miércoles, 19 de agosto de 2015

Un pacto con la jerarquía

El otro día escuché una homilía del P. Michael Rodríguez, titulada Alrededor todo es oscuridad. Para los que no le conocen, el P. Rodríguez es un sacerdote diocesano de Tejas, EEUU, que en noviembre de 2014 fue relevado de sus funciones pastorales por el obispo de El Paso. Este castigo extraordinario se entiende perfectamente si aclaro que el sacerdote en cuestión ofrece exclusivamente la Misa Tradicional. ¡Si hubiera sido hereje o pederasta, no hubiera pasado nada! Pero este crimen execrable merece semejante castigo ejemplarizante, ya que el apego a la liturgia tradicional es uno de los pecados contra el Espíritu del Concilio, que como todos sabemos, no serán perdonados jamás. Estos terribles pecados también incluyen ofender la sensibilidad de algún colectivo, hablar sin ambigüedades sobre la realidad del Infierno y la condenación eterna, mostrar una falta de respeto hacía las falsas religiones, y obedecer a Dios antes que a tu obispo. No sé exactamente lo que pasó en este caso, pero lo que sí sé es que el P. Rodríguez habla como hablaban antes los sacerdotes católicos. Dice verdades como puños, que cualquiera es capaz de entender. No hace falta un ejército de intérpretes y expertos vaticanistas para descubrir cuál es su mensaje, porque su mensaje no es otro que el de Cristo. Predica el Evangelio, como siempre se había predicado. Me imagino que esto le habrá granjeado una multitud de enemigos.

El P. Michael Rodríguez
La homilía que escuché es una reacción a la sentencia del Tribunal Supremo de los Estados Unidos del 26 de junio de este año, que legaliza a nivel nacional el matrimonio entre dos personas del mismo sexo. Con santa ira el P. Rodríguez denuncia la tibieza de la jerarquía eclesiástica ante tamaña ofensa a Dios. Los pocos prelados que se han atrevido a decir algo respecto a la legalización de "matrimonios" sodomíticos lo han hecho con tanta preocupación de no herir los sentimientos de nadie que más les hubiera valido callarse. Cuando una nación entera cae en apostasía, y defiende desde sus instituciones más altas lo que es "abominable a los ojos de Dios" (Levítico 18:22), la respuesta de los obispos católicos de ese país debería ser proporcional al ultraje. Pero no ha sido así. Tristemente, la corrección política y quedar bien ante la sociedad importan mucho más a los obispos de EEUU que el bien común y los derechos de Dios. Y el panorama es similar en el resto del mundo.

Se pregunta el P. Rodríguez: ¿Cómo hemos caído tan bajo? En respuesta, achaca gran parte del desastre a la jerarquía católica. Dice que no le entra en la cabeza y que le rompe el corazón ver como la jerarquía busca aprobar la comunión para los que se encuentran en un estado público de adulterio; como buscan rehabilitar a herejes del pasado, como si fueran buenos hombres, dignos de canonización; como proponen soluciones para la felicidad del hombre que excluyen a Dios. Así dice:

Cuando Satanás se ha infiltrado en la familia y la contaminación espiritual y moral es casi absoluta, cuando el 62% de los católicos irlandeses votan a favor de la sodomía, nuestros líderes de la Iglesia predican sobre el medio ambiente. Todo está al revés. La agenda homosexual está triunfando, poderosos enemigos intentan destruir a Dios y Su Iglesia, ¿y qué hacen nuestros líderes? ... Nuestra casa católica está en llamas, la familia está siendo destruida, Satanás lanza una ofensiva devastadora, y el Papa está preocupado por el aire acondicionado. ¿Os lo podéis creer? Es una desorientación diabólica. La casa en llamas, y alguien se preocupa por apagar el aire acondicionado. Es increíble.
La Casa Blanca celebró la decisión del Tribunal Supremo con los colores del arco iris.

Desde que Irlanda, México y EEUU, en rápida sucesión aprobaron el gaymonio, ¿qué ha dicho sobre el tema el Papa Francisco? Lo mismo que yo he dicho sobre los fichajes del Real Madrid: absolutamente nada. Este silencio atronador habla volúmenes, y lo que dice es que Francisco no quiere combatir el movimiento homosexualista. Esto puede ser por dos posibles razones: 1. no le parece mal que dos hombres se junten en una relación anti-natural y que el estado lo llame "matrimonio", o 2. no está dispuesto a sufrir el desgaste personal y la previsible pérdida de popularidad que le acarrearía enfrentarse a la ideología sodomítica. En el primer caso, se trataría de un hombre que ha perdido todo sentido de la moral, y hasta habría que preguntarse si sigue siendo católico. El segundo caso no sería más que un ejemplo clamoroso de cobardía: un Vicario de Cristo que antepone la aprobación del mundo y su comodidad personal a la misión de predicar el Evangelio y confirmar en la fe. Y no hay más opciones, señores.

No puedo saber lo que pasa dentro de la cabeza de Jorge Bergoglio, ni si aún conserva la fe católica, aunque me permito dudarlo seriamente. Lo que sé es que el homosexualismo es como un cáncer, un vicio tan asqueroso que destruirá nuestra civilización si lo dejamos. La quimioterapia es dolorosa y a nadie le gusta, pero a menudo es lo único que puede salvar la vida a un enfermo de cáncer. Si como sociedad permitimos que el lobby homosexual siga teniendo libertad para extender su veneno a los jóvenes, nos merecemos todo lo que nos vendrá encima. Como no cambie radicalmente la situación, la caída de Occidente será precedida por una degradación moral sin precedentes; aún no hemos visto nada. El mal, sobre todo la perversión sexual, siempre tiende a buscar vicios más extremos y denigrantes. Si no lo paramos nosotros, la cuesta abajo será inevitable.

Los homosexuales tienen prácticas tan aberrantes que no se pueden ni describir aquí.

Y con este panorama, nuestro Pastor Supremo, el hombre que tiene toda la autoridad de Cristo, tendría que erguirse como San Pedro ante el Sanhedrín y desenmascarar este movimiento por lo que es; un arma satánica para la corrupción de las almas. Al escuchar la condena de un Papa santo, toda la Tierra temblaría. Sus palabras resonarían como truenos en los oídos de los impíos. Los buenos se consolarían y los malos se estremecerían de terror. Pero Francisco no es así. Dice esto a los sodomitas: ¿Quién soy yo para juzgar?

En momentos como éste, me vienen a la mente las palabras de San Juan Fisher, tras la capitulación de TODOS sus hermanos en el episcopado inglés ante el usurpador Enrique VIII:
El fuerte ha sido abandonado incluso por los que tenían que defenderlo.
Viendo esta traición a Cristo de los jerarcas de la Iglesia, con Francisco mostrando el camino a seguir, yo propondría un pacto. Sería un pacto entre laicos y hombres de la Iglesia. Sabemos todos que Nuestro Señor quiso que Su Iglesia se gobernara por obispos, sucesores de los apóstoles. Los laicos no pintamos mucho en todo esto, ni hemos querido que fuera de otra manera. Nuestro papel se tiene que limitar a vivir el Evangelio en el mundo, formar familias cristianas y defender los derechos de Dios en nuestros ámbitos: el familiar, laboral, económico, social, cultural y político. ¡Y no es poco! Sin embargo, dado que existe un manifiesto desinterés por parte de la jerarquía eclesiástica en cumplir con sus funciones, propongo que las hagamos nosotros. Evidentemente, no podemos decir Misa, ni impartir los sacramentos, pero excepto eso podemos hacer lo demás. Pongo unos ejemplos.
  • Ante el enésimo escándalo de políticos "católicos" que aprueban leyes que atentan contra los mandamientos de la ley de Dios, en vez de esperar que algún obispo hiciera alguna declaración al respecto, los laicos podríamos hacerla en nuestros blogs. Los fieles irían a páginas como esta para saber lo que un católico debe pensar en una situación dada, y los obispos se ahorrarían la engorrosa tarea de cabrear a sus amigos poderosos, no vaya a ser que éstos dejen de invitarles a sus fiestas y sus happenings.
  • Ante el "holocausto silencioso" del aborto, los laicos haríamos todas las denuncias necesarias, haríamos todo el trabajo sucio de rezar delante de los abortorios y hablar con las mujeres que quieren matar a sus hijos, sin apoyo alguno de la jerarquía. De esta manera los sacerdotes y obispos se podrían olvidar completamente del tema. De vez en cuando podrían hablar de lo bonito que es ser madre, y alguna vez posarían con un bebé en brazos al estilo de los políticos americanos, pero nunca tendrían que mencionar la palabra tan divisiva y desagradable, "aborto", y mucho menos recordar que verter sangre inocente es uno de los pecados que claman venganza al Cielo.
  • Ante la pérdida de fe en Occidente los laicos nos organizaríamos para impartir clases de catequesis a los jóvenes y a quien las pidiera. Las daríamos en nuestras propias casas o incluso en bares (ver este vídeo para hacerse una idea), para no trastocar las diversas actividades socio-culturales programadas en las iglesias y salones parroquiales. De esta manera se liberarían muchos espacios para encuentros ecuménicos, reuniones de ONG´s ecologistas, sesiones de yoga, reiki, risoterapia, etc.
  • Ante la "banalización de la liturgia" (Benedicto XVI dixit), los laicos nos reuniríamos en nuestras casas o en locales alquilados para tal fin, y con la colaboración de algún sacerdote marginal cismático-lefebvrista-fanático-neopelagiano con cara de pepinillos en vinagre, asistiríamos a la Santa Misa con la mayor devoción posible. Sin la obligación de decir Misa, los sacerdotes y obispos modernistas tendrían un montón de tiempo libre, que podrían dedicar a luchar contra el desempleo junvenil y la soledad de las personas mayores, que son, según el Papa Francisco, los mayores problemas que existen hoy en día. Otra ventaja nada despreciable es que sin un horario de Misas, los templos se podrían usar para otros fines más prácticos, como conciertos de rock, mítines políticos y cursos de cocina japonesa.
  • Ante el avance imparable del lobby gay, los laicos nos pondríamos en primera fila y denunciaríamos con todos nuestros medios la infamia del pecado homosexual. La inquisición rosa nos denunciaría, nos multaría y nos llevaría a la cárcel por nuestra actitud intolerante y nuestro lenguaje discriminatorio. Los obispos tranquilamente podrían mirar para otro lado. Al lavarse las manos de este asunto, nadie les acusaría de ser "homófobos". Nosotros cargaríamos con el estigma de ser enemigos de la "igualdad", y por nuestra fidelidad a Dios pagaríamos el precio que exige un mundo apóstata.
"Seguro que el Infierno es fabuloso"
Hay que aclarar que con este pacto se entendería que los sacerdotes y obispos modernos nos dejarían por fin en paz. Ni ellos se meterían en nuestros asuntos, ni nosotros perderíamos el tiempo escuchando sus sandeces o acudiendo a sus templos. Cada parte iría por su lado; nosotros hacía las catacumbas y posiblemente el martirio, y ellos se quedarían exactamente donde están: en sus parroquias folclóricas, llenas de protestantes, y presidiendo sobre diócesis agonizantes. Después de la muerte de la última generación preconciliar, que, aunque sea por inercia cultural, ha mantenido la costumbre de asistir a Misa, ante una disminución tan espectacular de fieles, los obispos no tendrían los medios económicos para mantener el chiringuito. Por ello, propongo que todos los hombres de Iglesia que quieran sumarse al pacto se conviertan en funcionarios del estado, con catorce pagas, pensión y seguro médico incluidos.

Con esta medida el estado gozaría naturalmente del derecho de nombrar a los obispos que considere y hasta reescribir el Catecismo. En lugar de los Diez Mandamientos, pondrían los Derechos del Hombre, que se actualizarían anualmente para dar cabida a todos los nuevos derechos que se van inventando. Seguro que esto no molestaría en absoluto a los neo-obispos, porque lo verían como un paso más en la apertura de la Iglesia hacía el mundo. El estado se beneficiaría de dicho pacto al tener una Iglesia dócil a sus propósitos, una especie de reliquia decorativa que añadiría un poquito de color a las ceremonias estatales. Los políticos hasta podrían jactarse se ser muy "espirituales", al llevarse de maravilla con los neo-obispos y acudir a sus celebraciones religiosas. Ningún neo-obispo volvería jamás a criticar mínimamente cualquier actuación del gobierno. Incluso se les invitaría a participar en sus actos de adoración al Gran Líder, otro gesto encomiable de tolerancia interreligiosa. A cambio, el estado pondría a disposición de la Iglesia todas las playas, estadios de fútbol y aeródromos para la realización de sus macro-eventos.

En los neo-seminarios se sustituiría la asignatura de latín por el baile, para que los futuros sacerdotes aprendan todo tipo de coreografías.
Una última aclaración. Si alguien piensa que hablo en broma, que se desengañe. Esto va en serio. Muy pronto (estoy pensando especialmente en el próximo sínodo sobre la familia en octubre) habrá que escoger entre seguir a la actual jerarquía o mantener la fe católica. Yo he tomado mi decisión. Que cada uno medite la suya.

martes, 4 de agosto de 2015

Carta a mi Esposa



Mi Amor,

Hoy es tu cumpleaños, y como regalo te ofrezco esta pequeña meditación. Espero que te guste. Será quizás la primera vez que lees uno de mis artículos, ya que por un lado no te interesan los temas sobre los que escribo, y por otro nunca te ha gustado que yo fuera tan "radical". Podría escribir mucho sobre la tensión que existe entre nosotros por culpa de nuestra manera muy diferente de vivir la religión, sobre el miedo que tienes a mi visión "extremista" de la vida, pero no creo que sea el momento ni el lugar. Hoy sólo quiero felicitarte y reflexionar un poco sobre nosotros. Ya sé que siempre me acusas de ser un jeremías. Pues, ahora intentaré ser positivo, por una vez.

Por cortesía no te recordaré los años que cumples. (Recuerdo una vez cuando era pequeño, en el cumpeaños de mi madre, le pregunté cuántos cumplía. Me respondió muy seriamente que eso jamás se pregunta a una mujer. Lección aprendida.) Sin entrar en cifras, tú dices que ya has alcanzado la edad a partir de la cual una mujer empieza a ir cuesta abajo; vamos, que en adelante estarás cada vez más fea. Pero la primera vez que me dijiste eso fue hace bastante tiempo, y yo no he notado que estés más fea. Al contrario, me pareces cada vez más hermosa. Quizás hay un mecanismo implantado en el hombre que engaña su sentido estético, de manera que sus hijos siempre le parezcan los más guapos y su mujer la más atractiva. Tendría sentido que Dios nos hubiera diseñado así. No lo sé, pero es lo que me pasa a mí. Creéme cuando te digo que cada vez me gustas más.

Te voy a contar una anécdota, algo que vi el otro día, concretamente en la cola de la biblioteca. Estaba detrás de dos chicas que tendrían unos 15 o 16 años. De pronto, para mi sorpresa, una besó a la otra en los labios. Al recuperarme de la sorpresa y el inevitable asco que me provoca el lesbianismo, mi reacción fue de lástima hacía aquellas pobres jóvenes; en plena efervescencia adolescente, con las emociones fuera de control, son fácil presa de la propaganda homosexualista. Y luego me fijé en que iban vestidas casi como si fueran gemelas idénticas; los mismos pantalones cortos de vaquero, los mismos zapatos de payaso, la misma camiseta cinco tallas demasiado grande, con algún lema absurdo en inglés. Hasta tenían el mismo peinado. Caí en la cuenta de que su "amor" no era más que una especie de narcisismo, y que por ello,- en lugar de buscar al otro, han buscado a una copia de sí mismas-, su relación era fundamentalmente estéril.

¿Qué tiene que ver esto con nosotros? Esta triste escena me hizo reflexionar sobre lo diferentes que somos, que es donde radica la grandeza de nuestra relación. No solamente somos diferentes en cosas accidentales, en cuestiones espirituales o políticas, sino en cuestiones esenciales de carácter, que se derivan de ser hombre y mujer. ¡Qué misterio tan grande la unión entre un hombre y una mujer en el matrimonio! ¿Algún día lograré anticiparme a tus deseos, seré capaz de ponerme en tu piel, pensar como piensas tú? Es un reto, porque somos como el día y la noche. Para mí eres tan insondable como un océano, tan exótica como una selva tropical inexplorada, tan atractiva como una cumbre nevada que no ha conquistado nadie. Tú debes pensar que yo también soy de otro planeta, porque me sueles decir que no me entiendes. En realidad los hombres somos muchos más sencillos; somos sota, caballo y rey. Lo que te cuesta es creer que sea tan "primitivo", que no sienta necesidad de expresar sentimientos a todas horas, de comunicarte "cosas íntimas". Es la misma historia que en todos los matrimonios, desde que el hombre es hombre. A medida que salgamos de nuestra comodidad y nos esforcemos por entender al otro y adaptarnos a sus necesidades, aunque sean muy distintas de las nuestras, nuestro matrimonio será fuente de felicidad.


En cuanto a las diferencias accidentales, ¡cuántas veces he deseado que fueras así o asao! Dios sabe las veces que, en plena desesperación, le he preguntado: "¿por qué mi mujer es tan complicada?" Seguramente nuestras diferencias han servido para cultivar en nosotros las virtudes cristianas. Si lo tuviéramos todo fácil en el matrimonio, si pensáramos igual en todo, a lo mejor no hubiéramos tenido que desarrollar tanto la paciencia, la comprensión, la prudencia. Durante nuestro matrimonio nos hemos peleado mucho, sí. Dicen que no te puedes pelear solo; siempre hay algo de culpa en los dos, y no necesariamente será 50% culpa de uno, 50% del otro. Sospecho que la balanza se inclina bastante por mi lado (eres más buena que yo), pero en el fondo eso no importa. Lo que importa es que tras cada discusión nos arrepintamos de lo que hemos hecho mal (por mucha razón que tengamos, siempre hay una buena dosis de soberbia de la que arrepentirse), y nos pidamos perdón mutuamente. Yo reconozco que tengo un genio de mil demonios, y cuando pierdo la paciencia soy capaz de decir y hacer cosas horribles. Gracias por perdonarme mis arrebatos de ira, por aguantarme tantos años. Soy terriblemente egoista, pero con cada reconciliación, con cada abrazo de paz, volvemos a empezar, y la gracia de Dios nos da la fuerza para seguir amándonos.

Ya sabes que desde hace bastante tiempo he optado por no airear nuestras desavenencias sobre la Misa, el Papa, la Tradición, etc. Sabes como pienso, y no merece la pena discutir por esas cosas. Hay que cuidar mucho el matrimonio, y tenemos tres hjos a los que educar. No obstante, rezo todos los días para que alguna vez te conviertas a la Tradición Católica. Si Dios quiere, antes de que me muera apreciarás porqué amo tanto la Misa de siempre, porqué estuve dispuesto, por ejemplo, a conducir 120 kilómetros el otro día para asistir a una Misa en una capilla perdida en el campo. Mientras tanto, seguiré acompañándote a tu Misa moderna y mordiéndome la lengua cuando sale el tema. Sinceramente creo que Dios me pone a prueba; si realmente quiero seguir la Tradición, Él quiere que me cueste. No me saldrá gratis el camino que he escogido. Acepto el precio que tengo que pagar aquí abajo, porque en comparación con las delicias del Cielo es una nadería.

A menudo dices que soy malo, y tienes razón. Es más, cuando te enfadas dices que soy un demonio. Hombre, ni soy un demonio ni soy un santo (aunque de esto último nunca me has acusado). Es cierto que tengo muchos defectos, pero acuérdate de donde vengo. Yo tengo desventaja en esto de las virtudes, porque crecí en un ambiente ateo, algo que hasta hace poco no existía en España. (Ya me contarás dentro de un par de generaciones...) Sueles compararme con tus hermanos, diciendo que son mejores que yo, aunque ninguno de ellos quiera saber nada de la Iglesia. Sin embargo, a su pesar tienen mucho que agradecer a la Iglesia. Fueron bautizados, estudiaron en colegios de monjas, recibieron catequesis, hicieron su Primera Comunión, y crecieron en una sociedad con mucha influencia católica. Aunque ellos no lo sepan, todo eso formó de alguna manera su carácter. Luego, debido a la contradicción que vieron entre lo que les enseñaban en clase de religión por una parte y lo que mamaban en casa por otra, unido al ambiente libertino que predominaba en su juventud, se alejaron de la Iglesia y ahora son ateos practicantes. Pero, a pesar de vivir en pecado, tienen algunas virtudes naturales propias de los católicos. Yo las he tenido que adquirir de mayor, y aún estoy en el empeño.
 
Te pido que tengas paciencia conmigo, que perdones todos mis defectos (son muchos), y que no pierdas la esperanza. Dios todavía hace milagros. Mayor milagro que seguir casados después de 18 años no conozco; con todas las dificultades que hemos tenido, y todos los pecados que hemos arrastrado. Una y otra vez hemos salido a flote. Si no fuera por Él, desde luego nos habríamos separado hace un montón de años. ¿Cómo íbamos a aguantarnos sin ayuda divina, especialmente tú a mí? Dices que damos mal ejemplo a los que no tienen fe, y en cierto sentido tienes razón. Deberíamos ser más santos. Pero a menudo los árboles no te dejan ver el bosque. El mismo hecho de que seguimos unidos, luchando por amarnos y educar a nuestros hijos, ya es un ejemplo al mundo. Sé que eres perfeccionista, pero ni en mil años llegaré a ser perfecto, así que tienes que trabajar con lo que hay. A pesar de nuestros pecados y desacuerdos, tenemos que aspirar a que en nuestra casa haya armonía, porque San Juan Crisóstomo dice:
Cuando prevalece la armonía, los hijos salen bien criados, el hogar se mantiene ordenado, y los vecinos, los amigos y los parientes elogian el resultado.
El mismo santo nos da la receta para conseguir esa armonía familiar:
Si alguien vive como yo digo [oración y lectura de las Escrituras en familia] y hace que su casa sea una pequeña iglesia, su perfección rivalizará con la de los monjes más santos.
Tenemos que dar gracias a Dios por los años que tienes y por los que hemos pasado juntos. Disfrutemos de cada día que nos regala. Amor mío, te quiero y siempre te querré.

¡FELIZ CUMPLEAÑOS!