Publicado el 17 de febrero de 2013
El título de este artículo es el lema de la Cartuja, orden religiosa contemplativa fundada por San Bruno en el siglo XI. Traducido al español sería: “La Cruz estable mientras el mundo da vueltas”. Las modas y los cambios constantes son propios del mundo, mientras las cosas de la fe son inalterables, puesto que Dios, el objeto de la fe, es inalterable. Por esta razón, cuando contemplamos la Historia humana vemos un desfile de imperios, con sus reyes, caudillos y líderes diversos, que suben hasta alcanzar gran poder temporal y luego bajan y desaparecen, como olas que se rompen en una playa. Sin embargo, la Iglesia Católica, fundada por Jesucristo, Dios Encarnado, permanece a través de las convulsiones de la Historia, y permanecerá hasta el fin de los tiempos.
Los seres humanos, a diferencia de Dios y Sus ángeles, vivimos dentro del tiempo, y todo lo que ocurre en el mundo lo vemos desde una perspectiva temporal, una sucesión de causas y efectos. Cómo afrontamos los cambios a lo largo de nuestra vida puede ser determinante en cuanto a nuestra salvación. Es natural que cambiemos con el paso del tiempo y muchos cambios no los podemos evitar; el cuerpo se va desgastando, nuestras fuerzas poco a poco se merman. Son cambios que debemos aceptar. Luego hay cambios en nuestro entorno que no son en sí mismos buenos ni malos, porque son accesorios. Por ejemplo, ahora las nuevas tecnologías han revolucionado la forma de comunicarse, y sería absurdo renunciar a evangelizar por internet; por eso existe Tradición Digital. Por último, hay cambios contra los que sí debemos luchar. Los cambios en los gustos y la cultura a menudo reflejan cambios más profundos en la mentalidad de una sociedad. Esto se ha visto en España de manera impresionante durante los últimos 30 o 40 años; como de una sociedad católica se ha pasado a una sociedad materialista y atea.
El que no se ha agarrado a la fe católica, en estos tiempos ha sido arrastrado por una corriente diabólica de cambio. Hagamos una prueba mental. ¿Quién, hace 30 años en España era partidario de una ley que legalizaba el asesinato de los niños no-nacidos? El apoyo social a la ley del aborto del gobierno de Felipe González era mínimo, y sin embargo la sacaron. Hoy en día, después de casi 30 años de aborto legal, la gente está acostumbrada y lo ve “normal”. ¿Cuánta gente hace 15 años clamaba por el supuesto derecho de los homosexuales a casarse? Me sorprendería si el porcentaje llegara al 1% de la población. Tras estos años de propaganda pro-homosexualista, hoy en día un gran segmento de la población ve “normal” que dos hombres o dos mujeres se casen. Los que se han dejado llevar por la corriente ni siquiera se dan cuenta de cuánto ha cambiado su forma de pensar. Sólo nos damos cuenta los que estamos anclados en Cristo, porque hemos visto como se han alejado gradualmente de nosotros. Dentro de 20 años, si la cosa sigue así, predigo que una gran parte de los españoles verán “normal” que los adultos tengan relaciones sexuales con niños. Es la próxima aberración que se prepara.
Cuando lo que es “normal” lo decide el poder, con todos los resortes de los medios de comunicación y la cultura (o lo que pasa por cultura ahora) a su disposición, es cuestión de tiempo convencer un pueblo para que cambie de opinión, siempre que no tenga fe en algo inmutable. La Religión Católica es un gran estorbo para los gobernantes liberales de España, porque recuerda al pueblo que existe una Ley por encima de la ley del Parlamento, una Ley inmutable, no sometida a las mayorías fluctuantes de la política, ni a las opiniones dominantes de cada época. En consecuencia, los políticos trabajan con ahínco para erradicar la verdadera fe de las almas. De momento hay que decir que están teniendo bastante éxito.
En relación a esto, alguna vez leí una frase que me pareció muy perspicaz, que era más o menos la siguiente: “Para que un hombre sea considerado un reaccionario de mayor, basta con mantener exactamente las mismas ideas que tenía de joven”. (Desgraciadamente no recuerdo de quién es. Si algún lector lo sabe, se agradecería que lo comentara.) La frase es una simplificación, pero refleja una gran verdad de nuestro tiempo. En esta Edad Moderna, desde la rebelión luterana y la fractura de la Cristiandad, la evolución de las ideas se ha ido acelerando. Hasta el siglo XX las ideas “modernas” afectaban principalmente a las élites; la aristocracia y la alta burguesía. Sin embargo, con el advenimiento de los medios de comunicación de masas, las corrientes de pensamiento progresistas empezaron a calar entre las clases comunes. Ahora el ritmo de cambio es tan fuerte que entre una generación y la siguiente las mentalidades son totalmente diferentes.
Esto se percibe en el mundo del arte, y un ejemplo muy ilustrativo es el compositor Richard Strauss (1864-1949). A finales del siglo XIX ya era un compositor conocido, y cuando estrenó su ópera Salomé en 1905 se convirtió en la principal figura mundial de la vanguardia musical. No obstante, dado que su estilo apenas evolucionó a partir de ese momento, en los últimos años de su vida su música era considerada anacrónica. Su música no cambió; cambió el mundo musical a su alrededor, por lo que en 40 años pasó de ser un radical vanguardista a un reaccionario.
Es en gran parte por esto que existe tanto conflicto entre padres e hijos. Antes, hace no tanto, los hijos por lo general solían pensar igual que sus padres. Había una continuidad cultural, por no hablar de la Tradición religiosa. Sólo hay que mirar algunas fotos de los años 50 para darse cuenta de esto. Hasta esa década era normal que los hijos vistieran esencialmente igual que sus padres. La uniformidad exterior en la forma de vestir reflejaba uniformidad de pensamiento. [Ver el dibujo abajo, sacado de una revista de moda de los años 50] Con la Revolución social de los años 60 todo eso cambió, y cada generación se tenía que distinguir de la anterior, en un estado perpetuo de rebeldía contra la autoridad paternal. Hoy en día, debido a los cambios tan acelerados en todos los ámbitos de la vida, no sólo el cultural y religioso, muchos han llegado a creer que es natural que los hijos se rebelen contra sus padres. Es el colmo de la iniquidad; la perversión de lo que Dios ha dispuesto se considera “natural”.
En un ensayo llamado “A Brief Defense of Tradicional Catholicism” Peter Miller aplica esta idea de cambio a la situación actual de la Iglesia. Aunque dicho ensayo sea del año 2001, los argumentos que esgrime aún son plenamente vigentes hoy. Es un ensayo que recomiendo vivamente y que podéis leer (en inglés) aquí. Para los que no leen inglés, traduzco un extracto donde aparece la frase que me ha sugerido el título de este artículo:
Los disidentes que fueron marginados con mucha razón hace 50 años [ahora 60] han visto como sus ideas (libertad religiosa, colegialidad, ecumenismo) han ganado grandes apoyos en el Vaticano. ¿Ganarán apoyos similares los disidentes de hoy que proclaman nuevas causas (la “ordenación” de mujeres, el aborto, los anticonceptivos) dentro de otros 50 o cien años? Parece impensable que la Iglesia haga concesiones a estas “causas”, pero hace 80 años nadie sospechaba que un concilio ecuménico sacaría un documento que afirmaba el “derecho” del individuo a profesar una falsa religión. Nadie sospechaba que el Vaticano apoyaría o tan siquiera reconocería una institución atea, global [la ONU], que extiende de forma agresiva el aborto y los anticonceptivos a todos los países del mundo. Nadie sospechaba que se toleraría, y menos aún alabaría, un gobierno comunista en aras del “dialogo”…
Los tradicionalistas de hoy eran los conservadores de hace 50 años [ahora sería de hace 60]. Sus posiciones no han cambiado- ha cambiado la Iglesia a su alrededor, y los resultados están a la vista de todos.En su ensayo Miller da un ejemplo clarísimo de una “causa” liberal que ha sido aceptada por la jerarquía de la Iglesia, y que enseguida, por arte de magia, ha pasado a ser defendida por los mismos “conservadores” que antes la habían atacado. Es la “causa” de las “monaguillas”. Juan Pablo II, ante la presión de los liberales, dijo en 1982 que las “monaguillas” que eran “incompatibles con la Tradición bimilenaria de la Iglesia”. Pero al final este Papa, que los neo-católicos apodan “el Grande”, cedió en esta batalla, como en tantas otras. Donde dije digo dije Diego. Resulta llamativo que el mismo Papa que había rechazado sin paliativos el uso de niñas acólitas, en sus últimos años de pontificado ofrecía Misa con cientos de niñas subiendo y bajando por el altar. ¡Luego los “conservadores” se escandalizan porque pedimos un poco de coherencia al Santo Padre!
"San" Juan Pablo II |
Lo que asombró a más de uno durante el Concilio Vaticano II es que los mismos teólogos que durante el pontificado de Pío XII estaban censurados por la Iglesia, bajo el pontificado de Juan XXIII fueron invitados a participar en la elaboración de los documentos doctrinales; ¡los zorros guardando las gallinas! El Padre Congar fue, según todos los presentes, conservadores y liberales, uno de los teólogos más influyentes en el Concilio. El triunfo del liberalismo en la Iglesia gracias al Concilio cambió radicalmente la situación de gente como Congar; de estar sometidos a la censura eclesiástica y encontrarse fuera de la ortodoxia, de pronto sus ideas se convirtieron en doctrina oficial de la Iglesia. ¡De tener prohibido enseñar la doctrina católica bajo Pío XII por difundir ideas heréticas, en 1994 fue nombrado Cardenal! Ninguno de los “luminarios” progresistas del Concilio,- Congar, de Lubac, Ratzinger,- cambiaron su forma de pensar; cambió la Iglesia.
Algo similar, pero diametralmente opuesto, ocurre con la trayectoria de Monseñor Marcel Lefebvre. Antes del Concilio fue Delegado Apostólico para toda África francófona, uno de los hombres de confianza del Papa Pío XII. Fue elegido superior general de la orden del Espírito Santo, con más de 5000 misioneros a su cargo, repartidos por el mundo. De tener acceso directo al Santo Padre y de ocupar uno de los puestos de máxima responsabilidad en la Iglesia, pasó a ser tratado como un apestado, y es sabido que fue excomulgado (inválidamente) por Juan Pablo II por las consagraciones episcopales de 1988. Monseñor Lefebvre siempre replicó a los que le acusaban de ser cismático o hereje que él no había cambiado, que era el resto de la Iglesia que había cambiado. Él se aferró a lo que le había enseñado su maestro, el Padre LeFloch, en el Seminario Francés de Roma, y que antes todo el mundo sabía que era la auténtica doctrina católica. Al volver de África, participando en la preparación del Concilio Vaticano II, de pronto descubrió que era un reaccionario por creer en lo que los católicos siempre habían creído, y por practicar su fe como los católicos siempre la habían practicado.
Benedicto XVI defendía el Concilio Vaticano II argumentando su continuidad con la Tradición anterior; es la famosa “hermeneutica de la continuidad”. Sin embargo, si esto fuera cierto no habría forma humana de explicar lo que, por un lado le ha pasado a él y sus compañeros de la “Nouvelle Theologie“, y por otra lado, lo que le pasó a Monseñor Lefebvre. Para que sus respectivas situaciones hayan dado una vuelta de 180 grados, hace falta una causa proporcional. La verdad es que la Iglesia ha cambiado, y quienes hace 60 años eran considerados liberales ahora son conservadores; y quienes antes eran conservadores son ahora tradicionalistas.
El problema de fondo en todo este embrollo es que muchos hombres de Iglesia se han olvidado del lema de la Cartuja, y creen que las cosas de la fe pueden cambiar como cambian las cosas del mundo. Los “tradicionalistas” respondemos que no es así, y además tenemos otro lema que lo explica muy clarito. El lema de los tradicionalistas (conviene que todos lo aprendamos de memoria) es el siguiente:
- Nosotros somos lo que vosotros eráis
- Creemos lo que antaño creíais
- Adoramos como antaño adorábais
- Si antes teníais razón, ahora la tenemos nosotros
- Si ahora estamos equivocados, vosotros lo estabais.
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