Roma, que dejará la silla de Pedro completamente comprometido con el Concilio Vaticano Segundo. Si su discurso del 14 de febrero ofrece alguna indicación, no habrá ningún cambio de postura de última hora respecto a la Hermandad de San Pío X y el Concilio. El Santo Padre parece decidido; terminará su reinado defendiendo el etéreo Concilio verdadero, contra el supuesto impostor de las últimas décadas.
Su Santidad reconoce las consecuencias desastrosas que sucedieron inmediatamente al Concilio. “Este Concilio de los medios fue accesible a todos. Así que fue dominante, más eficaz, y en realidad creó tantas calamidades, causó tantos problemas, tanta miseria; los seminarios se cerraron, los conventos se cerraron, la liturgia se trivializó.” Sin embargo, “este concilio” al que se refiere el Santo Padre no es el verdadero Concilio, el que se desarrolló en Roma durante tres años y produjo los documentos. No, Benedicto XVI sostiene que fue un Concilio impostor, “el Concilio de los periodistas”, el que causó los desastres. Si el verdadero “Concilio de los Padres” hubiera podido actuar, sin distorsiones mediáticas, todo hubiera ido bien para la Iglesia. “El mundo interpretó el Concilio a través de los medios de comunicación, en lugar de ver el verdadero Concilio de los Padres y su visión fundamental de la fe.” “La interpretación de los periodistas fue política.”
Es la misma excusa reciclada de los que quieren aceptar una realidad contradictoria: el Concilio es bueno y sus frutos son malos. El problema del Concilio es que nunca se ha entendido. Esto, a pesar de que su predecesor dedicó veinte años a explicar en todo lujo de detalle lo que decía el verdadero Concilio.
Benedicto culpa a la falsa interpretación de los medios del Concilio por la democratización de la Iglesia, no a los Padres conciliares. “Los medios vieron en el Concilio una lucha política, una lucha de poder entre las diferentes facciones en la Iglesia. Era obvio que los medios tomarían partido por la facción que mejor convenía a su mundo. Había algunos que deseaban una descentralización de la Iglesia, poder para los obispos, y luego con la noción del “Pueblo de Dios”, poder para los laicos. Hubo un asunto triple: el poder del Papa, luego transferido al poder de los obispos, y por último el poder de todos… la soberanía popular. Naturalmente, vieron que esta parte debía ser aprobada, promulgada, ayudada.” (Énfasis mío)
Ahora vamos a aclarar los hechos. No fueron el New York Times o el London Evening Standard quienes crearon el virus de la colegialidad, las conferencias episcopales, la demanda de “mayor participación” de los laicos en el gobierno de la Iglesia. Fueron los documentos del Concilio Vaticano II quienes lo hicieron. No fue Fox News quien creó un nuevo Código de Derecho Canónico que convirtió en ley, según el Padre conciliar Juan Pablo II, la colegialidad. Esto es lo que dijo Juan Pablo II en su decreto que promulgaba el Código:
Si nos fijamos en los trabajos que precedieron la promulgación del Código y la manera en que se desarrollaron, especialmente durante los pontificados de Pablo VI y Juan Pablo I, hasta el presente, es vital aclarar que estos trabajos llegaron a su conclusión en un espíritu eminentemente colegial. Esto no es solamente en relación a la composición externa del trabajo, sino que también afecta la sustancia misma de las leyes que han sido redactadas.
Este sello de colegialidad, que es una característica del origen del Código, se encuentra enteramente en armonía con la autoridad magisterial y la naturaleza del Concilio Vaticano II. Por lo tanto, el Código demuestra, no sólo por su contenido sino también por su origen, el espíritu del Concilio, en cuyos documentos la Iglesia, sacramento universal de salvación (cf const. Lumen Gentium, nº 9, 48) se presenta como el “Pueblo de Dios”, y su constitución jerárquica se plantea como fundada sobre el Colegio de los Obispos, junto con su Cabeza.” (Énfasis mío)A no ser que Benedicto XVI esté afirmando que Juan Pablo II no es parte del Concilio de los Padres, sino del Concilio de los Medios, la destrucción de la estructura jerárquica de la Iglesia, debida a la colegialidad y al concepto del Pueblo de Dios, no es obra de un supuesto Concilio impostor; más bien está en armonía con la letra y el espíritu del Concilio de los Padres. Incluso Benedicto XVI reconoce que esta soberanía popular fue una “parte” del Concilio. Simplemente culpa a los medios por “ayudarla” y por “promulgarla”. Sin duda los medios ayudaron encantados, pero una vez más, fue Juan Pablo II el que promulgó la colegialidad como ley… no los medios.
En la misma onda, Benedicto XVI culpa el “Concilio virtual”, no el verdadero, por la crisis litúrgica.
“Éste fue el caso de la liturgia; no hubo ningún interés en la liturgia como acto de fe, sino que era algo que se tenía que hacer comprensible, similar a un acto comunitario, algo profano. Y sabemos que hubo una tendencia, con una base histórica, que decía: “la sacralidad es una cosa pagana, posiblemente incluso desde el Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento lo único que importa es que Cristo murió en el exterior; fuera de las puertas de la ciudad, es decir en el mundo secular.” La sacralidad se volvió profanidad hasta en la adoración; la adoración no es adoración, sino un acto que congrega a la gente, una participación comunitaria en una actividad. Y estas traducciones, que trivializaron la idea del Concilio, e implementaron la reforma litúrgica de manera virulenta, fueron alumbradas en una visión del Concilio fuera de su propia visión fundamental de la fe. Lo mismo ocurrió con las Escrituras: las Escrituras son libros históricos, que debemos tratar históricamente y nada más, y así sucesivamente”
Según esta dicotomía ficticia no fue la Constitución para la Sagrada Liturgia la que pidió una revisión de los libros litúrgicos, para que fueran más relevantes, lo que permitió la inculturación de prácticas locales relevantes (mientras contaban con el visto bueno de las conferencias episcopales colegiales); ni la que permitió por primera vez las traducciones de las que se queja el Santo Padre. En resumen, este documento que obró la destrucción del estricto control jerárquico de la liturgia por parte de la Santa Sede, que la había preservado durante siglos, no fue la responsable de la secularización de la liturgia. No, fue el uso irresponsable que hicieron de este documento los medios.
Perdóneme, Santo Padre, pero fue una comisión de la Santa Sede, bajo la estrecha vigilancia de Pablo VI, la que compuso la Nueva Misa, rechazada por dos tercios de los obispos que la presenciaron por primera vez. No la compuso la CNN. En cuanto a las deplorables traducciones, todas las que fueron autorizadas por el documento conciliar y la Santa Sede, la destrucción de la liturgia transciende estas falsas traducciones. Conviene recordar que la Intervención de Ottavianni llegó a la conclusión de que el nuevo rito se alejaba de la definición solemne de la Misa según Trento, antes de que se hubiera usado una sola traducción. Según el informe de Monseñor Fellay, las objeciones teológicas de la Hermandad a la Nueva Misa no tienen su raíz principalmente en las malas traducciones del latín, sino en el texto original en latín.
No fueron los medios, sino Pablo VI, el Arzobispo Bugnini, las varias conferencias episcopales, la Congregación para la Divina Adoración, y el documento que les habilitó a todos, la Constitución para la Liturgia, quienes perpetraron esta destrucción del rito romano.
Siempre es más fácil buscar un chivo expiatorio. Permite esquivar la evidencia. Es aún más fácil cuando el verdadero culpable es un amigo o protegido. Benedicto XVI fue una de las matronas que alumbraron el Concilio Vaticano II real y documentado, y es mucho más fácil culpar a los malvados medios que a tu hijo querido. No os desesperéis; a pesar de la continua cuesta abajo en la Iglesia en todos los ámbitos cuantificables, el verdadero Concilio por fin emerge, dice el Papa Benedicto con una sonrisa esperanzadora para el futuro de sus sacerdotes. “50 años más tarde la fuerza del Concilio se ha revelado. [¿cómo dice?] Nuestra tarea para el Año de la Fe es darle vida al Concilio.” [¿pero creía que ya se había revelado?]
El hecho es que el “verdadero Concilio”, después de largos años, se está manifestando al fin en su esencia. “La verdadera fuerza del Concilio estaba presente y lentamente ha emergido. Se está convirtiendo en el poder auténtico de la reforma, la verdadera renovación de la Iglesia.” Pero fueron los documentos del verdadero Concilio que autorizaron y animaron la reunión de oración en Asís, la Nueva Misa, la tiranía burocrática de las conferencias episcopales, el nombramiento de mujeres como cancilleras diocesanas, etc., etc. Lo que el Papa Benedicto evidentemente no puede aceptar, incluso después de la presentación de dos años de documentación detallada en las discusiones doctrinales con la Hermandad de San Pío X, es que fueron los documentos del verdadero Concilio los que contenían bombas de relojería cuya metralla está incrustada en todas partes de nuestra Iglesia en crisis. Los medios y los periodistas se limitaron a contar, con júbilo y celebración, lo que dijo el Concilio y lo que implementaron los Papas sucesivos en su nombre. Los últimos 50 años son simplemente la consecuencia natural de las ideas y expresiones emitidas por el Concilio. Ésta es la cruda verdad que el Experto Teológico Conciliar saliente no quiere oír. Parece que está dispuesto a mantener el injusto exilio interno de la HSSPX, al margen de un aparentemente fuerte deseo personal de acabar con dicha injusticia, porque no quiere enfrentarse a la terrible crisis que fue el Concilio Vaticano II.
Todo lo que podemos hacer es rezar, para que Dios permita que el próximo Papa no sea un hombre del Concilio, sino alguien que esté dispuesto a llamar al pan, pan y al vino, vino. Alguien capaz de decir a los medios: Hemos terminado con este concilio ladrón; volvamos a la Tradición.
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