viernes, 24 de octubre de 2014

La lógica del Cardenal Kasper

Publicado el 4 de junio de 2014


Lo que se está cociendo en la Iglesia con el tema del matrimonio es sumamente preocupante. En octubre de 2014 los obispos se reunirán en el Vaticano en un sínodo extraordinario sobre la familia. Todos deberíamos estar de rodillas ante el Señor, pidiendo que dicho sínodo sirva para restaurar la salud de las familias católicas en todo el mundo, que desde hace décadas sufren ataques cada vez más virulentos. Un rebrote de salud moral y espiritual entre las familias católicas es lo que cualquier católico sincero desea. ¡Cuánto nos gustaría poder decir que los católicos han dejado de divorciarse, que los novios que se casan por la Iglesia lo hacen con la intención de estar abiertos a la vida, que las familias católicas vuelven a ser los semilleros inagotables de vocaciones religiosas de antaño! Sin embargo, si soy realista, a juzgar por las declaraciones que leo, tengo que temer lo peor. Si mis temores se confirman, el sínodo no sólo no servirá para socorrer a la moribunda familia católica, sino que empeorará aún más (si cabe) la situación. Dios no lo quiera, pero la cosa pinta muy mal.


Analicemos un poco el panorama. Los males que dañan la familia católica hoy en día son principalmente una deficiente preparación moral y espiritual para el matrimonio, que lleva inevitablemente a posteriores adulterios, que a su vez conducen al divorcio y finalmente a segundas nupcias ilícitas y familias completamente desgarradas. Todos estos males se deben a una cosa: la falta endémica de castidad en las sociedades hedonistas, que han dado la espalda a Dios y Sus Mandamientos. Si los obispos buscan romper el círculo vicioso (nunca mejor dicho) en que las familias católicas están atrapadas, deberían predicar sobre la virtud de la castidad y poner todos los medios posibles para asegurarse de que los jóvenes se eduquen en la castidad desde la más tierna infancia. Es el único antídoto para la epidemia de divorcio que asola el mundo hoy en día.
Pero, ¿es esto lo que tienen pensado hacer los obispos en su sínodo? En una entrevista del 7 de mayo con la revista Commonweal el Cardenal Kasper, este favorito de Francisco, afirmó varias cosas al referirse al matrimonio cristiano, que dejan entrever por donde van los tiros. Ofrezco algunas perlas de sabiduría teológica del cardenal. La Iglesia no está en contra del control de la natalidad… Se trata del método de control de la natalidad. Esa vieja idea católica de recibir amorosamente todos los hijos que Dios quiera darte parece que pasó a la historia.


Hablando de parejas que se han vuelto a casar y viven “como hermanos”, dijo: Tengo mucho respeto por esa gente, pero imponer eso es otra cuestión. Yo diría que hay que hacer lo posible en cada situación. Como seres humanos no siempre podemos hacer lo ideal. Debemos conformarnos con lo mejor en cada situación. Eso es un acto heroico, y el heroismo no es para el cristiano corriente. ¡Ahora nos enteramos de que la fidelidad en el matrimonio es un acto “heroico”, no apto para los católicos corrientes!


Aparte de estas barbaridades, afirmó una cosa extraordinaria: el Papa Francisco piensa que la mitad de los matrimonios sacramentales son inválidos. ¿Hasta qué punto podemos saber si esto es realmente lo que piensa Francisco? No lo sé, pero si un súbdito mío hablara en mi nombre, diciendo disparates, yo no tardaría un instante en salir a la palestra para corregir el error, aparte de reprender al culpable. Si ya ha pasado un mes y el Papa no ha dicho “esta boca es mía”, yo me inclino a pensar que es cierto lo que dijo Kasper. La otra posibilidad es que, aunque Francisco no piense así, le da lo mismo todo el asunto, y disfruta con este juego de confusión doctrinal entre los fieles. Creo que esta posibilidad da incluso más miedo que la anterior.

El Cardenal Kasper
Analicemos un poco esta afirmación atribuida al Papa. Oír de la boca de su teólogo predilecto que la mitad de los matrimonios sacramentales son inválidos es algo difícil de digerir para un católico. Para hacerse una idea de lo que significa, sería como si un día el Ministro de Justicia anunciara que según el Presidente del Gobierno la mitad de las sentencias judiciales en el país son nulas. Decir una cosa así y quedarse tan pancho es señal de tener la cara más dura que el hormigón armado. Si dijera algo parecido un ministro, si no fuera cesado de inmediato, causaría auténtico pavor entre la población, porque si la mitad de las sentencias judiciales son nulas significaría que en la práctica no existe la Justicia. Nadie se fiaría de lo que dijera un juez, acatar una sentencia o no sería meramente cuestión de conveniencia, y todo el sistema se vendría abajo. Se socavarían las bases de la convivencia pacífica; sin ley no puede haber orden y paz. Algo parecido ocurre con la familia; si los hombres y mujeres que pasan por el altar no pueden saber ni siquiera si están realmente casados, habrá que decir adiós a la familia católica. Si es cierto que la mitad de los matrimonios son nulos, todo se relativiza hasta el absurdo; si un hombre no puede saber que la mujer con la que vive es su esposa a ojos de Dios, ¿para qué serle fiel?

Además, se supone que es el Papa quien gobierna la Iglesia. Si realmente piensa Francisco que la mitad de los matrimonios católicos son nulos por defecto de forma o por incapacidad de los contrayentes, debería reformar de manera drástica la preparación para recibir el sacramento. Sin embargo, lejos de poner orden, la tendencia es hacía cada vez mayor laxitud en el discernimiento y los cursillos pre-matrimoniales. Si, según Francisco, los novios llegan al altar sin tener la más mínima idea de lo que hacen, ¿de quién sería la culpa en última instancia? No sería solamente porque el cura de la parroquia es negligente, o porque los que imparten la catequesis son incompetentes. Sería porque desde arriba durante décadas se ha hecho la vista gorda a una situación lamentable. No se ha predicado la verdadera doctrina íntegra sobre el matrimonio, se ha permitido que todo tipo de herejes deformen las conciencias de los jóvenes respecto al matrimonio, y las exigencias tradicionales en relación a la castidad, el pudor en el vestir y el dominio de sí, se han silenciado.

En un artículo cuya finalidad es socavar las bases doctrinales de la indisolubilidad matrimonial y así despejar el camino para la comunión de los divorciados que se han vuelto a casar (es decir, los católicos que viven en un estado objetivo de adulterio), el Cardenal Kasper recalcó que “sería una tontería negar la indisolubilidad del matrimonio sacramental”. No porque él cree en esa verdad revelada, sino porque ir de frente no es el modus operandi de los modernistas. Ya advirtió San Pío X que los modernistas son criaturas con más de una cara; cuando conviene afirman la doctrina tradicional, pero a renglón seguido la cuestionan con una sutileza diabólica.

A pesar de que él no niega la indisolubilidad del matrimonio, ni propone un reforma de los Diez Mandamientos para que el adulterio deje de considerarse un pecado mortal, Kasper da esta razón a favor de una nueva pastoral “más misericordio” hacía los divorciados que se han vuelto a casar: si tantísimos matrimonios contraidos por la Iglesia son inválidos, su anulación es una mera cuestión burocrática. Prohibir a los católicos la comunión porque carecen de un papelito expedido por el tribunal correspondiente es demasiado severo, y por tanto bastaría con que un sacerdote que conoce a las personas implicadas evalúe su caso individualmente para admitir a los divorciados que se han vuelto a casar a la comunión. Es decir, nulidades exprés, sin necesidad de pasar por un tribunal, sin investigaciones, testimonios, papeleos ni gastos.

Este proceder, si se lleva a aprobar en el próximo sínodo, sería un auténtico desastre pastoral. Si empiezan a levantar la mano para casos “excepcionales”, terminarán por convertir la Eucaristía en barra libre. Pero sospecho que esa es precisamente su intención, porque ha sido la táctica que han utilizado los modernistas desde que se hicieron con el mando en el Concilio Vaticano II. La revolución litúrgica se introdujo de forma subrepticia con la mentira de excepcionalidad. Lo vimos con el uso de la vernácula en la Misa, la comunión en la mano, y los ministros “extraordinarios” de la Eucaristía (que de “extraordinarios” tienen nada más que el nombre). Si en el terreno de la disciplina se establece que “excepcionalmente” se puede comulgar, a pesar de vivir en adulterio, será el fin de la moral católica.

¿Con qué cara podrán exigir que se abstengan de comulgar los pecadores que simplemente se quedaron en casa un domingo, si permiten comulgar a los adúlteros? La prohibición de comulgar si el individuo se encuentra en pecado mortal quedará en agua de borrajas. Las implicaciones prácticas son espeluznantes. Hoy en día muy pocos católicos hacen caso a la moral de la Iglesia; por ejemplo, la inmensa mayoría de los casados usan métodos anticonceptivos, a pesar de que en teoría es pecado. El problema es que, con esta iniciativa de dar la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar, se cambia la teoría. Se cambia la moral de la Iglesia para adaptarla al gusto del mundo moderno. Sería una rendición en toda regla. Además, daría un nuevo sentido al pasaje de la “iglesia adúltera” del Apocalipsis.
Le he dado tiempo para que se arrepienta, pero no quiere dejar su prostitución. Por eso ahora la voy a arrojar a un lecho de dolor y también enviaré una prueba terrible a los que cometen adulterio con ella, a no ser que se arrepientan de sus maldades. A sus hijos los heriré de muerte; así entenderán todas las Iglesias que yo soy el que escudriña el corazón y la mente, dando a cada uno según sus obras. Ahora escúchenme los demás de Tiatira que no comparten esa doctrina: no los heriré a ustedes que no han conocido sus «misterios», como ellos dicen, que son los misterios de Satanás. (Apocalipsis 2:21-24)
Yo lo tengo claro, no quiero pertenecer a esa iglesia adúltera.

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